Estamos de cambios, de cambios completos, como ya decía David, han cambiado nuestros paisajes, nuestra alimentación, y fundamentalmente, han cambiado nuestras rutinas. Para mi, desde hace tres semanas, ese cambio ha sido trascendental.
Tras muchas dudas de qué trabajo elegir, me lancé a lo que
ya tenía en mente desde hace meses, un
pequeño cambio de sector, pues aunque sigue en relación con la sanidad, he
cambiado la parte asistencial, por la docente, pero con un formato que para mi
resulta más cómodo y estimulante.
No me veo dando clases a un aula llena en la universidad,
tampoco me veo haciendo de coordinadora de nada, con reuniones, papeleos y
mucha mano izquierda. Sin embargo, aunque me acojonaba un poco, me pareció
interesante ayudar a formar a medicxs que están haciendo mi especialidad, porque
me obligaría a estudiar y estar muy actualizada (cosa que perdí el año pasado)
y porque podría servir para un intercambio de visiones y actitudes. Y lo más
importante, porque me parece muy bonito y un privilegio poder colaborar en la formación
de las primeras grandes promociones de especialistas en Medicina Familiar y
Comunitaria en este país, donde se está haciendo un gran esfuerzo por tener una
gran plantilla de Medicxs Familiares (hasta ahora había unos 250 especialistas).
Para ello me ha tocado adaptar mis “expectativas” un poco.
Para mí, calidad de vida es poder ir caminando al trabajo,
pues bien, al elegir Bahía como lugar de residencia, me toca hacer 100 y 150
kilómetros para llegar a los lugares donde trabajo. Esto se hace bastante
soportable porque esos viajes los hago con un chofer que ha sido uno de los
mayores descubrimientos en la zona. El man (como dicen aquí a los hombres) es
un fuera de serie, habla sin descanso, anécdota tras anécdota. Parece que sabe
de todo y lo ha vivido todo. Así que en los viajes me dedico a aprender cosas
de los alrededores, desde los terribles efectos del fenómeno del niño en 1997 y
el terremoto de 1998, al funcionamiento de las bandas de delincuencia
organizada de Manabí, a las tradiciones
en los entierros en esta zona, y mil cosas más. Una suerte haber coincidido con
mi amigo Washington.
Los viajes tienen otro aliciente (o compensación por las dos
horas de ida y dos de vuelta) y es que una parte de los mismos es entre
arrozales, plagados de garzas y otras aves, y surcados por canales en los que
siempre hay familias bañándose usando palmeras como trampolines. La otra parte
es entre lomas que deben pasar 8 meses al año grises y secas, pero ahora,
gracias a las lluvias del invierno están verdes, verdes las Ceibas, verdes las
matas bajas y verdes los Guayacanes que por la tarde abren sus flores
amarillas. Un espectáculo. (Aunque aún recuerdo ese Cayambe poderoso por las
mañanas y ese Imbabura coqueto cambiando de aspecto a cada ratito).
La gran ventaja de este trabajo (aparte del trabajo en sí)
es que la universidad me contrata por 20 horas de tutorías, así que aquí si
cumplo otra de mis premisas de la calidad de vida…trabajar “poco”. Realmente no
trabajo poco, dedico otras 20 horas semanales (o más) a trabajo en casa, pero
eso ya es en casa y puedo organizarme cómo quiera. Como era de esperar, trabajando
aparentemente menos se cobra menos, y por eso yo he pasado a cobrar la mitad
que el año pasado. Esto no supone un problema, estamos aprendiendo a decrecer
en todos los sentidos. El problema es que como aquí no es raro empezar la casa
por el tejado, llevo tres semanas trabajando sin que aun esté aprobada mi
contratación…me prometen, me dicen, me dan largas…y yo que estoy aprendiendo a
ejercer más la paciencia y me gusta lo que hago, espero y espero.
Me gusta lo que hago, mi trabajo consiste en supervisar,
aconsejar y orientar el trabajo y estudio de lxs residentes. La mayoría son
mayores que yo y tienen más experiencia laboral, pero tengo algunas cosas que
aportar. Lo del enfoque bio-psico-social lo tengo mamado y bien asumido y la
sensibilidad y empatía por suerte aun no las he perdido!! Así que, el resultado es un lindo intercambio.
Debo decir que, después de lo visto el año pasado, lxs residentes
me han sorprendido gratamente, tal vez porque están en su segundo año de
especialidad (y les dan caña) o porque han sido lxs mejores en una prueba de
acceso. Por suerte, en este país nuestra especialidad no es la última en
elegirse, y estoy segura que en cuanto salgan las primeras hornadas serán
motivo de “orgullo y satisfacción” de toda la población.
A pesar de las jerarquías y formalidades de este país, casi
la mitad de mis residentes me llaman Lucía y así me presentan a lxs pacientes,
así que he dejado de ser “la doctorita”, ellxs no.
Y para acabar, os dejo la postal que admiro cuando termina
mi jornada laboral, y regreso a buscar al magister con mi amigo “Guachito”.
PD: os debo la foto de los arrozales y las maravillosas ceibas.
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