martes, 25 de agosto de 2015

Ecuador CI. Tita visita Ecuador II. Descubriendo sensaciones en Ecuador


Ha sido un viaje en el que la cercanía a la naturaleza más pura me ha hecho sentir un ser privilegiado.  El corazón de la Amazonía te impacta en el alma y la inocencia y el valor de las personas que allí viven y te muestran la riqueza de su “hogar” te hacen sentir un ser pequeño.


Es difícil describir las plantas, los animales, los olores, los sentires, los colores, de esa parte del mundo que es lo más virgen que yo he conocido nunca.


 En Galápagos sientes que la evolución de las especies ha hecho otro recorrido y ves cotidiano estar junto a tortugas más grandes que yo, bañarte con ellas y lobos marinos o compartir con ellos playas bellísimas  y salvajes  y bancos en el paseo. Maravillarte al ver pescar a los pelícanos o dejar que se te acerquen los “pinzones”, las iguanas,..., ver como las fragatas se quitan la sal de las alas, es un espectáculo  de danza maravilloso. Entiendo todas las medidas de seguridad que se toman para preservar tantas especies animales y vegetales.

 








Los Andes: grandes, poderosos, magníficos,..., escondiendo lagunas bellas y enigmáticas entre sus volcanes que les gusta cubrirse de nubes. Todo el viaje intentando aprenderme sus nombres que suenan a música  y a misterio. Justo en la despedida el Cotopaxi se despegó de las nubes y me regalo dos fumarolas!!!
 


Quito: pasear por la ciudad donde un crisol de colores te llenan la mirada y te disparan el pensamiento. Siento que el gobierno ha hecho y esta haciendo mucho por su población, pero aún queda un largo camino; quizás lo más difícil: que ellos y ellas, pobladores de una parte de la tierra maravillosa, crean en sus capacidades y recuperen la dignidad que la historia en algún momento les quitó.
Al fondo está Quito

En la costa vi colibríes de mil colores y tamaños, cascadas escondidas, playas de  arenas finísima e infinitas;  sobre todas las playas una de las mas bellas está en Bahía y allí puedes ver como recogen ostras entre olas virulentas, caminar durante horas por ellas con la marea baja e intentar descifrar los dibujos de las caracolas en la arena, mariposas de una gran belleza, manglares poblados de cangrejos, fragatas y hasta una ¡boa!
¡Al borde del abismo!
 
 
 
 
 

Paisajes tan bellos y diversos  que es difícil elegir cual me ha gustado más

Pero, claro, conocer Ecuador con unxs “guías tan buenxs” hace que tu estar sea maravilloso.  ¡MIL GRACIAS!

martes, 18 de agosto de 2015

Ecuador C. Escenas.

 
Hace un par de días asistí con pocas horas de diferencia a distintas situaciones que por sí solas quizá no sean más que pequeñas anécdotas, pero que juntándolas pensé que de alguna manera representan muy bien parte de lo que es Ecuador. En estas diminutas historias pude percibir características de este pueblo aparentemente contrapuestas pero que conforman la personalidad del mismo. Su individualismo y su solidaridad, su dificultad en el día a día y su sobrevivir cotidiano, la línea tan fina que separa la dignidad y la injusticia social, sus ganas de disfrute y su ruptura con clichés establecidos a pesar de su fuerte moral católica.

Escena 1ª: Venía de mí trotar y baño matutino en la playa cuando me encontré a María en su triciclo (bici-taxi) transportando los bidones de agua de 20 litros con los que recorre Bahía esperando la aparición de clientes. Como es habitual le acompaña alguna de sus muchas hijas. Hablamos brevemente debido a las dificultades de comunicación, pero aún así le expreso nuestra inminente partida hacia otras tierras. Su marido es Papo (nombre de pila) o mejor dicho Hassari Pal como lo bautizó Lucía en homenaje a “La ciudad de la alegría”. Es un sobreviviente diario, a veces diría que más bien es un superhéroe, igual se sube en un andamio a intentar arreglar un tejado, que se sube a pintar una fachada, él dice que su menudez le ayuda, igual hace de payaso en la entrada de un comercio para atraer clientes,  que te vende el agua o el queso en su desvencijado triciclo. Es un hombre de escasa cultura pero con buen corazón. Y apenas han pasado dos horas de mi encuentro fortuito con María cuando Papo vestido aún con su traje de faena lleno de pintura se presenta en la puerta de nuestro departamento. Después del saludo protocolario y pertinente de Don David y Doctora, nos pide 40$ que necesita urgentemente y que mañana dice nos serán devueltos de alguna manera.
Triciclo bahieño

Escena 2ª: Volvía de mi baño playero cansado por la hora de trote y tras despedirme de María alcancé el portal de casa. Junto a él me encontré al vecino de la tienda que me dijo que nos habían dejado sin luz ya que la compañía eléctrica ha cortado literalmente el cable debido a los impagos. No es dramático porque a estas cosas nos hemos empezado a acostumbrar, pero a la falta de luz se le suma la falta de agua ya que la bomba no puede subirla desde la calle hasta nuestro departamento si no hay corriente. Cuando los cacharros empiezan a acumularse en la pila y la sal y la arena pican en el cuerpo, bajo las escaleras para encontrarme con Ana, la señora encargada de nuestra casa y del pago de la electricidad, que vive contigua a nosotrxs y que es la madre del ladronzuelo. Sin demasiada preocupación (o quizá no destacando esta sobre otras muchas) me confirma su falta de dinero para el pago en el corto plazo y que por ello ha decidido engancharse a la luz del vecino, después de hablarlo con él claro está, como única opción. Con ella se encuentra ya el maestro electricista que con su pequeño playón (alicate) intenta desenmarañar un puñado de cables en la oscuridad del lugar, ante esta situación decido no seguir mirando. Ana es otra sobreviviente, trabaja unas 16 horas diarias los 7 días de la semana y posiblemente 365 días al año, no le llega para pagar la luz.
Ceiba resistente

Escena 3ª: El maestro electricista lo ha conseguido, en este país todo se consigue, y con la tranquilidad de tener asegurada la ducha para la noche, me dirijo a pasear por la playa, a disfrutar de un rico baño y de una linda puesta de sol. La marea está baja por lo que las extensiones de arena hacen las delicias de los que como yo salieron esa tarde. En una de estas veo a lo lejos los aspavientos de un hombre de mediana edad y varias personas a su alrededor. Este hombre continúa en su insistencia hacia los que nos acercamos y empiezo  pensar que una ballena puede encontrarse varada como hace tiempo atrás ocurrió en una playa cercana. Termino corriendo porque sus movimientos no cesan y casi que soy el siguiente en llegar a él. Sin embargo cuando me encuentro a su altura percibo que el problema no es una ballena sino sus dos hijos que se están bañando en la  desembocadura del río donde suelen crearse unas corrientes bastante fuertes. El hombre no debe saber nadar porque los guambras no se encuentran tan lejos y él continua con sus reclamos en la orilla. Ya hay dos personas con sus tablas de body surf en el agua y otro con un neumático gigante que apenas es capaz de alejarse un par de metros con su estilo de nado molinillo. Uno de los chicos llega a la altura de los muchachxs y los mantiene en su tablita hasta que una moto acuática los recoge. Son dos adolescentes de entre 12 y 15 años que salen con cara de susto y son recibidos por los desesperados abrazos y las lágrimas de su padre. Mientras el héroe es felicitado por sus panas, el corro de gente empieza a deshacerse, en ese momento llega el socorrista.
Pacífico aparente
 
Escena 4ª: Después del susto pero con final feliz, continué caminando por la playa hasta sentarme en unas rocas que en muchas ocasiones nos han servido para disfrutar de la puesta de sol. Hoy no será así, estamos en verano y eso es casi garantía de nubes por lo que no sabremos a ciencia cierta el momento en el que el astro desaparecerá por el océano, eso sí quince minutos después la noche será cerrada. Sin embargo tengo la suerte de asistir a una sesión de fotos de recién casados, ella traje blanco largo con corpiño en la parte superior, él pantalón bermuda azul y camisa negra, ambos descalzos porque la sesión en ocasiones es dentro del mar. Por su aspecto parecen serranos que han decidido celebrar el evento en tierras costeñas. Continua la sesión, sólo están ellos tres y dos fotógrafos que parecen más sus amigos que unos profesionales contratados. Pero la luz empieza a escasear y la brisa hace que refresque, ella decide terminar la sesión, ponerse sus chancletas rojas de goma y abandonar caminando la playa mientras se desaprieta el corpiño para sacarse el pecho y dar de comer a su bebe. Esta maravillosa escena pasa delante de mis narices, y con esa feliz imagen decidí irme hacia la casa donde ahora sí la ducha me esperaba.
Fragatas alimentándose
 


 
 
 
 
 

 
 
 
 

miércoles, 12 de agosto de 2015

Ecuador XCIX. Waorani, los hombres que hablan con los caimanes.




Si en este mundo vivir con autenticidad y resistir a las provocaciones del marketing, la moda y el consumismo es difícil, pretender mantener la pureza de un pueblo indígena amazónico rodeado por intereses petroleros, religiosos, turísticos y políticos, resulta prácticamente imposible.

Sin ser gran conocedora de la cultura Waorani, lo visto, oído y leído me ha permitido formarme una idea de la historia pasada, el presente y el futuro de este pueblo que me resulta algo trágica.


Para entender su situación, lo primero sería tratar imaginarse un pueblo de unas 3000 personas, que viven repartidas en unas 20-25 comunidades en el territorio más biodiverso del planeta – el Yasuní – cuyo subsuelo está plagado de petróleo. Además resulta que hablan una lengua (el Wao-tededo o terero; Wao= gente, Tededo= idioma, así que su lengua se llama algo así como “el idioma de la gente”) que nada tiene que ver con otras lenguas amazónicas y que aun no ha sido catalogada por “los expertos”. Y que su forma de organización social y de interacción con el medio y el resto de la población no se adapta a “nuestros patrones”.

Para ellxs la selva es su hogar, el bosque “ömë” es el lugar seguro, y el mundo exterior resulta hostil. Se consideran descendientes del Jaguar y el Águila Arpía. Son un pueblo cazador, recolector y parcialmente agrícola, tradicionalmente nómada, aunque en las últimas décadas se han ido haciendo más sedentarios.

Al considerar la selva como su hogar son sus principales protectores, pues es su garantía de supervivencia. Así, la caza se realiza para comer (no la practican como “deporte” ni con un fin acumulador) y además es selectiva y con métodos tradicionales. Los instrumentos principales son la cerbatana con sus dardos impregnados en curare, una neurotoxina natural que inmoviliza a sus presas, y para las presas grandes (pecarís) la lanza, hecha de madera de chontaduro, un tipo de palma.

Viven en pequeñas comunidades, constituidas generalmente por familias. El hecho de ser grupos poco numerosos facilitaba la supervivencia basada en la caza. Por ello mismo es/era un pueblo guerrero, que defendía con su vida su territorio y fuente de sustento. Al parecer esas luchas entre clanes permitían el control demográfico necesario para su subsistencia, pues aumentando su población, aumentan sus necesidades totales y se perdería ese equilibrio con el resto de la naturaleza, es decir, las guerras Waorani no tenían un carácter conquistador o imperialista, ¿raro en este mundo, no?

Todas las esferas de su vida, economía, organización social y mundo espiritual son un ejemplo de adaptación continua al ambiente selvático y con un equilibrio más que sostenible.

Ni que decir tiene que para poder sobrevivir en la intensa selva han tenido que desarrollar de una manera especial sus sentidos, para ver la Boa Constrictor que nadie ve, oler a los pecarís a decenas de metros o escuchar cada movimiento del caimán y poder imitar sus sonidos de manera que estos respondan.

La mansa y equilibrada vida de este pueblo comenzó a tambalearse al inicio del siglo XX. La extracción del caucho, la llegada de los misioneros y con ellos nuevas enfermedades, la construcción de caminos, la apropiación de tierras y el inicio de la fiebre del oro negro hicieron que su universo se viese seriamente amenazado. Por ello comenzaron a defenderse como guerreros ante esos contactos hostiles, y así se les comenzó a llamar “aucas” que en kichwa significa salvajes.

Probablemente en el uso de un término tan peyorativo para los Waorani tuvo mucho que ver el Instituto Lingüístico de Verano, todo un descubrimiento que pone los pelos de punta. Resulta que este grupo/organización tenía como objetivo la traducción de la Biblia Evangélica a lenguas desconocidas, con el fin de evangelizar a esos grupos de personas. Pues bien, los mismos supieron de la existencia de los Waorani y en los años 50 iniciaron los trámites para la “salvación de sus almas”. Esto supuso fuertes choques con el pueblo Waorani, que sintiéndose amenazados sacaban sus lanzas cuando fuera necesario. Como el método directo no funcionó, consiguieron captar a una Waorani que llevaba tiempo viviendo en zona kichwa (tras huir de su comunidad al ser asesinado su padre), y gracias a ella, a Dayuma, consiguieron contactar con los Waorani hablando en su propia lengua, se llamó la “misión auca”. Finalmente los evangelizaron.

Parece que los intereses del altruista instituto trascendían lo religioso, pues contribuyeron a la concentración geográfica de los Waorani y la disminución de su “agresividad” permitiendo la entrada de más compañías petroleras en su territorio (parece ser que esta organización recibe financiación de la familia Rockefeller, que casualmente se dedica también al petróleo). Por lo mismo en 1980 fueron expulsados del país, el Presidente en la época era Jaime Roldós, cuya muerte en accidente de avioneta aun no ha sido esclarecida.

Esta transformación cultural, vivir como el hombre blanco y evangelizarse, supuso la división interna del pueblo Waorani, y una parte de ellos, siguiendo al líder Taga, decidieron adentrarse en la selva y continuar viviendo como siempre lo habían hecho. Son los Tagaeri. Se estima que inicialmente eran unos 30 y que su extinción en los próximos años es probable, pues no han dejado de ser hostigados por los Waorani (probablemente subvencionados por las petroleras), las propias compañías, y por sus encontronazos con los Taromenane, otro pueblo indígena en aislamiento voluntario, y que comparte problemas de supervivencia como sus eventuales adversarios. Para evitar más muertes el Gobierno ha declarado la zona donde supuestamente viven como “Zona Intangible”, sin embargo parece que los límites se reducen progresivamente según avanzan los pozos petroleros.

Por otro lado, los Waorani tampoco han estado exentos de acoso, manipulación y derribo por su propio estado con sus consecutivos gobiernos. Todo debido también al valioso hidrocarburo.  En este caso también obtienen algunos beneficios (comparables al de la salvación de sus almas), que son regalías en forma de placas solares, escuelas, cervezas, cocinas industriales u otras necesidades vitales.

El turismo, como siempre, es otro factor de condicionamiento, pues ahora que necesitan plata para mantener sus nuevas necesidades (comprar las chuches de la tienda, vestirse, viajar a la capital, poner gasolina a la canoa, comprar cerveza… ) el turismo aparenta ser la forma menos agresiva de hacerlo, incluso puede ayudar a dar a conocer su cultura. Otros muchos optan por trabajar para las petroleras, o simplemente cortar los pasos en las vías que comunican los pozos y a modo de peaje reclamar sus botellas de coca-cola.

Dos Wao (= gente) y cuatro "cowode" (= los no gente)

Al final, este viaje me ha hecho pensar en cosas muy esenciales, pero lo que más me impresiona, es que por unos motivos u otros, a este pueblo se le está haciendo vivir en menos de 50 años el cambio que nuestras sociedades vivieron en siglos, y sin embargo aparentemente se han adaptado a “nuestra selva” como si de su ömë se tratase. Esa capacidad de adaptación permite que el mismo tipo que tras correr dos horas tras una manada de pecarís, tropezó y se clavó una rama en la pierna teniendo que ser evacuado en avión para salvar su vida, se conecta conmigo por facebook vía internet satelital para posteriormente provocar a los monos chorongo imitando sus sonidos. O que el líder de una comunidad, que se ha visto reducida a su familia nuclear por “problemas internos”, se salvó hace menos de dos meses de una mordedura de serpiente porque la misma mordió previamente a su perro descargando casi todo su veneno. Salvó la vida después de abandonar su lanza y el pecarí que acababa de cazar, y flotar dos horas sobre un tronco río abajo para llegar a su casa. Esas dos marquitas de los colmillos atestiguan la hazaña, y por supuesto no le impiden manejar con increíble destreza las canoas a motor que transitan el río Shiripuno.


¿Qué será del pueblo Waorani de aquí a unos años?

Para que nos os lo perdáis, aquí os dejo un enlace de "Radio Waorani FM", seguro que entre bachata y bahata suena alguna canción Wao.

sábado, 8 de agosto de 2015

Ecuador XCVIII. Relatos Selvajes.


Para ver una boa consctrictor de varios metros de longitud, enrollada en las ramas de un árbol, con su cuerpo hinchado por el mamífero que acaba de ingerir, a unos 100 metros de distancia y entre una maraña de árboles de un bosque amazónico, debes tener los ojos de un Waorani.
Esta es con un gran zoom.
Los Waoranis son una de esas nacionalidades que componen el diverso Ecuador pero que tras evangelizaciones y extracciones petroleras se encuentran en grave peligro de extinción. Existen incluso dos facciones de ellos los Tagaeris y Taromenane que se encuentran en la actualidad en aislamiento voluntario dentro de la zona del Parque Nacional Yasuní.


Y es en este Parque considerado la zona más biodiversa del planeta por su riqueza en anfibios, aves, mamíferos y plantas, donde los gobiernos neoliberales en nombre de la necesaria rentabilidad del capital o donde los gobiernos progresistas en nombre de la mejora de las condiciones de vida de la población hacen lo imposible por su explotación. En él hemos pasado unos días maravillosos.


Ir a la “selva” en este país deja de ser un sueño cinematográfico y pasa a ser una realidad a escasos minutos en avión o a pocas horas en bus. También es cierto que la consideración de “selva” es muy relativa y también tiene que ver con nuestro imaginario nuevamente cinematográfico. Es evidente que las ciudades Amazónicas ecuatorianas con bosque secundario a su alrededor y plantaciones de palma africana por doquier no es lo que uno espera de la selva, tampoco si tenemos en cuenta sus edificaciones recientes y sin planificación arquitectónica o su ambiente de Pantaleón y las visitadoras, pero siempre guardan cierto encanto alrededor de los majestuosos ríos que las cruzan y que sin remedio acaban en el Amazonas.


Una de estas ciudades es El Coca, lugar desde donde Francisco de Orellana se adentró para “descubrir” el Amazonas (cuántos no vivían ya en sus orillas), y también desde donde después de admirar el rio Napo que la embellece, nos dirigimos dos horas en bus y cuatro en lancha por el rio Shiripuno para llegar al destino final.


Sin fin
Desembarcamos en uno de sus infinitos meandros, donde esperan unas cabañas de bambú con hamacas que harán de nuestra estancia un lujo. Cuando consigues llegar a sitios así lo primero que sientes es una tremenda paz, como que el tiempo de alguna manera se hubiera detenido mientras que tu cotidianidad quedó al otro lado. La selva en realidad te apabulla, el verde lo inunda todo, te asfixia en el buen sentido y los ríos son tu salvavidas. Desde un punto de vista macro tiene una belleza monótona pero vista de manera micro no para de sorprenderte y de mostrarte vida a cada instante.


Recorrer las aguas negras, café o rojizas de un río amazónico, quedarte en uno de sus remansos a oir y contemplar, detectar el vuelo de un guacamayo, un tucán o una oropéndola, intentar adivinar la figura de un mono entre las ramas, escuchar como un caimán responde al guía waorani y comienza a chapotear en la orilla a escasos metros de tu canoa, percibir la estampida de un grupo de pecarís en medio del bosque al cerciorarse de tu presencia marcando a su vez su territorio con un fétido olor, descubrir a una familia del roedor más grande del mundo (la capibara) protegiéndose entre sí ante tu cercanía, ver el camuflaje de insectos y anfibios, ver hongos reflectantes en un paseo nocturno, sentir la naturaleza viva y que no es un teatro puesto ante tus ojos es algo difícil de olvidar y muy difícil de expresar en palabras.


Por ello esta realidad que me parece como paralela, cada vez me gusta más, y ahora aún más después de haber tenido contacto con el mundo waorani.


Es muy posible que nuestro conocimiento de estos pueblos los termine llevando a su desaparición pero al menos nos quedará el triste consuelo de que produzca en nosotrxs una reflexión acerca de nuestra manera de vivir.


Lo pequeño es bello...
...lo grande también.