domingo, 31 de agosto de 2014

Ecuador LXVIII. Alerta: ¡¡Terremoto!!




El pasado martes 12 de Agosto la tierra tembló en Quito.

Ecuador se encuentra en el cinturón de fuego del Pacífico, zona de costa pacífica del continente asiático y americano, que se caracteriza por alta actividad sísmica y volcánica debido al movimiento de placas tectónicas.

Ya sabíamos de la fuerza de la naturaleza en este país, lo contaba en la entrada de “Los miedos” hace ya un año, pero hasta ahora no la habíamos sentido tan cerca. Más de una vez nos hemos acercado tímidamente al volcán Tungurahua sin conseguir ver sus borbotones de lava o sus nubes de ceniza, y en cuanto a los sismos, hasta ahora, nada de nada. Eso sí, casi por cualquier lugar del país (incluida mi querida Esperanza) ves letreros que indican puntos seguros en caso de sismos, erupciones volcánicas o llegada de ovnis.

Ahora comienza nuestra pequeña aventura sísmica.

Tras volver de nuestro viaje por Guate y Bogotá, y una vez solucionados mis “problemillas diplomáticos” en Quito, pusimos nuevamente rumbo a Ibarra, dudando si quedarnos un día más para disfrutar de la city con Henar y Lucas. Afortunadamente decidimos marcharnos, y es que el día después de nuestra partida, la falla geológica que recorre casi todo el norte de Quito se activó después de muchos meses silente. Fue un temblor de 5,1 en la escala Richter, pero como fue bastante superficial, dejó algunos estragos y 5 víctimas. Entre los desperfectos, se cerró la carretera Panamericana, que nos trae a Ibarra, así que nos habríamos quedado bloqueados entre barrancos y precipicios.

Nuestrxs amigxs Lucas y Henar, que ya tienen experiencia en sismos, vieron como bailaba su oficina, y parece que en el aeropuerto cundió el pánico, de hecho permaneció cerrado unas horas.

Ese mismo día andábamos deshaciendo maletas en la tranquila Ibarra, y como están haciendo obras en la calle de enfrente, al pasar la apisonadora le dije a David: ¡¡mira, un terremoto!! Después supimos la noticia, y aunque hubo gente que lo notó aquí en Ibarra, con nuestra apisonadora era imposible distinguir nada. (el movimiento de esa maquina debería estar catalogado en la escala de Richter como en un 4,3).
Durante la semana hubo algunas réplicas, todas de menor intensidad, pero con daños materiales, heridos e incluso una víctima más.

Alerta: ¡Ovnis!
Nosotrxs nos preparábamos para recibir nuestra última visita antes del viaje a España. Joana y Marco llegaban desde Suiza el viernes, y desde que llegaron el tema de los sismos fue bastante recurrente en las conversaciones. De hecho esa misma mañana Marco nos dijo: “está temblando” y efectivamente, muy sutilmente se notaba un temblorcillo, no muy intenso porque estábamos en la calle. Llamé a Lucas y Henar que viven en un piso más alto y confirmaron el temblor. Había sido de 4,9…

Ese día paseábamos con la sensación de que en cualquier momento podía pasar algo, pero con calma. Después vimos que suspendían un concierto al aire libre y las funciones en la casa de la Cultura como medida preventiva. Nosotrxs como si nada fuimos a darnos un prometido homenaje en un restaurante japonés (qué mal vivimos!).

¡¡Ahora viene lo bueno!!

Al salir, nos encontramos casualmente con nuestro amigo Davide, nos saluda algo nervioso, y tras dudar un poco nos comenta que una amiga ha recibido una llamada de un familiar que trabaja en el Instituto Geofísico de Guayaquil y le han dicho que se preveía para esa misma noche a eso de las 00:00 un terremoto (no un temblor, un terremoto!!) bastante intenso y con muchas réplicas. Él, su pareja embarazada de 40 semanas y dos amigas más iban al parque de La Carolina, uno de los puntos seguros. Se despidió con solemnidad, y nos deseó suerte, eran las 23:00. (Qué bestia Davide!!!)

Nos quedamos de piedra, subidón de adrenalina y nos pusimos a pensar, “¿qué hacemos?”. Por mayoría absoluta e inmediata decidimos salir por patas hacia ese parque, que estimábamos a más o menos una hora a pie. (ni se nos ocurrió pasar por casa que estaba a 3 minutos a coger mantas, agua, linternas...) Por el camino fuimos haciendo planes de emergencia, “en caso de temblor miramos la carretera, y si no viene ningún coche nos vamos al centro, nos abrazamos y nos tapamos la cabeza”, “sí, sí, pero apaga el móvil para reservar la batería por si acaso…”.
Amábamos mucho la vida esa noche...

Los primeros 10 minutos me temblaban las piernas, y el cuerpo entero, por suerte Joana es psiquiatra, le pregunté si tenía ansiolíticos en el bolso y dijo que creía que sí…maravilloso efecto placebo el de las palabras.

Sonrisas de alivio a las 23:40
Avisamos a Henar y Lucas, y decidieron optar por la calma y quedarse en casa, eso sí, preparando un kit de emergencia incluyendo una foto de un tío marinero, un portaminas y una lata de fabada. Como decía Lucas el día siguiente, pura poesía.

Una vez superado el pánico inicial comenzamos a preguntarnos si se podría predecir algo así con tanta precisión mientras Marco empezaba a arrepentirse de habernos conocido. Las dudas serias aparecieron cuando vimos la gente feliz y tranquila en la puerta de un par de garitos y cuando nos adelantó una chiva (camión donde la parte de atrás es una especie de disco móvil). Serían ellxs ignorantes, o nosotrxs demasiado peliculerxs.

A las 23:50 llegamos a nuestro destino, reencontrándonos con Davide y compañía. Había otra familia más de unas 12 personas tumbadas en el suelo con sacos de dormir, y alguno casi roncando. Preguntamos en la comisaría de policía que había al lado y dijeron que no había ninguna información, que el Presidente había hecho un comunicado con el Alcalde llamando a la calma.

Nos sentamos en el suelo, ya más tranquis y empezando a preguntarnos qué haríamos y en qué momento decidiríamos irnos a casa, porque hacía un frío…
A las 00:30 no había ocurrido nada aún, y como empezábamos a tiritar, esta vez por la temperatura, decidimos hacer una cucharita familiar. Davide nos prestó una manta de Iberia, nunca me habían parecido tan útiles y tan finas a la vez. A las 02:30, sin haber sentido nada de nada decidimos abandonar el campamento (y más viendo que el resto de las familias se iban a casa a dormir porque no aguantaban el frío). Regresamos a casa en taxi, y el taxista se estuvo riendo un rato de nuestra ingenuidad, el fue el primero en hacerlo, pero no el último…

Cucharilla de supervivencia
Yo una vez en la cama calentita me alegré de haber vivido esa aventurilla. Seguro que Davide le hablará a su hijo Ernesto más de una vez que podría haber nacido en un parque en medio de la apocalipsis. Pues durante unos minutos yo pensé que a las doce en punto, toda todita la ciudad se iba a venir abajo. Demasiadas películas.

Esa noche dormimos felices de puro agotamiento, y la mañana siguiente nos recibió con un nuevo temblor de 4,3, esta vez noté perfectamente cómo se movía la cama. Y con eso, mis ganas de sentir un terremoto han quedado satisfechas.

Gracias Pachamama por no darle más duro, gracias Joana y Marco por traer tanto ajetreo al Ecuador, y gracias Davide por tan bonita y fresca aventura…

¡Quito temblando, de frío!

martes, 19 de agosto de 2014

Colombia I. Bogotá: La Berlín de los Andes


Por fin arribamos a la Gran Colombia, todo el mundo nos había hablado muy bien de sus paisajes y sobretodo de su gente. Sin embargo por el momento no podemos decir mucho, hemos tenido apenas una escala de tres días en su capital, eso sí han sido suficientes para saber que volveremos.

L'América cosmopolita

Nada más llegar lo primero que te resulta familiar es ese acento que en la televisión europea suele tener cabida sólo para narcos o delincuentes, un estereotipo absurdo más, de nuestro occidente de delincuentes de guante blanco. Y detrás de esta acogida familiar, está Bogotá. A pesar de sus 2600 metros de altura, casi como Quito, es menos verde y montañosa que este y quizá salvo en la altura en pocas cosas más se asemejen.

Al poner los pies en la calle sientes que por fin te encuentras en una gran ciudad, atrás queda la sensación de vivir en un pueblo que tienes en cualquier lugar del Ecuador. Las calles y avenidas son aglomeraciones de gente que viene y va, en ellas el indígena apenas tiene presencia y si una ciudadanía muy cosmopolita y con aire europeo, aunque orgullosamente latinoamericana.

Nos alojamos en el barrio de La Candelaria, barrio céntrico de casitas bajas y calles estrechas y empedradas que terminan en la ladera del Monserrate, monte de unos 3100 msnm desde donde se pueden divisar los confines de la ciudad. El barrio tiene atractivo por su magnífica ubicación (Plaza Bolívar, Museo Botero, Biblioteca Gabriel García Márquez…), por su fisonomía y por lo que ofrece. Está lleno de pequeñas salas de teatro, bares, restaurantes, lugares de encuentro, vida alternativa, y aun así conserva un aire propio no pareciendo en ningún momento un barrio turístico y sin alma. Por momentos podrías sentirte como en Lavapiés.
La ciudad está llena de vida, se respira cultura en sus calles, no tiene pared sin grafiti, no tiene muro sin voz, hay música, pero sobretodo hay juventud. Una juventud que está llamada a revertir esas enormes diferencias sociales que también hemos percibido, mucho más que en el Ecuador. La investidura del Presidente Santos durante nuestra estancia no es un buen augurio.

Apenas han sido tres días pero los hemos disfrutado muchísimo, teatro, cine, exposiciones callejeras, planetario y ganas de descubrir un país que también tiene, Amazonía, más de diez cinco-miles, valles cafeteros, costa pacífica y caribeña y mucha historia latinoamericana.

Aunque nunca estuve en Berlín, todo el mundo me habló maravillas de la ciudad y de su ambiente cultural, en mi imaginario debe parecerse mucho a BOGOTÁ.
Bogotá en las alturas

jueves, 14 de agosto de 2014

Guatemala VII. Verde, verde, verde.

 
A Guatemala la definía su escritor más reconocido Miguel Ángel Asturias, como una tierra verde, verde, verde, pero para mí sería aún más acertado decir que Guatemala es verde, agua y fuego. Aunque esto que digo tiene algo de inapropiado debido a la actual sequía que está provocando importantes pérdidas en la cosecha del maíz, alimento básico nacional.
Agua y fuego
Cuando uno recorre este pequeño país centroamericano al que se le robó la actual Belice observa la exuberancia del verde, del agua y los vestigios dejados por el fuego volcánico.   

El verde recorre todo su territorio, desde el verde de los bosques húmedos donde pasea su hermosa cola el quetzal (pájaro y moneda nacional), al verde del altiplano repleto de maizales y cafetales o al verde plano e infinito de plantaciones de palma africana en el norte selvático. El agua lo inunda todo, los lagos crecen sin parar hasta cercar volcanes y templos mayas, los ríos  inabarcables pero tranquilos ponen rumbo al Caribe y Pacífico y las aguas subterráneas en entonos calizos moldean cuevas y piscinas naturales bellísimas, agua y más agua que te reconcilia constantemente con la vida. Y finalmente el fuego que emana de lo profundo de la tierra ha moldeado y moldea la orografía del país y la geografía humana de manera cíclica.
Verde y agua
Ha sido un placer contemplar esos amaneceres de volcanes lanzando fumarolas en La Antigua o Atitlán, esos atardeceres en las ruinas mayas y asistir a esas monumentales tormentas nocturnas en el Caribe.

Pero Guate es más que su indudable belleza natural, es cultura maya, es tradiciones que se entremezclan con la evangelización invasora, es amabilidad, es artesanía y más artesanía, es huipil y es olor a tortilla de maíz. Pero a Guate también le sobra mucho, le sobra tanto gringo de viaje, tanta cultura asimilada del gigante cercano, tanta inversión e invasión judía, tanto peso de la iglesia católica y evangélica, tanto político mediocre que nunca sirvió al pueblo, tanta catástrofe natural y sobretodo tanta violencia que les ha azotado y les azota porque la falta de justicia continua engendrándola.

Ha sido nuestra primera incursión en Centroamérica y ahora a Bogotá pasando brevemente por El Salvador, qué feliz me hace volar por Sudamérica sin necesidad de cruzar el charco.

Ah, y si vas a Guate No Te Pierdas al mejor guía chapín del país, gracias Guille.

Siguiendo al guía
 

martes, 12 de agosto de 2014

Guatemala VI. Antigua…y de nuevo Atitlán

Desde que llegamos a Guate, y ante la más que probable visita a Antigua, me rondaba continuamente la cabeza la canción de Bunbury “El extranjero”, y me preguntaba ¿por qué quisiera morir en Antigua?

Tenía ganas de descubrirlo y parecía que nuestro viaje iba a acabar en ese misterioso lugar, como una guinda coronando el pastel.

La ciudad se llama así porque era la antigua capital del país, pero la naturaleza, con erupciones volcánicas y devastadores terremotos obligó a trasladarla a su ubicación actual, Ciudad de Guatemala.

Ahora es uno de los principales atractivos turísticos del país. El lugar es como una postal, calles empedradas haciendo una cuadrícula perfecta en la que palacios impresionantes se intercalan con ruinas de los últimos terremotos, decenas de iglesias coloniales, algún parque y vistas espléndidas a los volcanes más cercanos, Agua, Acatenango y Fuego (este último suelta fumarolas diariamente, ya habíamos podido verlas desde el lago Atitlán).













Otro de los atractivos de Antigua es el acenso al volcán Pacaya, en el que hasta hace no mucho de podía ver lava incandescente a pocos metros de tus pies. Cuando subimos nosotrxs no había lava, sí algunas fumarolas, pero el calor que emana de la lava ya solidificada permite cocinar nubes de gominola.








Al final pasamos poco tiempo en Antigua, quizás por eso no llegué a entender por qué Bunbury elegiría este lugar para morir…

A mí me impresionó bastante más el lago Atitlán, y aunque David ya os contó, como volvimos a Panjachel antes de finalizar nuestro viaje chapin, yo quisiera contaros mis impresiones, pues me pareció un lugar bien especial.

Aunque no sea lo más bonito, voy a empezar con algo que me avergüenza un poco reconocer, pero voy a confesarme…lo primero que sentí al llegar al lago (era de noche y la vistas no eran apreciables), fue un apetito inmenso de consumismo…la artesanía, especialmente la textil, me enloqueció. El momento más duro fue en el mercado de Chichicastenango, a casi dos horas del lago, una locura de colores y tejidos. Era todo tan bonito que me daban ganas de comérmelo. Este sentimiento me invadió durante todo el viaje, y creo que me contuve todo lo que pude…

Y dejando lo material para pasar al encanto real del lago, os diría que es bien coqueto, cambia de aspecto a cada rato, los colores de los volcanes, las nubes, la luz del sol…no habrá dos momentos iguales. Además desde cada uno de los pueblos que hay en su orilla hay una visión distinta, a cual más hermosa.

Como no voy a describiros cada uno de los pueblitos que vimos, os voy a contar lo que se me ha quedado de cada uno (que no os sorprendan los nombres, no fue casual que eligieran los nombres de apóstoles y otros santos para “ayudar” a la conversión católica).

En San Andrés nos cayó una granizada tremenda en medio de la milpa (sembrados de maíz), y luego apareció ante nosotrs una criatura sensacional, Rosita, con quien jugamos al futbol y comimos maíz asado…
Rosita nos ordena por tamaño para los penaltis















De San Antonio de Palopó me quedaría con el atardecer desde el muelle, los grupitos  mujeres con sus lindos huipiles azules, y con "la seño" que tejía arrodillada en un telar.



San Marcos será sinónimo de baño en aguas cristalinas...

















En Santiago descubrimos al Maximón, una especie de concentración de divinidades en una figura humana producto del sincretismo religioso y paseamos en las ajetreadas calles un domingo de mercado, cuando muchos hombres se ponen sus mejores galas para sentarse en la plaza.

San Pedro fue sorprendente por la fuerte presencia de judíos y la cantidad de murales reivindicativos y pintadas sobre Jesucristo en las paredes de las calles.


Y por último Panajachel, nuestro campamento base. Me impresionó descubrir la orilla a ritmo de bachata, el nuevo imperio musical…pero la huellita en la memoria será la imagen de los tres volcanes (San Pedro, Tolimán y Atitlán) custodiando la orilla suroeste del lago. Y bien curioso el cementerio, donde mirando la lápida una puede saber a qué se dedicó la persona en vida, o los bautismos evangélicos en la orilla los domingos.
Total, que lo pasamos fatal en el lago…


Y ahora sí, para acabar mis relatos chapines, y aunque no viene mucho al caso, os voy a recomendar un lugar maravilloso para comer en la capital (por si un día tenéis la ocasión de conocer Guate), es el restaurante de la Señora Pu, antropóloga y cocinera que prepara comidas deliciosas con una elegancia que hipnotiza. Tiene tanto atractivo comer, como ver cómo cocina, yo me enamoré.


miércoles, 6 de agosto de 2014

Guatemala V. Mundo Maya, Mundo Garífuna.

La cultura Maya me resultó atractiva desde el primer día, así que llegar a Tikal, en el Petén, conjunto arqueológico conocido como la cuna de lxs Mayas, fue toda una experiencia.

Acompañadxs por Cesilia pudimos descubrir templos, pirámides y palacios envueltos en una exuberante selva o bosque tropical. Era muy bonito tratar de imaginar la vida en esa gran urbe hace siglos. Todo el tiempo nos acompañaba el sonido de monos aulladores, las piruetas de los monos araña, la ilusión de ver tucanes y la presencia de otros animales exóticos como el ocelote o los incansables mosquitos. Lo de los tucanes se cumplió gracias a Guille, por su truco y por su vista de pájaro...

 









El conjunto arqueológico de Yaxhá resulta más modesto en cuanto a la cantidad de edificios descubiertos (la mayoría siguen cubiertos por tierra y vegetación, como si fuesen simples montecitos en medio de la selva), sin embargo es un lugar con una ubicación increíble en la orilla de un lago y además es, con diferencia, menos visitado, así que la puesta de sol en lo alto de una de sus pirámides fue uno de los momentos del viaje que perdurarán en el recuerdo.
 


La arquitectura Maya es increíble, igualita al ladrillo y pladur actual. En cualquier caso todos los edificios que vimos pertenecían a las clases poderosas. De los lugres donde vivían las clases bajas no quedan restos, debían construir todo con materiales “biodegradables” afortunadamente para la naturaleza, y desafortunadamente para nosotrxs, que no podemos descubrir si sus barrios se parecían a los de ahora. Me pregunto qué aspecto tendrá dentro de unos siglos la zona que ahora ocupa el Monte Sinaí de Guayaquil, los slums de la India o la zona 18 de Ciudad de Guatemala. ¿Cómo interpretarán los futuros la uralita? ¿Y las lonas de plástico azul? ¿Medirán el desarrollo de nuestra civilización por las letrinas fosilizadas que encuentren?


De las culturas “ancestrales” a veces lo que perdura es la esencia, porque algunos pueblos fueron arrancadas de su tierra para ser utilizados como esclavos en otras partes del mundo. Algo así ocurre con lxs Garífunas un grupo étnico resultado de la mezcla de esclavxs de la zona que hoy día es Nigeria, con los indígenas Caribes y Arahuacos allá por el siglo XVII. Al igual que en el caso de los afroecuatorianos, en este caso también fue un naufragio lo que permitió esta fusión y evitó que finalmente fueran esclavizadxs.

Actualmente lxs Garífunas habitan en varios países de Centroamérica, en Guate se concentran en Livingston, en la costa Caribeña (lo poco que le quedó a Guatemala de esta tras perder Belice).

Antes de meternos de lleno en el mundo Garífuna hicimos noche en Río dulce, con una tormenta como de fin del mundo, al día siguiente, cuando llegó la calma, nos subimos a una lancha y seguimos el cauce el río hasta su desembocadura, disfrutando por el camino de las casas flotantes, la exhibición de lxs timidxs manatíes y un baño en aguas termales en plena orilla del río.


La esencia de la Cultura Garífuna se nota en las personas por su ritmo lento dominado por el calor, su contoneo al caminar y su alegría, decorada muchas veces con un toque de dejadez.  Y la influencia del Caribe, con la gastronomía enriquecida con coco (¡viva el tapado!) y esas bestiales tormentas veraniegas (cuyos resplandores y ruidos ensordecedores trasportaron  David a Gaza ayudado por los pies que hablaban)
El famoso y delicioso Tapado Garífuna

A una hora a pie de Livingston (15 minutos en lancha) se encuentra siete altares, un río que fluye por una escalera de roca de tamaño gigante formando 7 cascadas y pozas, dando el aspecto de altares. El resbaladizo y en ocasiones peligroso paseo tuvo su recompensa con el baño en la última de las piscinas naturales. Rematamos el día con un coco-loco en la Playa Blanca.

¡Qué ricas las mezclas de culturas!

¡Qué ricas las mezclas de colores de piel, tamaños, lenguas, ritmos…!

¡Qué ricas las mezclas de sabores e ingredientes!

¡Qué rico viajar y conocer!

Y qué rico con tan linda compañía…

domingo, 3 de agosto de 2014

Guatemala IV. Recorriendo las Verapaces.


No sé por qué yo siempre me había imaginado Guatemala más bien llana, y resulta que es como un papelillo verde totalmente arrugado, una de las zonas más verdes, y más arrugadas es la de las Verapaces, donde nos dirigimos al salir de hechizante lago Atitlán.

 
 
Nuestro objetivo inicial era conseguir ver el Quetzal, ave nacional y animal con un aspecto mágico, por su colorido intenso y su cola de casi un metro. Para ello nos adentramos en los montes del Biotopo del Quetzal y nos pegamos un buen madrugón para ver al animal esquivo. Pasamos varias horas esperando pacientemente que apareciera, y dejándonos el cuello tratando de verlo en las copas de los árboles donde suele acudir a comer frutos. Cuando estábamos planteándonos abandonar conseguimos verlo (gracias a una familia holandesa que nos avisó), fue toda una emoción, aunque hubiera sido mayor si mantuviera la cola (en esta época del año la pierden). Conseguir una buena foto fue tan complicado como con las ballenas.

Lo más cerca que estuvimos del Quetzal con cola fue una pluma y Thor Janson, probablemente el tipo que tiene mejores fotos del animal que da el nombre a la moneda de Guatemala. Conocimos a este hombre en el lugar donde los alojábamos y fue toda una experiencia.
Foto de Thor Janson

 


Seguimos hacia el norte de Alta Verapaz, allá nos esperaba una cueva impresionante llena de figuras creadas con sus  estalactitas y estalagmitas. Lo más impresionante de esa cueva era el momento del atardecer, cuando miles de murciélagos salían de la misma para hacer su comida nocturna. Como muy bien nos recomendó nuestro guía particular (¡ese Guille!) nos quedamos justo en el orificio de salida de la cueva, y una vez superado el miedo inicial y viendo que los murciélagos hacían todo tipo de cabriolas para esquivarnos, conseguimos disfrutar de la experiencia.
 

Esa noche nos esperaban nuestras “celditas” para dormir, en una parte del hotel que la recepcionista (simpática Lucero) llamó “El sótano”. Más allá de algún sapo de medio kilo, no tuvimos muchos visitantes del reino animal esas noches.

Otro día hicimos una excursión que a mí me quitó las palabras… El sitio se llama Semuc Champey, que en lengua Q’eqchí significa algo así como agua que pasa por debajo. Viendo el lugar se entiende fácilmente el nombre, es un río que se mete bajo una zona de roca caliza haciendo una cueva, y que en la parte superior tiene unas piscinas naturales de ensueño. Disfrutamos una vista casi aérea desde un mirador en lo alto de una loma y luego bajamos a disfrutar de tan maravilloso lugar. Una de las atracciones, además de ir saltando de piscina en piscina, fue tener decenas de pececillos revoloteándote los pies y piernas mientras intentaban comer la piel muerta o mugre acumulada…

 


 
Y tras esta experiencia intensa, pusimos rumbo al norte, zona selvática regada de conjuntos arqueológicos mayas…