Muchas sorpresas agradables desde que aterrizamos en Quito:
los primeros paseos por esta ciudad constituyeron nuestra primera sorpresa, a
pesar de tener avisos previos. Quito es una ciudad que parece estar cruzada por
valles y laderas que se cruzan entre sí como un laberinto; pasear por esta
ciudad, en la que para pasar de una calle a la paralela, a veces, hay que bajar
por unas escaleras en zig-zag, supone que cada vez que te mueves diez metros es
como si hubieses corrido quinientos…Y eso que veníamos de la Sierra Norte de
Madrid a lo que en el museo etnográfico de Ibarra llaman Sierra Norte de los
Andes ecuatorianos…esos 1.500 metros de diferencia en altitud ¡se notan!
Es cuestión de aclimatarse, porque una semana después, un
poco después de saludar a una tranquila llama nos dimos un paseo de cuatro
kilómetros por la laguna que hay a los pies del Cotopaxi, a 3.892 metros de
altitud, y Tita iba fumando; o un paseo de catorce kilómetros rodeando la
laguna que hay en el cráter del volcán Cotacachi a 3.100 metros de altitud.
La población indígena
Es muy bonito contemplar a esta gente caminando por la
ciudad o sentadas en sus parques; ellas con unos trajes llamativamente
coloreados, con collares de perlas doradas de varias vueltas; ellos con sombrero oscuro, pantalón claro y
larga coleta que casi llega a la cintura; y las niñas y los niños colgados en
las espaldas de sus madres hasta los dos o tres años y que destacan por esos
grandes ojos negros, que se ven desde la acera de enfrente.
La sabiduría ancestral
Ruth, de médicos del Mundo, me invitó a asistir a dos
talleres de trabajo que se iban a realizar, en diferentes días, en la comunidad
del valle del Chota (comunidad afro) y en la de Carolina (mixta de afro y
mestiza o indígena). El trabajo se hacía con las personas de estas comunidades que tienen esa llamada sabiduría ancestral y que trabajan
con la población en lo que en nuestra sociedad se llamaba curandería. Estas
personas, la mayoría mujeres, trabajan como parteras (matronas tradicionales),
hierbateras (curan con plantas el “malaire” y el “ojeado” a cualquier persona, o
el “espanto” en la población infantil) y fregadores (que dan friegas). Acompañé a Pame (Pamela),
nutricionista, una mujer ecuatoriana que lleva años trabajando con esta gente,
que conoce muy bien cómo son y lo que hacen; y viajamos con Gonsalito, el
conductor, también ecuatoriano; joven,
soltero y una gran persona que trata con mucho cariño a esta gente y además
conduce muy bien por estas carreteras en las que los adelantamientos prohibidos
en señal o en las líneas de la carretera, son simples embellecedores…
Las mujeres del valle el Chota eran muy graciosas y me
despidieron diciendo “esperamos que no sea ni la primera ni la última vez que
nos visita” (debe ser una frase hecha) y me recitaron una copla cada una,
aunque luego algunas hicieron varios bises….¡entrañable!...es una pena que la
censura no me deje meterlas en el blog, porque son “picantonas”.
Despedida
Me voy con la envidia de que Lucía y David van a vivir un
tiempo en una sociedad que cambia a mejor, una revolución ciudadana, que está
en marcha…Como muestra, el gobierno dice que “los problemas de mercado se deben
solucionar con soluciones de mercado y no políticas”, así pues han obligado a
los bancos a que creen un fondo, un depósito, para que si un banco entra en quiebra,
de ese fondo se devuelve el dinero a las personas que tenían ahí sus depósitos
y se paga al personal que trabajaba allí…¡el estado no pone ni un céntimo para
solucionar “la crisis bancaria”!
Me voy con la satisfacción de haber pasado unos días muy
bonitos y con la sensación de que Lucía y David pueden pasar aquí una buena
temporada, haciendo cosas importantes y pasándolo bien o muy bien.
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