viernes, 23 de mayo de 2014

Ecuador LVI. La gran final.



Parece un título apropiado para el derby madrileño que disputará la final de la Champions en estos días, sin embargo el origen del mismo tiene que ver con la película que en 2006 realizaba el director Gerardo Olivares. Esta contaba tres historias paralelas que mostraban las peripecias de unos “hombres” que en diferentes zonas remotas y aisladas de nuestro planeta vivían obsesionados con poder ver la final del Mundial de fútbol del 2002. Las tres ubicaciones eran el desierto del Sahara, la estepa de Mongolia y la selva Amazónica. Y esta película que ya había visto hace un tiempo vino a mi cabeza en el día de ayer cuando emprendí un largo viaje para poder depositar mi voto en el consulado español de Quito, ante las inminentes elecciones 
europeas.

Ibarra amaneció como los últimos días, aparentemente despejada, mostrando con claridad la inmensidad de unos volcanes que por una larga temporada se habían hecho de rogar. El mes de mayo está siendo de lo más nublado e incluso lluvioso, pero parece que a la temporada de lluvias de la sierra le quedan los días contados. Es maravilloso ver como esas montañas iluminadas por el sol ganan la batalla a unas nubes que no obstante siguen apareciendo para no dejar que haya dos momentos iguales al día.

Y de esta manera iniciaba el día, con mi papeleta en el sobre electoral desde la noche anterior y a la espera de comenzar mi “gran final”, no con tanta ilusión como los protagonistas de la peli, pero si con las ganas de pasear un ratito por la capital.

Ya en la terminal y después de un retraso de casi una hora en la salida, el bus comenzó su deambular por la orografía andina al compás de Vicente Fernández, esas rancheras y boleros terminan causándote peor efecto en el cuerpo y mente que las propias curvas de la Panamericana. Por “suerte” las canciones se veían interrumpidas una y otra vez por vendedores de manichos (galletas de chocolate), barriletes (como los tico tico), fritaditas calientitas, bizcochos de Cayambe recientitos, manzanas y granadillas fresquitas e incluso por un egresado en medicina natural que nos sermoneó durante el tramo final para vendernos unos polvos que combatían a los parásitos que copan todas esas comidas que previamente se habían paseado por el pasillo del bus. Una vez en Quito me esperaba otra hora de bus urbano, recorriendo la ciudad hacia el centro donde se ubica el consulado. Los vendedorxs vuelven a acompañarme, mientras el sol ilumina todo el valle quiteño, alargando su figura y tu vista muy muy al sur. Una vendedora de cd´s musicales te muestra con su pequeño reproductor algunos cortes de bachatas, baladas, pasillos... y “te sorprende” porque detrás de su aspecto de trabajadora informal infatigable, luce en su muñeca la pulsera colorida de apoyo al nuevo alcalde Rodas.

Llego a mi destino, entro en el consulado, situado en La Pinta entre La Niña y la Santa María (muy apropiado), y me encuentro con una primera bofetada, es el altanero guardia civil que te suele recibir y que tiene una actitud que deja bastante que desear. Te parece retroceder 9000 km en un instante. Pasado este primer choque, me toca esperar en una salita donde bajo mis pies y bien mullidita se encuentra una alfombra con el escudo del reino ya algo sucio y finalmente paso a la dependencia donde custodiada por una amable funcionaria aguarda la URNA. Introduzco el voto por la ranura y pienso: “va por tu caída”, mientras miro la foto que domina toda la habitación y que no sé ha sido colocada para la ocasión.

He cumplido con mi deber sagrado como ciudadano (nunca me había costado tanto, físicamente quiero decir), y me siento pleno por tener la suerte de pertenecer a uno de esos “países democráticos”. Aunque es verdad que en bastantes ocasiones había objetado a este derecho o incluso por error había introducido algo no permitido en la urna, en esta ocasión y aún siendo la votación para una de las instituciones menos democráticas y representativas que hay, parece que la lejanía me motivó a introducir mi voto antisistema en ese lugar donde no caben nuestros sueños. Y como digo, después de cumplir y realizar una queja porque a más del 50% de los residentes en Ecuador (incluida Lucía) no nos han llegado las papeletas para poder votar, me dirigí al mejor momento del día que era compartir un encebollado mixto (marisco-pescado) con el Lucas.

Y ahora, mientras el derby se disputa en Lisboa, y vosotrxs entráis en reflexión, nosotrxs celebraremos el 192 aniversario de la batalla de Pichincha donde el ejército de Antonio José de Sucre vencía a las tropas españolas y conducía a la liberación de Quito dentro de las guerras de independencia hispanoamericanas.

Y el domingo al mediodía ecuatorial a celebrar con champagne una nueva victoria.

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