Parece un título apropiado para el derby madrileño que
disputará la final de la Champions en estos días, sin embargo el origen del mismo
tiene que ver con la película que en 2006 realizaba el director Gerardo
Olivares. Esta contaba tres historias paralelas que mostraban las peripecias de
unos “hombres” que en diferentes zonas remotas y aisladas de nuestro planeta
vivían obsesionados con poder ver la final del Mundial de fútbol del 2002. Las
tres ubicaciones eran el desierto del Sahara, la estepa de Mongolia y la selva Amazónica.
Y esta película que ya había visto hace un tiempo vino a mi cabeza en el día de
ayer cuando emprendí un largo viaje para poder depositar mi voto en el
consulado español de Quito, ante las inminentes elecciones
europeas.
Ibarra amaneció como los últimos días, aparentemente
despejada, mostrando con claridad la inmensidad de unos volcanes que por una
larga temporada se habían hecho de rogar. El mes de mayo está siendo de lo más nublado
e incluso lluvioso, pero parece que a la temporada de lluvias de la sierra le
quedan los días contados. Es maravilloso ver como esas montañas iluminadas por
el sol ganan la batalla a unas nubes que no obstante siguen apareciendo para no
dejar que haya dos momentos iguales al día.
Y de esta manera iniciaba el día, con mi papeleta en el
sobre electoral desde la noche anterior y a la espera de comenzar mi “gran
final”, no con tanta ilusión como los protagonistas de la peli, pero si con las
ganas de pasear un ratito por la capital.
Ya en la terminal y después de un retraso de casi una
hora en la salida, el bus comenzó su deambular por la orografía andina al
compás de Vicente Fernández, esas rancheras y boleros terminan causándote peor
efecto en el cuerpo y mente que las propias curvas de la Panamericana. Por “suerte”
las canciones se veían interrumpidas una y otra vez por vendedores de manichos
(galletas de chocolate), barriletes (como los tico tico), fritaditas
calientitas, bizcochos de Cayambe recientitos, manzanas y granadillas
fresquitas e incluso por un egresado en medicina natural que nos sermoneó
durante el tramo final para vendernos unos polvos que combatían a los parásitos
que copan todas esas comidas que previamente se habían paseado por el pasillo
del bus. Una vez en Quito me esperaba otra hora de bus urbano, recorriendo la
ciudad hacia el centro donde se ubica el consulado. Los vendedorxs vuelven a acompañarme,
mientras el sol ilumina todo el valle quiteño, alargando su figura y tu vista muy
muy al sur. Una vendedora de cd´s musicales te muestra con su pequeño reproductor
algunos cortes de bachatas, baladas, pasillos... y “te sorprende” porque detrás
de su aspecto de trabajadora informal infatigable, luce en su muñeca la pulsera
colorida de apoyo al nuevo alcalde Rodas.
Llego a mi destino, entro en el consulado, situado en
La Pinta entre La Niña y la Santa María (muy apropiado), y me encuentro con una
primera bofetada, es el altanero guardia civil que te suele recibir y que tiene
una actitud que deja bastante que desear. Te parece retroceder 9000 km en un instante.
Pasado este primer choque, me toca esperar en una salita donde bajo mis pies y bien
mullidita se encuentra una alfombra con el escudo del reino ya algo sucio y
finalmente paso a la dependencia donde custodiada por una amable funcionaria aguarda
la URNA. Introduzco el voto por la ranura y pienso: “va por tu caída”, mientras
miro la foto que domina toda la habitación y que no sé ha sido colocada para la
ocasión.
He cumplido con mi deber sagrado como ciudadano (nunca
me había costado tanto, físicamente quiero decir), y me siento pleno por tener
la suerte de pertenecer a uno de esos “países democráticos”. Aunque es verdad
que en bastantes ocasiones había objetado a este derecho o incluso por error
había introducido algo no permitido en la urna, en esta ocasión y aún siendo la
votación para una de las instituciones menos democráticas y representativas que
hay, parece que la lejanía me motivó a introducir mi voto antisistema en ese lugar
donde no caben nuestros sueños. Y como digo, después de cumplir y realizar una
queja porque a más del 50% de los residentes en Ecuador (incluida Lucía) no nos
han llegado las papeletas para poder votar, me dirigí al mejor momento del día
que era compartir un encebollado mixto (marisco-pescado) con el Lucas.
Y ahora, mientras el derby se disputa en Lisboa, y
vosotrxs entráis en reflexión, nosotrxs celebraremos el 192 aniversario de la
batalla de Pichincha donde el ejército de Antonio José de Sucre vencía a las
tropas españolas y conducía a la liberación de Quito dentro de las guerras de
independencia hispanoamericanas.
Y el domingo al
mediodía ecuatorial a celebrar con champagne una nueva victoria.
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