viernes, 3 de abril de 2015

Ecuador LXXXII. Mareas

Vivimos en la costa pacífica ecuatoriana, ligeramente insertdxs en el hemisferio sur y en estos meses de enero a abril en pleno invierno ya que es la época de lluvias. También es el momento de vacaciones de los escolares costeños por encontrarnos en los meses de más calor y por tanto en temporada playera. De verdad que en todo lo anterior no hay imprecisión alguna, simplemente los términos y conceptos eurocéntricos no tienen cabida. Por cierto a partir de abril pasaremos al verano (temporada seca) sin escalas intermedias en el otoño o la primavera, la temperatura se suavizará y el cielo se volverá más gris y ganará terreno la garúa. Eso sí en Quito nada más llegar te dirán que ellxs tienen las cuatro estaciones, pero en el mismo día.


En Bahía nos encontramos ahora en ese auge playero y sin embargo apenas se perturba su paz. Salir a sus calles, aún siendo demasiado anchas para el tamaño de la población,  es una cura de estrés (siempre que lo hagas con alguna nube como aliada), los hermosos soportales y el arbolado central te hacen contagiarte de una parsimonia, que se mimetiza con el rodar de los bicitaxis o de las hiperpobladas motos que circulan por debajo de la velocidad permitida. La temperatura entre 25ºC y 30ºC te obliga a no tener prisa y la brisa que habitualmente sopla te hace disfrutar del caminar. Vayas donde vayas triunfan las chanclas y una ropa que permite percibir la robustez tostada de lxs manabitas. Y cuando hay lluvia es aún mejor, el frescor inunda la ciudad y las calles se vuelven improvisados ríos que no impiden la cotidianidad.
 
Calles o ríos


Pero lo mejor de Bahía es su ubicación, rodeada de agua y cercana a lugares como isla corazón (Refugio Nacional de vida silvestre) que nos regala un mundo de manglares y de aves maravilloso.


Como podéis pensar, adaptarme a este contexto no me ha costado mucho y he de decir que a Lucía tampoco. Si el año pasado quedé sorprendido por el efecto de las nubes en nuestro entorno volcánico de Ibarra, ahora lo estoy aún más con las mareas.



Bahía queda encerrada por las playas del pacífico y por las playas del estuario del río Chone, cada una de ellas sufre la subida y bajada de la marea de distinta manera y además es cambiante en el tiempo. En estos días hemos sufrido el “aguaje”, yo tampoco sabía a que se referían y en la calle he sido incapaz de entenderlo completamente, pero internet me enseñó que son subidas extraordinarias de la marea que se producen durante los siguientes tres días después de la luna llena y la luna nueva.


Y, ¿todo esto es importante? Sí, para pescadores, para la cría del camarón, para el personal de limpieza costero, para la prevención de inundaciones y sobretodo para mí. Las cuestiones que se me plantean con ello son: ¿A qué hora podré correr por la playa de los acantilados?, ¿me podré bañar en la playa del pueblo?, ¿podré atravesar de ésta a la playa del río?, ¿dónde podré ver la puesta de sol, en la arena o tendré que subirme al malecón?, son preguntas muy importantes para disfrutar con plenitud el día a día.


Exactamente ahora mientras el sol comienza a rozar el horizonte que dibuja el Pacífico e ilumina plenamente las costas polinésicas (ayer vimos la película Kon-Tiki, donde se intentaba demostrar que fue desde tierras andinas desde donde llegaron lxs primerxs habitantes de la polinesia), disfruto viendo una bandada de pelícanos que levitando sobre el agua se encaminan tierra adentro hacia sus nidos, fragatas que rodean las barcas de pescadores a la espera de su recompensa y con la bajada de la marea actual, se descubre un nuevo mundo que pájaros de largos picos aprovechan sin descanso.


A veces pienso que después de este tiempo, cuando llegue a Madrid, ¿qué me sorprenderá?, ¿Ir a trabajar?



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