Nos despedíamos del Coca pronto en la mañana, a pesar de
llegar 30 minutos antes de la partida a la barca (y eran las 7 de la mañana),
esta está completamente llena. Es bastante larga y sin embargo han conseguido
llenarla de todo tipo de víveres y cajas que harán nuestro trayecto menos
confortable. Todo se transporta desde aquí por el Napo para abastecer las
pequeñas comunidades kichwas que lo jalonan hasta la frontera. Terminamos cubriendo
los algo menos de 200 km en unas 10 horas, donde incluimos parada para almorzar
y otras muchas para embarque y desembarque de mercancías y pasajeros. Es
cansado pero la belleza del rio y sus selváticas orillas lo compensan.
Finalmente llegamos a Nuevo Rocafuerte última comunidad de
la Amazonía ecuatoriana y donde pasaremos casi sin darnos cuenta la última
noche de nuestra vida acá en el país. Uno nunca piensa como será el último
momento de tal o cual aventura pero se nos iban las horas y algo de pena nos
recorría el cuerpo. Una hermosa cena con los únicos pinchos de pollo y algunos verdes
que le quedaban al señor esmeraldeño es el fin. Al día siguiente cruzamos de
madrugada en canoa la frontera como si de unos ilegales se tratara. Este paso
lo hacemos con un peruano afincado en Ecuador, que ciertamente nos estafa, por
lo que la entrada en el país vecino es algo traumática si la juntamos con la
sensación de abandonar el Ecuador.
Llegando a la frontera |
Ya estamos en el Perú, veremos en el futuro si es legalmente,
porque al llegar a migración no hay luz debido a la tormenta nocturna y la
inscripción debe ser manual. Para continuar hasta Iquitos una nueva embarcación
nos conducirá por el Napo durante un día y medio y se terminará convirtiendo en
uno de los más bellos, cansados y a la vez surrealistas viajes de cuantos hemos
hecho. El tramo lo interrumpiremos en Santa Clotilde para hacer noche en uno de
los “hostales” más cutres que recuerdo, con una mezcla entre burdel de
Pantaleón y refugio de personajes de novela sórdida.
Ambulancia fluvial |
La barca se desliza por el rio y se va llenando poco a poco
hasta alcanzar niveles inimaginables. Inicialmente somos una pareja de
franceses y nosotrxs algo que nos llevó a pensar erróneamente que sería un
paseíto turístico, por suerte no fue así. En la primera parada en una comunidad
kichwa monta un niñito enfermo, su abuelita que no para de escupir por la borda
y que tiene síntomas de malaria, el marido y un niño secoya que les acompaña y
que sale por primera vez de la comunidad, ah! y varios gallos, gallinas y
patos que amarrados por las patas fueron
situados fuera de nuestras inmediaciones, junto al motor fuera borda. En la siguiente
comunidad (todas a orillas del Napo) entra un hombre de ojos saltones, con tez
amarillenta y con barba desarreglada de varios días que ha decidido hacer este
viaje de día y medio para ver si era atendido en Iquitos después de más de un
mes de fiebre y con pruebas negativas de malaria, en ese mismo instante un anciano
totalmente consumido es traído en una pequeña canoa sobre una camilla para ser llevado
igualmente al hospital. Lo “depositamos” en el piso de nuestra barca, colocamos
la botella de suero donde podemos y ale cuidado con no pisarlo. Posteriormente
entran un grupo de trabajadores de la construcción que habían terminado una
escuelita, uno de ellos trae un par de gallinas que sitúa bajo nuestros pies,
juntarlas con sus congéneres era arriesgado, la cuestión es que una de ellas debió
tener tal estrés que se animó y nos puso un huevo en el trayecto. Finalmente
uno de los últimos compañeros de viaje es un teniente que deja el cuartel para
irse a un destino de emergencia en la frontera colombiana y como es costumbre
entre los castrenses se ha pasado la última hora y media corriendo con su
mochila al hombro, laptop en una mano y en la otra una especie de sable. Nos
amenizará con sus bribonadas y su música salsera-bachatera el resto del viaje.
El huevo del estrés |
Contar las sensaciones y los pensamientos que te vienen a la
cabeza en ese cubículo de apenas 10 metros de largo y en medio de ese rio que
cada vez se agranda más y más es complicado, intentar describir la vida
tranquila que transcurre a orillas del Napo o la alegría y las expectativas de unos
niñxs kichwas que pasan el día lavando, pescando o simplemente divirtiéndose en
torno al río lo es aún más.
El descenso es largo, la selva es monótona pero es muy
especial sobre todo con la luz del atardecer coincidiendo con el momento de
mayor movimiento de las aves, curva tras curva el verde no acaba, tampoco las
playas que ahora con la época seca inundan todo el trayecto. Son momentos para
disfrutar con uno mismo, para quedarse ensimismado, para reflexionar sobre
nuestro ajetreado día a día o para otras
reflexiones como que aun siendo el mismo río, la misma nacionalidad kichwa a un
lado y al otro de la frontera, los mismos silencios de un pueblo indígena
maltratado, todos los referentes ecuatorianos que teníamos acaban de desaparecer.
Las camisetas de la tricolor pasan a ser las de la banda roja, las gorras ya no
son del MIES u otras instituciones ecuatorianas, el agua de cocacola ya no es
Dasani es San Luis y tantas cosas que estaban en nuestro día a día vuelan de un
plumazo.
Con todo esto revoloteando en la cabeza, el Napo termina
desembocando en el Amazonas pocos kilómetros más abajo de Iquitos pero esa es ya
otra historia. Nosotrxs tras 15 horas de barca y experiencias varias estamos en
Perú, casi el mismo tiempo que cruzar el charco en un avión de Iberia pero
mucho mucho más lindo.
Comunidad Kichwa del Napo |
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