domingo, 18 de octubre de 2015

Perú II. ¿Infierno en mitad del paraíso?

Llevábamos menos de tres horas en Iquitos y David ya había dicho un par de veces “creo que esta es la ciudad más sucia del mundo”. Aunque realmente se veía sucia, creo que esa impresión estaba claramente distorsionada por el sudor que nos caía a chorro de cada poro de la piel, por la paliza de barca de los tres días previos, y por la visión inicial de la gran capital amazónica, pues la llegada al puerto con su mundo, submundo e inframundo es bastante impactante.

Después se le ocurrió que la solución podría ser permitir que la selva invada, absorba y destruya la ciudad; borrón y cuenta nueva.

Yo no sería tan drástica, pero creo que si antes me venían a la mente palabras como exótico,  verde y salvaje al nombrar Iquitos, ahora serían otras por ejemplo calorazo infernal, suciedad, casinos, caos, motocarros y otras más, sin conseguir ninguna especialmente positiva o que evoque un lugar paradisiaco… Por otro lado debo reconocer que la gente resultó ser bastante amable y su acento de lo más lindo, como si fuera una fusión con el sotaque brasileiro. Costaba bastante entender, pero sonaba bonito.

Aunque en Ecuador nos habíamos acostumbrado a ver mercados de todo tipo, el del barrio de Belén nos sorprendió. Ni sé cuántos centenares de huevos de tortuga charapa se deben vender allá cada día, tampoco me imagino quién compra y cómo cocina la carne de tortuga, que venden en dos trozos y sin caparazón. Cosa normal aquí, como allí el pollo.

El caso es que este desencanto inicial y la “amenaza” de no zarpar barcos al día siguiente por feriado nacional, hicieron que nos embarcásemos con destino a Yurimaguas cuando llevábamos apenas 24 horas en la ciudad ardiente. Ante tal descortesía Iquitos nos la devolvió y es que nuestro barco, el Eduardo X, no zarpó aquella tarde y tampoco al día siguiente…
Puerto de carga desde nuestro "encierro" en el Eduardo X

Una vez superado el caos y desconcierto ante tal imprevisto, dormimos aquella noche en nuestro camarote, “aparcadxs” en el puerto, y a la mañana siguiente nos mudamos al mismo camarote, pero en el barco de al lado, el Eduardo IX.

Y esa tarde, 24 horas después de haber embarcado, dejamos atrás la isla de cemento en la selva y comenzamos a navegar el Amazonas.

El viaje por el río más caudaloso del mundo, después por el Marañón y finalmente por el Huallaga duró casi tres días, aunque no nos hubiera importado que durase un par más. La sensación de calma, ese cielo infinito, ese perfil de la selva en ambas orillas al atardecer o el movimiento en cada comunidad que atravesábamos era una rutina bastante monótona, pero placentera. Desde nuestras hamacas en la cubierta superior controlábamos ambas orillas, así que nos avisábamos cada vez que veíamos una comunidad y rápido íbamos a la proa para ver abordar el barco a saltos a mujeres vendedoras de todo, incluyendo loros y tortugas, o para alucinar con el movimiento de carga y descarga de mercancías de lo más variado, desde colchones, cajas de pescado y sacos de soja, hasta un motocarro.

 
 
 

 
 
 
 
Para contribuir a la pérdida de noción del tiempo y los días, la comida era casi siempre igual, arroz y pollo, todo un clásico. La tripulación comía bastante mejor, porque se lo merecen después de las palizas de carga  descarga que se pegan, y porque estos barcos son fundamentalmente de carga, y el transporte de pasajeros es algo habitual, pero que resulta menos que secundario para la tripulación, y por ello el trato es bastante tosco y para nada cuidado. Por suerte llevábamos lectura y habíamos comprado dos hamacas, un par de garrafas de agua, manzanas y papel higiénico, el kit de supervivencia en estos cruceros fluviales.
De nuevo arroz con pollo
El camarotazo
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 La experiencia resultó maravillosa, y creo que volvería a Iquitos sólo para tener nuevamente la oportunidad de recorrer las aguas del Amazonas en barco, disfrutar de los más bellos atardeceres, y con suerte ver una capibara, una pareja de Guacamayos, o cientos de parejas de loritos escandalosos.
¿Volveremos?
 




 

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