Abandonamos la provincia de Loja con el bus que va directo a
Zaruma, casi la mitad del camino (más de 2 horas) es por una carretera, o más
bien pista forestal, al borde de precipicios impresionantes con unas vistas
preciosas.
Una vez que entramos en la Provincia de El Oro, reaparece el
asfalto. Remontamos el río Amarillo, esta es zona de minería, fundamentalmente
oro, por eso el río parece tan sucio (después nos confirman que está
contaminado) y la ciudad de Portovelo tiene un ambiente tan decadente.
Una vez conocida la tierra el Oro amarillo, vamos a conocer
la del Oro verde, en la costa, donde hay extensiones inmensas de cultivo del
plátano, que se considera el Oro verde ya que es uno de los principales
productos de exportación del Ecuador (junto con los camarones, las rosas y el
oro). Y dejando atrás las montañas andinas llegamos a Machala, ciudad de
Pacífico y capital de la provincia.
La ciudad, no tiene demasiada gracia, pero si nos permite
ver por primera vez ese contraste del que tanto nos habían hablado entre el
carácter de la gente de la costa y de la sierra. El ambiente nos recuerda un
poco al caribeño (salvando las distancias) y es que la ropa, los gestos, e
incluso la manera de caminar es diferente a lo que hemos visto hasta ahora. También
el ruido de la ciudad es diferente, más reggaetón, más gritos…más barullo.
Desde Machala se puede llegar en bus urbano a Puerto
Bolivar, donde cogimos una embarcación para ir a la isla de Jambelí. El
viajecito en barca es para comentarlo…para empezar, aunque había un cartel con
los horarios, no sale hasta que no se llena (y caben unas 40 personas); luego
está el tema de la seguridad, no hay chalecos salvavidas ni para la mitad de la
gente (familias completas, muchas de ellas indígenas que por la ropa nunca te
habrías imaginado que iban a la playa), y estoy segura de que la mayoría no
sabe nadar; y por último, las dotes del “capitán” que para atracar pega un
golpetazo contra el embarcadero que bien podría haber roto la proa. Debe ser
que el también aprendió a aparcar de oído. La gente se reía…él también.
Llegamos por fin a la playa, plagada de carpas (tienditas de
campaña) y sombrillas en primera línea que te alquilan por 5$. Con el sol que
hace mejor tener resguardo, así que nos afincamos. El agua está bastante sucia,
plásticos por todas partes, y es que aunque hay cientos de carteles para no botar
la basura, no se les hace demasiado caso. Aprovechamos para comer camarones (¡apanados!)
y sentir el ambiente playero Ecuatoriano. Familias de hasta 15 personas
agrupadas bajo una sombrilla, en las que el abuelito, de aspecto indígena va
abrigado hasta con bufanda. Y los bañadores femeninos…encontramos todo tipo de
formatos, mallas y camiseta, bañador sobre ropa interior, pantalones vaqueros
cortos y top…creo que yo era la única en bikini, ¡me sentía casi como en
la India! David se bañó, aunque no creo que recuerde ese chapuzón entre plásticos
como uno de los más placenteros.
Y así termina nuestra primera aventura playera en el
Ecuador.
¡Qué gusto recorrer Ecuador de vuestras manos (las que escriben)! Nada, esperando el próximo episodio...¿Ibarra de nuevo?. Besos
ResponderEliminar