Una de las
noticias de estas fechas navideñas nos la dio el Presidente Correa, declaraba
días feriados el lunes 30 y martes 31 lo que junto con el día 1 miércoles
hacían un puente más que apetitoso, sobre todo considerando que Lucía no podía
cogerse vacaciones. Esta decisión que incluía al sector público y privado,
aunque a estos últimos sólo como posibilidad, tenía la contrapartida de tener que
recuperar esos días con una hora más de trabajo las siguientes semanas, pero
bueno que nos quiten lo “bailao”, sobre todo a mí que no trabajo, de manera
remunerada.
Con este
panorama halagüeño, decidimos dirigirnos hacia el norte, a un lugar no muy
lejano, a la última provincia del Ecuador antes de llegar a la frontera colombiana.
Esta es el Carchi, zona no muy poblada y en buena parte por
encima de los 3000 metros, con un paisaje montañoso de escasa vegetación. La
población del Carchi son pastusos y son el Lepe ecuatoriano, aunque después de nuestra
visita fugaz no hemos podido confirmarlo.
Nuestro
destino era la Reserva Ecológica El Ángel, a una altura entre 3600 y 4700
metros, sabíamos que por primera vez el frío nos acompañaría pero así y quizá
por un momento tendríamos la sensación de estar en época navideña. Antes de
llegar allí y a poca distancia de Ibarra, atraviesas el valle del Chota, valle
afro por excelencia, un área de las más secas del país, con sensación de polvo
y calor. Parece que te hubieran trasladado al lejano oeste con bola de pinchos
incluida. Desde aquí y hasta el Ángel sólo necesitas subir y subir, mientras la
temperatura ambiente baja y baja.
La hostería en la que nos quedamos está en el
borde de la reserva y aunque cuando llegamos el sol calentaba, teníamos la sensación
de estar en un lugar frío de montaña. Confirmamos esta creencia cuando descubrimos
la chimenea en la cabaña.
El lugar es
maravilloso, en escasas hectáreas posee dos ecosistemas bien diferentes.
Delante de ti se sitúa un bosque milenario de Polylepis (árbol del papel). Si
te sumerges en él, pareciera que entrases en un cuento mágico, son árboles con leyenda,
el bosque que un niñx siempre imaginó. El color anaranjado de los troncos, la
exuberante vegetación que se retuerce delante de ti, el agua en continua
circulación y sobre todo la sensación de tranquilidad y armonía hacen de este lugar un sitio único. Si finalmente
eres capaz de salir del bosque y asciendes por la cascada, tu mirada se pierde
hacia el infinito en un paisaje de pajonal y frailejones (planta similar a un
cactus y endémica de este lugar) que cubren kilómetros y kilómetros de montañas
que no cesan de subir y bajar hasta adentrarse en Colombia, que ya en estas
latitudes se encuentra a escasos 14 km. (Como el estrecho).
Polylepis |
Páramo infinito de frailejones |
Aún siendo
un lugar de continuas lluvias, nos respetan durante los tres días y
fundamentalmente por las noches, lo que nos permite descubrir, a pesar del
frío, un cielo escandaloso, despejado, con una vía láctea que parece caer sobre
tus hombros, sólo recuerdo algo así en el Titicaca y en el desierto de
Mustapha.
Nos encontramos
muy apartados de la civilización, sin cobertura en el celular, sin internet o
aparato electrónico alguno y apenas diez personas pasamos las noches, contando
la familia de cuatro indígenas que administran el lugar.
Intentando lo imposible |
Los paseos
por el bosque son de degustación, incluso hacemos uno por la noche a la luz de
las velas, bueno y de algún frontal que nos hace recordar que estamos en el
siglo XXI. Los recorridos por el páramo de frailejones en total soledad hacen disfrutar
a tu imaginación, aunque nosotrxs nos hacemos acompañar por una perra para que
nos ayude en la búsqueda del camino. Seguimos la cresta de la lengua glaciar
hasta llegar a la laguna que corona el circo inicio de todo aquel espectáculo y
donde alcanzamos la máxima altura de 4700m. No se oye nada, sólo el agua bajo
tus pies y la inmensidad a tu alrededor. Seguirías subiendo y bajando una tras
otra las colinas de frailejones, persiguiendo los excrementos del lobo de
páramo sin cesar, hasta desfallecer. (Pero tampoco es plan).
Y así alcanzamos
el último día del año. Una mujer de unos sesenta, sus dos nietos de menos de 12
años y nosotrxs somos los únicos huéspedes. Pasamos la tarde construyendo
nuestro monigote o año viejo. La tradición en fin de año es quemar un muñeco para que con él
se vaya todo lo malo y allí estaba el nuestro portando mis pantalones que
acababa de romper en la última caminata. En la tarde también llegó otro
compañero de nuestro monigote, lo trajo el dueño de la hostería que fiel a la
película de los santos inocentes, llegó, ordenó a sus empleadxs y se fue.
El año viejo y nosotrxs |
La cena
especial de fin de año marchaba, posteriormente sabríamos que era pernil y
pollo relleno, preparábamos el equipo de música, convencíamos a la familia
indígena para que cenara con nosotrxs y en ese mismo instante la luz eléctrica
desaparecía, no sabíamos que era para no volver.
Así que
allí estábamos a la luz de las velas cenando todxs, diciendo alguna tontería
que otra porque el indígena es callado por demás y disfrutando de aquel momento
tan especial, arrimadxs a la chimenea, sentados en el suelo y calentándonos también
con algo de vino.
Al
terminar, salimos a quemar nuestro año viejo, en teoría se hace a las doce pero
en aquel aislamiento las nueve de la noche era suficientemente tarde. Un poco
más de vino acompañó el arder de mis pantalones que aún se resistían a dejar de
viajar por el mundo y la visión de ese maravilloso cielo nos trasladó a otro
fuego, el de la chimenea de la habitación. Las suaves sábanas de franela nos
terminaron por sumergir en el sueño antes de que aquí sonaran las doce
campanadas.
Pero en
esos sueños estuvisteis muchxs de vosotrxs.
¡¡¡¡ FELIZ
AÑO 2014 !!!
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