lunes, 6 de enero de 2014

Ecuador XXXV. Polylepis y el año viejo.





Una de las noticias de estas fechas navideñas nos la dio el Presidente Correa, declaraba días feriados el lunes 30 y martes 31 lo que junto con el día 1 miércoles hacían un puente más que apetitoso, sobre todo considerando que Lucía no podía cogerse vacaciones. Esta decisión que incluía al sector público y privado, aunque a estos últimos sólo como posibilidad, tenía la contrapartida de tener que recuperar esos días con una hora más de trabajo las siguientes semanas, pero bueno que nos quiten lo “bailao”, sobre todo a mí que no trabajo, de manera remunerada.


Con este panorama halagüeño, decidimos dirigirnos hacia el norte, a un lugar no muy lejano, a la última provincia del Ecuador antes de llegar a la frontera colombiana. Esta es el Carchi, zona no muy poblada y en buena parte por encima de los 3000 metros, con un paisaje montañoso de escasa vegetación. La población del Carchi son pastusos y son el Lepe ecuatoriano, aunque después de nuestra visita fugaz no hemos podido confirmarlo.


Nuestro destino era la Reserva Ecológica El Ángel, a una altura entre 3600 y 4700 metros, sabíamos que por primera vez el frío nos acompañaría pero así y quizá por un momento tendríamos la sensación de estar en época navideña. Antes de llegar allí y a poca distancia de Ibarra, atraviesas el valle del Chota, valle afro por excelencia, un área de las más secas del país, con sensación de polvo y calor. Parece que te hubieran trasladado al lejano oeste con bola de pinchos incluida. Desde aquí y hasta el Ángel sólo necesitas subir y subir, mientras la temperatura ambiente baja y baja.


La hostería en la que nos quedamos está en el borde de la reserva y aunque cuando llegamos el sol calentaba, teníamos la sensación de estar en un lugar frío de montaña. Confirmamos esta creencia cuando descubrimos la chimenea en la cabaña.

El lugar es maravilloso, en escasas hectáreas posee dos ecosistemas bien diferentes. Delante de ti se sitúa un bosque milenario de Polylepis (árbol del papel). Si te sumerges en él, pareciera que entrases en un cuento mágico, son árboles con leyenda, el bosque que un niñx siempre imaginó. El color anaranjado de los troncos, la exuberante vegetación que se retuerce delante de ti, el agua en continua circulación y sobre todo la sensación de tranquilidad y armonía hacen de este lugar un sitio único. Si finalmente eres capaz de salir del bosque y asciendes por la cascada, tu mirada se pierde hacia el infinito en un paisaje de pajonal y frailejones (planta similar a un cactus y endémica de este lugar) que cubren kilómetros y kilómetros de montañas que no cesan de subir y bajar hasta adentrarse en Colombia, que ya en estas latitudes se encuentra a escasos 14 km. (Como el estrecho).


Polylepis
Páramo infinito de frailejones
 Aún siendo un lugar de continuas lluvias, nos respetan durante los tres días y fundamentalmente por las noches, lo que nos permite descubrir, a pesar del frío, un cielo escandaloso, despejado, con una vía láctea que parece caer sobre tus hombros, sólo recuerdo algo así en el Titicaca y en el desierto de Mustapha.


Nos encontramos muy apartados de la civilización, sin cobertura en el celular, sin internet o aparato electrónico alguno y apenas diez personas pasamos las noches, contando la familia de cuatro indígenas que administran el lugar.

Intentando lo imposible

Los paseos por el bosque son de degustación, incluso hacemos uno por la noche a la luz de las velas, bueno y de algún frontal que nos hace recordar que estamos en el siglo XXI. Los recorridos por el páramo de frailejones en total soledad hacen disfrutar a tu imaginación, aunque nosotrxs nos hacemos acompañar por una perra para que nos ayude en la búsqueda del camino. Seguimos la cresta de la lengua glaciar hasta llegar a la laguna que corona el circo inicio de todo aquel espectáculo y donde alcanzamos la máxima altura de 4700m. No se oye nada, sólo el agua bajo tus pies y la inmensidad a tu alrededor. Seguirías subiendo y bajando una tras otra las colinas de frailejones, persiguiendo los excrementos del lobo de páramo sin cesar, hasta desfallecer. (Pero tampoco es plan).


Y así alcanzamos el último día del año. Una mujer de unos sesenta, sus dos nietos de menos de 12 años y nosotrxs somos los únicos huéspedes. Pasamos la tarde construyendo nuestro monigote o año viejo. La tradición en  fin de año es quemar un muñeco para que con él se vaya todo lo malo y allí estaba el nuestro portando mis pantalones que acababa de romper en la última caminata. En la tarde también llegó otro compañero de nuestro monigote, lo trajo el dueño de la hostería que fiel a la película de los santos inocentes, llegó, ordenó a sus empleadxs y se fue.


El año viejo y nosotrxs
La cena especial de fin de año marchaba, posteriormente sabríamos que era pernil y pollo relleno, preparábamos el equipo de música, convencíamos a la familia indígena para que cenara con nosotrxs y en ese mismo instante la luz eléctrica desaparecía, no sabíamos que era para no volver.


Así que allí estábamos a la luz de las velas cenando todxs, diciendo alguna tontería que otra porque el indígena es callado por demás y disfrutando de aquel momento tan especial, arrimadxs a la chimenea, sentados en el suelo y calentándonos también con algo de vino.


Al terminar, salimos a quemar nuestro año viejo, en teoría se hace a las doce pero en aquel aislamiento las nueve de la noche era suficientemente tarde. Un poco más de vino acompañó el arder de mis pantalones que aún se resistían a dejar de viajar por el mundo y la visión de ese maravilloso cielo nos trasladó a otro fuego, el de la chimenea de la habitación. Las suaves sábanas de franela nos terminaron por sumergir en el sueño antes de que aquí sonaran las doce campanadas.


Pero en esos sueños estuvisteis muchxs de vosotrxs.

¡¡¡¡ FELIZ AÑO 2014 !!!   

No hay comentarios:

Publicar un comentario