martes, 24 de junio de 2014

Ecuador LXII. La doctorita en acción III. Peregrinando a Colombia



Sólo quedan 4 jornadas laborales para dejar de trabajar, y comenzar el plan B.

Siento alegría y una cierta tranquilidad por dejar el curro, pero por otro lado siento pena por romper con esto, y más después de días como hoy, que me he pasado 7 horas caminando por los chaquiñanes (caminitos entre las parcelas y los cultivos) visitando pacientes.

Una vez empatados los sentimientos positivos y negativos, aparece otra sensación, una especie de una urgencia interior, la necesidad de compartiros más cosas del curro antes de que esto se acabe. Así que, aquí va un episodio más de lo que han sido estos meses.

Cómo ya os conté, una de mis actividades favoritas era atender al grupo de adultxs mayores.

Los primeros días en que lxs visité me parecía imposible que pudiera llegar a aprenderme el nombre de algunx, que pudiera asociar nombres y apellidos tan similares y repetidos con caras, gestos y arrugas tan parecidas. No voy a decir que me sepa el nombre de las 86 personas que participan en el proyecto pero si puedo decir que hay varios nombres y caras que me he traído mentalmente a casa muchas tardes; historias duras, entrañables, admirables e indignantes. La normalidad con la que hablan del maltrato sufrido, el abandono, los hijos que murieron al nacer, las negligencias sufridas en hospitales públicos y privados, y la vida tan larga y a veces tan lenta que han vivido no me han dejado indiferente. La mayoría de las veces me he sentido impotente de no poder ayudar más (el complejo de “arreglamundos” es más difícil de llevar en esta parte del mundo), sorprendida por lo poco que esperan de lxs profesionales sanitarios (no sé si por falta de confianza en la calidad, o en la calidez) y abrumada con sus agradecimientos y su cariño.

El día a día de cada visita similar ha sido productivo, conocernos, saber de sus vidas, sus enfermerdades agudas, las crónicas, y sus discapacidades (algunxs no oyen, otrxs no hablan, otrxs no ven y otrxs tienen dificultades para caminar...). Tratando sus mareos, sus parásitos, sus dolores musculares y sus tapones en los oídos. 

Al principio, tal vez por recelo o por falta de costumbre, me tocaba ir a buscar pacientes, interrumpiendo sus actividades de primera hora (manualidades, leer la biblia, escuchar música, o nada) para ir haciendo revisiones a cada unx. Poco a poco la cosa ha ido cambiando y nos tocó improvisar una sala de espera al lado de mi consulta (también improvisada).

A eso de las 09:30 les dan el desayuno, a mi también!!! Creo que desde que voy allá nunca he extrañado los desayunos de pan con tomate que me metía en Coslada (aunque sí la compañía…). Aquí lo típico es tomar para beber una colada, que es una bebida, normalmente caliente, hecha con frutas, cereales, o una mezcla de ambos (como en la colada morada, típica del día de difuntos). Esto se acompaña de un pan casero, un dulce o una tortillita.

Acaban de desayunar y siguen viniendo, hasta más o menos las 12:00 que les dan el almuerzo. Algunxs en lugar de comerse los dos platos que les dan, se comen la sopa, y se llevan el seco en una fundita (bolsa) para la cena.

Mientras atiendo, como la “consulta” no tiene puertas, puedo ver y escuchar lo que hacen, y os diré que he escuchado sermones religiosos con más frecuencia de la que me hubiera gustado, o relatos con moralina machista bastante desesperantes. Una de las veces me reí bastante cuando les estaban contando historias del diablo, o de gente endemoniada. Al acabar las historias comentaban, y varias dijeron que eso de que el mal (demonio) esté en Ecuador se debe a la llegada de los españoles allá por el siglo XV. Otra dijo que quizá lo hubieran traído los incas unos años antes, porque seguro que aquí antes no había de eso… (lo cierto es que en algo coincidimos).

Y lo que más les gusta es la fiesta, siempre encuentran algún motivo para festejar. Aunque no todxs lo viven por igual, suele ser frecuente ver la jarana montada, con lxs indigenxs sentaditxs en círculo y lxs mestizxs baila que te baila en el centro.

Dentro las fiestas en las que he coincidido está el día de San Valentín, que aquí es el día del amor y la amistad. Hicieron varios bailecitos, disfraces, y música a tope. Además siempre preparan algún detallito con las manualidades que realizan. A mi me tocó una cesta con forma de corazón llena de caramelos.

Otra fue el día de la madre, con un evento bastante solemne… Se hizo el concurso de mamasita del año, que fue seleccionada entre 5 candidatas. Todas tuvieron que desfilar (mientras la directora del centro comentaba su vestimenta en plan desfile de moda) y después responder alguna pregunta en plan ¿qué es para ti ser madre? (no os penséis que les preguntaron su opinión sobre Rusia como a las misses españolas). A mi me tocó el honor de ponerle la banda a la ganadora, y a la reina del año anterior pasarle la corona. Todo un evento con mariachis incluidos, y a pesar del folklor y el tema de género, debo reconocer que me emocioné al ver la emoción de la ganadora y su compañero, una de mis parejitas más entrañables.

Cambio de corona
A ritmo de Mariachi








Pero sin duda el evento del año fue en Abril, justo un día después de mi cumpleaños, y fue, nada más y nada menos que una peregrinación a Colombia.

Cada año, desde el Centro organizan alguna excursión, y normalmente piden que les acompañe alguna doctorita, así que como responsable del grupo, fui yo. A las 04:00 de la mañana me recogió el bus en las desiertas calles de Ibarra, y 30 minutos después hacíamos la primera parada para orinar… La verdad, no pensé que fuésemos a llegar a Colombia, pero sí, lo conseguimos, y por suerte sin grandes incidentes. A eso de las 8 estábamos en Las Lajas, una localidad de Colombia a un puñadito de kilómetros de la frontera, donde hay un Santuario que recibe ríos de peregrinxs cada día.

Llegamos, tomamos el desayuno que venía en ollas en los maleteros de los dos buses (más de 90 abuelitxs de excursión y unxs cuantxs apegaditxs, incluyendo a la familia de los choferes). Nos bajamos los no sé cuantos escalones hasta el Santuario, vieron la misa, recogieron agua santa, y volvimos a los buses por el mismo camino.

El sitio es bastante bonito, metido en cañón del río Guáitara y con una construcción interesante, aunque a mi lo que más me sorprendió fue ver las miles de lápidas en agradecimiento por los milagros-favores concedidos por la virgen, y que no dejasen aparcar bicicletas dentro de la iglesia (mirad la foto).

¿Bicis no?
De ahí marchamos a Ipiales, ciudad Colombiana fronteriza, y paraíso de las compras, por ser más barato que Ecuador. El objetivo del grupo en esa parada no era visitar la ciudad, sino comprar caramelos. Así que allí acabamos, con grupitos de octogenarias y septuagenarios, en los pasillos de un supermercado, aturdidos por los precios en pesos colombianos y con el ansia goloso a tope. Afuera el mundo sigue girando. Increíblemente ningunx se perdió y pudimos volver al bus a la hora prevista. Yo sólo pedí que no se comieran todos los caramelos a la vez…

Siguiente parada: Tufiño. Localidad fronteriza en el lado de Ecuador, donde ya estuvo David con sus alumnxs y que se caracteriza por sus aguas termales sulfurosas. Comimos lo que había en las ollas de los maleteros, tiritando de frío y con un cansancio tremendo y después, algunxs se metieron en las pocitas.

El regreso a Ibarra bastante agotador para mi, así que imaginaos para ellxs. Una excursión de más de 16 horas en las que la mayor parte fue en el bus. Una de ellas se mareó en la primera parte, y no bajó del bus en todo el día… A mi me pareció una locura, pero creo que la mayoría lo disfrutaron bastante.

¿Dónde habría sido la próxima aventura?

martes, 17 de junio de 2014

Ecuador LXI. La Doctorita en acción II. Medicina Comunitaria



Siguiendo con la idea de contaros algunas de las cosas vividas en el curro los últimos meses, paso a contaros una faceta de mi trabajo que no había podido desempeñar en España, la parte Comunitaria.


La medicina Comunitaria conlleva la inversión de los papeles, en lugar de ir lxs pacientes al centro de Salud (nuestro templo), la doctorita se traslada a la Comunidad para hacer fundamentalmente labores de prevención y promoción de la salud, y en algunos casos, labor curativa.



En el caso de Ecuador, el Ministerio está intentando aumentar de manera exponencial el número de especialistas en Medicina Familiar y Comunitaria, pues como se ha demostrado en muchos países, es la forma más rentable (y humana) de invertir en salud. Así cuando yo llegué al país hace 1 año había unos 300 médicos de familia en todo el país, y ahora se están formando unos 40 en cada provincia al año. Aspiran a tener unos 5000 especialistas más en unos años. Mientras, tratan de suplir “el déficit” con lxs que estamos dispuestxs a venir.


Además, tratando de reforzar la base de la atención sanitaria, han creado la figura de lxs Técnicxs en Atención Primaria, que son miembros de la Comunidad que se capacitan (una especie de FP de 2 años) para poder trabajar como agentes de salud e intermediarios entre la comunidad y lxs profesionales. Trabajar con ellxs es un lujo, porque además de conocer la zona al dedillo, son imprescindibles para la traducción kichwa-español y romper las barreras culturales. En mi caso han sido las personas de las que más he ido absorbiendo información sobre las costumbres de la cultura kichwa.


Mi zona, es bastante rural, y de mayoría indígena, así que la parte de Comunitaria adquiere aun más valor. Todo lo que hacemos fuera del centro se llama actividad extramural, y afortunadamente, hay bastantísimo trabajo. Aquí va un pequeño resumen.

Estuvimos yendo a las comunidades indígenas y barrios para hacer controles a niñas y niños dentro de un proyecto llamado “Creciendo con nuestros hijos”, perteneciente al Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). El objetivo es mejorar las condiciones de vida de niñxs de hasta cinco años cuyas familias están en riesgo de exclusión y/o pobreza. Cada semana son visitadxs en sus casas por personal del MIES, y un par de veces por año les visitamos en el barrio o comunidad para hacer revisiones de salud, desparasitar, dar suplementos vitamínicos… Muy parecido a lo que hacemos en la consulta, pero es bastante agradable atenderlos en su ambiente.
Hacemos controles similares en las escuelas y colegios una o dos veces por año.


También hemos salido a visitar personas con discapacidad, que también pertenecen a un proyecto del MIES, por el que reciben ayudas económicas o materiales (recientemente han estado repartiendo camas y colchones).


Otra de las actividades ha sido salir a hacer visitas a mujeres recién paridas y sus bebés. Sobre todo en los casos de parto en la casa, para comprobar que el bebé está bien, ver cómo val la lactancia, entregarle hierro a la madre, ofrecerles la prueba del talón y los controles en el centro, o lo que se tercie (en alguna ocasión me ha tocado ayudar a bañarlos). Os podéis imaginar la sensación cuando veo una bebita de 24 horas, toda envueltita en paños porque esas casas no tienen calefacción, y a veces ni cristales en las ventanas, con su mama de 17 años, unos cuantos primos alrededor, e incluso algún perro o pollo paseando por la habitación. Ya os decía yo que son supervivientes. 



Y ahora vienen mis dos actividades favoritas, y de las que me he encargado semanalmente los últimos 6 meses. Estos dos grupos me han aportado tantas vivencias que creo que se merecen relato aparte, pero al menos os los voy presentando.


Uno es el grupo de “Adultxs mayores”. Son las personas mayores de 65 años, que diariamente se reúnen en un local construido por el gobierno parroquial, el Centro Integral del Adulto Mayor, donde realizan manualidades, bailan, comparten su soledad, desayunan y comen. Algunas de ellas están en una situación bien precaria, problemas de salud, discapacidad, desnutrición, violencia, abandono familiar, etc. así que ir al Centro cada día, les da la vida (y en muchos casos las dos únicas comidas que toman al día). Y ahí he estado yendo yo más o menos una vez por semana, a ver a mis abuelitas y abuelitos, a darles atención, en sentido médico y en el sentido más amplio, a mirarlxs y escucharlxs. Me han acogido con un cariño inmenso, tanto así que si alguna semana no he podido ir, cuando reaparezco me reciben con aplausos, me abrazan, me besan y me magrean. Creo que son tan cariñosxs y agradecidxs porque se han sentido siempre abandonadxs. Siempre acaban con lo de “muchas gracias doctorita, dios le pague doctorita”, menos mi querido Segundo Rainaldo, que se despide con “muchas gracias compañerita”, y a mi se me enamora el alma, se me enamora…


Dibujando a ciegas
La otra maravillosa actividad comunitaria de la que me he estado encargando es un grupo de adolescentes de uno de los colegios de la parroquia. Desde el centro se intenta trabajar especialmente con adolescentes, por los problemas de embarazos no deseados, violaciones, droga y violencia intrafamiliar que hay en la zona, así que hay grupos en los distintos colegios. A mi me tocó empezar con un grupo 2de nuevas”, y de tan nuevas, porque yo nunca había trabajado con grupos, y menos de adolescentes. De hecho me acojonaba un poco porque, por lo que siempre me ha contado David de su día a día y lo que he podido apreciar yo al irlo a buscar alguna vez, tenía ciertas reservas con la chavalada. El caso es que, con toda mi motivación, un poco de pánico escénico y la falta de experiencia, empecé poco a poco, tratando de conocernos para abordar temas como la autoestima, el género, la violencia o la sexualidad…y haciendo además dinámicas para recrearse un poco y que perdieran el miedo a expresarse (Gracias Guille y Susana por las dinámicas!)

Analizando estereotipos
 Y así ha sido como he ido conociendo la zona, caminos y caminos, lomas y lomas, quebradas y quebradas y perros y perras. También me ha permitido meterme en sus vidas, en sus casas, sus escuelas, comer con ellxs, compartir ratitos y hacer lo más bonito de mi trabajo, el seguimiento. Esto aumentó el vínculo con “mi gente”, y desde luego ha sido un gran respiro y alivio salir de “los muros” del centro de salud y trabajar más a mi aire.

Un mundo detrás de los muros

miércoles, 11 de junio de 2014

Ecuador LX. La doctorita en acción, Medicina Familiar



Voy a empezar por el final (o el principio de una nueva etapa, según se mire), y es que hoy he presentado mi renuncia en el trabajo. Tomar esa decisión ha sido sin duda muchísimo más difícil que decidir liarnos las mantas a la cabeza y venir para acá hace casi un año. La renuncia ha sido más que meditada, y las razones son varias, si queréis un día os las cuento con un ceviche…

Así que, después de 8 meses trabajando, me doy cuenta que consciente o inconscientemente os he contado muy poquito de mi día a día en el trabajo, de cómo me ha ido. Llevaba tiempo queriendo compartiros las cosas lindas que me han ocurrido, y ahora que esta etapa tiene un punto y final (o punto y seguido, o punto y coma, o coma, o quién sabe…) ando haciendo resúmenes mentales de lo que he vivido. La conclusión siempre es la misma, lo mejor, sin duda, mis pacientes.

Ha sido una experiencia bastante intensa, algo decepcionante en algunos aspectos, pero muuuy gratificante en otros, y esas cosas son las que quiero contaros, así que empiezo, ahora sí, por el principio…Un lunes cualquiera haciendo medicina familiar:

05:00 Empiezan a cantar los gallos que le regalaron por navidad al vecino de enfrente…

06:20 Suena mi despertador. Me cuesta despertarme menos de lo que me costaba en Madrid. Puede que sea porque nos acostamos más temprano, o porque a esas horas es prácticamente de día.

07:00 Salgo de casa, camino por la calle esquivando niñxs, madres y padres que llegan corriendo a la escuela. Si llegan tarde no les dejan entrar y les penalizan, así que hay que tener cuidado, que van “a por todas”. Camino unas 6 o 7 cuadras y espero al bus. Como soy mujer, para completamente, no me toca subirme en marcha.
Toda una aventura con vistas por 25 centavos
08:00 Llego a mi centro de Salud. Lo primero y más importante, poner el dedo índice y sonreír, ya que hay que fichar con huella y foto. No sé a que punto ha llegado el absentismo o escaqueo para que para fichar no les baste con la huella o la foto, deben ser las dos cosas, o sea que te vayas a arrancar un dedo para que alguien fiche por ti…

Cuando llego ya hay una fila grandota de pacientes esperando para coger su turno. Al principio cuando pedían para mí decían “la doctorita gringuita” o “la doctorita flaquita”, ahora ya soy la “doctorita Martínez”. Y es que aquí cada médico no tiene su cupo de pacientes asignados. Les puede tocar con cualquiera, y no es fácil conseguir hacer el seguimiento una misma de cada paciente.

08:30 Me traen las historias clínicas para que empiece a llamar a mis pacientes. Tengo teóricamente 15 minutos para cada unx. La primera podría ser una mujer llamada Tránsito Amaguaña (como la gran Rosa Elena Tránsito Amaguaña Alba, fundamental en la lucha feminista e indigenista en el Ecuador en el siglo pasado) ya que hay varias mujeres con ese nombre. Acude para solicitar su planificación familiar, viene cada mes a por sus tabletas de anticonceptivos o su inyección mensual. Muchas piden que se les coloque el implante ( que dura 3 años) para no tener que venir cada mes, pues tienen mucho trabajo, tardan bastante en llegar (hasta 2h desde algunas comunidades a las que no llega el bus), y a veces cuando vienen no hay turnos y les toca venir otro día. Le entrego las recetas para que vaya a la farmacia del centro y le entreguen su medicación (gratuita).

08:45 Entra el siguiente, esta vez un niño de 1 año que viene a hacerse “el control” (la revisión) y vacunas. Entre la madre y yo le quitamos las 3 o 4 capas de ropa que lleva, sin desnudarle del todo porque en mi consulta hace un frío del carajo. Está protocolizado que a los 6, 12, y 18 meses les hacemos un control de hemoglobina, porque es bastante frecuente la anemia por carencias en la alimentación. Además les damos suplementos de vitamina A, hierro y otros minerales. Nos despedimos hasta el próximo control, pidiéndole a la madre que lo traiga si hubiera cualquier problema, o aunque no lo haya, para que podamos ver que crece sano.

09:00 Otra mujer indígena de unos 32 años (más o menos el 70% de pacientes que veo son indígenas), dice que cree que está embarazada, le pregunto la fecha de la última menstruación y dice que fue hace 3 años, que desde que nació su hijo el pequeño no ha “enfermado” (no ha tenido la menstruación), porque sigue chupando (mamando). Le pregunto entonces por que cree que está embarazada y me dice: “es que me da patadas doctorita”. Debajo de su falda y su blusa colorida no lo aparentaba, pero cuando le exploro la barriga, está ya como de 7 meses. ¡¡Alucino!! Le pregunto dónde ha pensado parir, y dice que en casa, le pregunto si ya ha hablado con alguna partera de su comunidad y dice que no, que lo hará solita, como los 5 anteriores…
09:30 Un abuelito del barrio, mestizo, que viene a controlarse la presión sanguínea. Le pregunto un poco cómo es su vida, y dice que desde que es viudo pasa el día en la casa y cuidando a sus animalitos. Le invito a participar en el grupo de hipertensos que se reúne semanalmente en el centro para hacer distintas actividades, sonríe encantado y se despide con un: ¡muchas gracias doctorita!

09:45 Siguen llegando pacientes…

10:30 Llamo a la siguiente paciente, Britany Farinango, tiene 10 años y entra solita, no viene acompañada. Empezó a sentirse mal el la escuela y la maestra le dijo “vete al subcentro nomás”. Y aquí viene, con su dolor de barriga, su diarrea o su mano hinchada, pues la he atendido de esta manera varias veces. Nunca he conocido a su madre o su padre, pero sí a sus hermanitas y hermanitos menores a lxs que ha acompañado más de una vez, por ser la hermana mayor.

11:15 Una niñita de 1 año, “tiene gripe” me dice la madre. Después de 8 meses aun no tengo muy claro a qué se refieren con la gripe (no sé si es tos, o mocos, o dolor de cabeza…). Y cuando llevo meses viendo niñxs con gripe y demás infecciones, me doy cuenta que a pesar de ser peores las condiciones de vida acá, el clima más duro, la alimentación peor, etc, son escasísimos los casos de otitis, bronquitis, bronquiolitis o neumonías que he visto. Mis pequeñinas y pequeñines sin darse cuenta, entre juego y juego, refresco y refresco, o risa y risa se dedican a la supervivencia.

12:30 Pongo el dedito y mi mejor sonrisa para salir al almuerzo, que me cuesta 2$ (1,70 euritos aproximadamente). Y a comerlo rapidito para poner de nuevo el dedito a las 13:00. Si fuera martes podría comerme una fritada en frente del cementerio, pues una de nuestras pacientes saca la parrilla en la puerta de su garaje, y prepara delicias hipercalóricas.

Espantaperros
Hoy por la tarde salgo a la comunidad (“domicilios” le llamábamos en Madrid), me equipo con mi chaleco, la mochila con medicinas, y un palo para los perros. Voy por los caminos embarrados y ya me voy encontrando con gente conocida que me saluda y me preguntan dónde voy. Se descojonan con el palo. “Voy a casa de fulanito, que está enfermito” les digo, y me responden “ah, ya, es un poco más allasito, siga nomás”

Tengo un paciente de unos 40 años, mecánico, con 3 hijos y la mujer embarazada de 7 meses que lleva 3 semanas en cama por unas hernias discales, está pendiente de que lo operen en Quito en un mes. Voy a ver como está, con medicación para inyectarle si está muy molesto. Me siento a charlar con él un rato, y cuando le pregunto como está comienza a llorar suavecito, diciendo que se siente fatal, porque no puede trabajar y su trabajo es el sustento familiar (ahí me acuerdo muchísimo del trabajo de masculinidades que hice con Alba). Yo me trago mi angustia como puedo porque ganas de ponerme a llorar con él no me faltan, intento “consolarle”, permitir que se desahogue, me quedo un rato más hasta que está más tranquilito, y me despido hasta la semana siguiente.


Sigo mi ronda para ver a una señora discapacitada, tiene la columna como una Z y artrosis en cada articulación de su cuerpecito. Mide poco más de 1 metro, y siempre que le preguntó como está comienza a llorar diciendo que “las voces” le molestan, le gritan y no le dejan dormir…además se queja del dolor. Eso sí, si le sonrío empieza a sonreír y amasarme la mano. Hemos intentado conseguirle medicación para controlar sus alucinaciones pues no consiguen dormir ni ella ni su hija, pero nada, ni una gotita de haloperidol en las farmacias de una ciudad de 120000 habitantes…

Apuro el paso (todo lo que se puede a 2500m de altitud), tengo que llegar a tiempo de poner nuevamente el dedito, y mi cara para la foto. 
 
El cartel me ayuda a mantener la respiración...
Esta vez no consigo disimular el cansancio, son las 16:30 y cojo el bus de vuelta deshaciendo el camino de subida al volcán, para regresar a la city y aprovechar la hora y media que queda de luz en el día…