miércoles, 11 de junio de 2014

Ecuador LX. La doctorita en acción, Medicina Familiar



Voy a empezar por el final (o el principio de una nueva etapa, según se mire), y es que hoy he presentado mi renuncia en el trabajo. Tomar esa decisión ha sido sin duda muchísimo más difícil que decidir liarnos las mantas a la cabeza y venir para acá hace casi un año. La renuncia ha sido más que meditada, y las razones son varias, si queréis un día os las cuento con un ceviche…

Así que, después de 8 meses trabajando, me doy cuenta que consciente o inconscientemente os he contado muy poquito de mi día a día en el trabajo, de cómo me ha ido. Llevaba tiempo queriendo compartiros las cosas lindas que me han ocurrido, y ahora que esta etapa tiene un punto y final (o punto y seguido, o punto y coma, o coma, o quién sabe…) ando haciendo resúmenes mentales de lo que he vivido. La conclusión siempre es la misma, lo mejor, sin duda, mis pacientes.

Ha sido una experiencia bastante intensa, algo decepcionante en algunos aspectos, pero muuuy gratificante en otros, y esas cosas son las que quiero contaros, así que empiezo, ahora sí, por el principio…Un lunes cualquiera haciendo medicina familiar:

05:00 Empiezan a cantar los gallos que le regalaron por navidad al vecino de enfrente…

06:20 Suena mi despertador. Me cuesta despertarme menos de lo que me costaba en Madrid. Puede que sea porque nos acostamos más temprano, o porque a esas horas es prácticamente de día.

07:00 Salgo de casa, camino por la calle esquivando niñxs, madres y padres que llegan corriendo a la escuela. Si llegan tarde no les dejan entrar y les penalizan, así que hay que tener cuidado, que van “a por todas”. Camino unas 6 o 7 cuadras y espero al bus. Como soy mujer, para completamente, no me toca subirme en marcha.
Toda una aventura con vistas por 25 centavos
08:00 Llego a mi centro de Salud. Lo primero y más importante, poner el dedo índice y sonreír, ya que hay que fichar con huella y foto. No sé a que punto ha llegado el absentismo o escaqueo para que para fichar no les baste con la huella o la foto, deben ser las dos cosas, o sea que te vayas a arrancar un dedo para que alguien fiche por ti…

Cuando llego ya hay una fila grandota de pacientes esperando para coger su turno. Al principio cuando pedían para mí decían “la doctorita gringuita” o “la doctorita flaquita”, ahora ya soy la “doctorita Martínez”. Y es que aquí cada médico no tiene su cupo de pacientes asignados. Les puede tocar con cualquiera, y no es fácil conseguir hacer el seguimiento una misma de cada paciente.

08:30 Me traen las historias clínicas para que empiece a llamar a mis pacientes. Tengo teóricamente 15 minutos para cada unx. La primera podría ser una mujer llamada Tránsito Amaguaña (como la gran Rosa Elena Tránsito Amaguaña Alba, fundamental en la lucha feminista e indigenista en el Ecuador en el siglo pasado) ya que hay varias mujeres con ese nombre. Acude para solicitar su planificación familiar, viene cada mes a por sus tabletas de anticonceptivos o su inyección mensual. Muchas piden que se les coloque el implante ( que dura 3 años) para no tener que venir cada mes, pues tienen mucho trabajo, tardan bastante en llegar (hasta 2h desde algunas comunidades a las que no llega el bus), y a veces cuando vienen no hay turnos y les toca venir otro día. Le entrego las recetas para que vaya a la farmacia del centro y le entreguen su medicación (gratuita).

08:45 Entra el siguiente, esta vez un niño de 1 año que viene a hacerse “el control” (la revisión) y vacunas. Entre la madre y yo le quitamos las 3 o 4 capas de ropa que lleva, sin desnudarle del todo porque en mi consulta hace un frío del carajo. Está protocolizado que a los 6, 12, y 18 meses les hacemos un control de hemoglobina, porque es bastante frecuente la anemia por carencias en la alimentación. Además les damos suplementos de vitamina A, hierro y otros minerales. Nos despedimos hasta el próximo control, pidiéndole a la madre que lo traiga si hubiera cualquier problema, o aunque no lo haya, para que podamos ver que crece sano.

09:00 Otra mujer indígena de unos 32 años (más o menos el 70% de pacientes que veo son indígenas), dice que cree que está embarazada, le pregunto la fecha de la última menstruación y dice que fue hace 3 años, que desde que nació su hijo el pequeño no ha “enfermado” (no ha tenido la menstruación), porque sigue chupando (mamando). Le pregunto entonces por que cree que está embarazada y me dice: “es que me da patadas doctorita”. Debajo de su falda y su blusa colorida no lo aparentaba, pero cuando le exploro la barriga, está ya como de 7 meses. ¡¡Alucino!! Le pregunto dónde ha pensado parir, y dice que en casa, le pregunto si ya ha hablado con alguna partera de su comunidad y dice que no, que lo hará solita, como los 5 anteriores…
09:30 Un abuelito del barrio, mestizo, que viene a controlarse la presión sanguínea. Le pregunto un poco cómo es su vida, y dice que desde que es viudo pasa el día en la casa y cuidando a sus animalitos. Le invito a participar en el grupo de hipertensos que se reúne semanalmente en el centro para hacer distintas actividades, sonríe encantado y se despide con un: ¡muchas gracias doctorita!

09:45 Siguen llegando pacientes…

10:30 Llamo a la siguiente paciente, Britany Farinango, tiene 10 años y entra solita, no viene acompañada. Empezó a sentirse mal el la escuela y la maestra le dijo “vete al subcentro nomás”. Y aquí viene, con su dolor de barriga, su diarrea o su mano hinchada, pues la he atendido de esta manera varias veces. Nunca he conocido a su madre o su padre, pero sí a sus hermanitas y hermanitos menores a lxs que ha acompañado más de una vez, por ser la hermana mayor.

11:15 Una niñita de 1 año, “tiene gripe” me dice la madre. Después de 8 meses aun no tengo muy claro a qué se refieren con la gripe (no sé si es tos, o mocos, o dolor de cabeza…). Y cuando llevo meses viendo niñxs con gripe y demás infecciones, me doy cuenta que a pesar de ser peores las condiciones de vida acá, el clima más duro, la alimentación peor, etc, son escasísimos los casos de otitis, bronquitis, bronquiolitis o neumonías que he visto. Mis pequeñinas y pequeñines sin darse cuenta, entre juego y juego, refresco y refresco, o risa y risa se dedican a la supervivencia.

12:30 Pongo el dedito y mi mejor sonrisa para salir al almuerzo, que me cuesta 2$ (1,70 euritos aproximadamente). Y a comerlo rapidito para poner de nuevo el dedito a las 13:00. Si fuera martes podría comerme una fritada en frente del cementerio, pues una de nuestras pacientes saca la parrilla en la puerta de su garaje, y prepara delicias hipercalóricas.

Espantaperros
Hoy por la tarde salgo a la comunidad (“domicilios” le llamábamos en Madrid), me equipo con mi chaleco, la mochila con medicinas, y un palo para los perros. Voy por los caminos embarrados y ya me voy encontrando con gente conocida que me saluda y me preguntan dónde voy. Se descojonan con el palo. “Voy a casa de fulanito, que está enfermito” les digo, y me responden “ah, ya, es un poco más allasito, siga nomás”

Tengo un paciente de unos 40 años, mecánico, con 3 hijos y la mujer embarazada de 7 meses que lleva 3 semanas en cama por unas hernias discales, está pendiente de que lo operen en Quito en un mes. Voy a ver como está, con medicación para inyectarle si está muy molesto. Me siento a charlar con él un rato, y cuando le pregunto como está comienza a llorar suavecito, diciendo que se siente fatal, porque no puede trabajar y su trabajo es el sustento familiar (ahí me acuerdo muchísimo del trabajo de masculinidades que hice con Alba). Yo me trago mi angustia como puedo porque ganas de ponerme a llorar con él no me faltan, intento “consolarle”, permitir que se desahogue, me quedo un rato más hasta que está más tranquilito, y me despido hasta la semana siguiente.


Sigo mi ronda para ver a una señora discapacitada, tiene la columna como una Z y artrosis en cada articulación de su cuerpecito. Mide poco más de 1 metro, y siempre que le preguntó como está comienza a llorar diciendo que “las voces” le molestan, le gritan y no le dejan dormir…además se queja del dolor. Eso sí, si le sonrío empieza a sonreír y amasarme la mano. Hemos intentado conseguirle medicación para controlar sus alucinaciones pues no consiguen dormir ni ella ni su hija, pero nada, ni una gotita de haloperidol en las farmacias de una ciudad de 120000 habitantes…

Apuro el paso (todo lo que se puede a 2500m de altitud), tengo que llegar a tiempo de poner nuevamente el dedito, y mi cara para la foto. 
 
El cartel me ayuda a mantener la respiración...
Esta vez no consigo disimular el cansancio, son las 16:30 y cojo el bus de vuelta deshaciendo el camino de subida al volcán, para regresar a la city y aprovechar la hora y media que queda de luz en el día…

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