Para ver una boa consctrictor de
varios metros de longitud, enrollada en las ramas de un árbol, con su cuerpo
hinchado por el mamífero que acaba de ingerir, a unos 100 metros de distancia y
entre una maraña de árboles de un bosque amazónico, debes tener los ojos de un
Waorani.
Esta es con un gran zoom. |
Y es en este Parque considerado la
zona más biodiversa del planeta por su riqueza en anfibios, aves, mamíferos y
plantas, donde los gobiernos neoliberales en nombre de la necesaria rentabilidad
del capital o donde los gobiernos progresistas en nombre de la mejora de las
condiciones de vida de la población hacen lo imposible por su explotación. En
él hemos pasado unos días maravillosos.
Ir a la “selva” en este país deja
de ser un sueño cinematográfico y pasa a ser una realidad a escasos minutos en
avión o a pocas horas en bus. También es cierto que la consideración de “selva”
es muy relativa y también tiene que ver con nuestro imaginario nuevamente
cinematográfico. Es evidente que las ciudades Amazónicas ecuatorianas con
bosque secundario a su alrededor y plantaciones de palma africana por doquier
no es lo que uno espera de la selva, tampoco si tenemos en cuenta sus
edificaciones recientes y sin planificación arquitectónica o su ambiente de
Pantaleón y las visitadoras, pero siempre guardan cierto encanto alrededor de
los majestuosos ríos que las cruzan y que sin remedio acaban en el Amazonas.
Una de estas ciudades es El Coca, lugar desde
donde Francisco de Orellana se adentró para “descubrir” el Amazonas (cuántos no
vivían ya en sus orillas), y también desde donde después de admirar el rio Napo
que la embellece, nos dirigimos dos horas en bus y cuatro en lancha por el rio
Shiripuno para llegar al destino final.
Sin fin |
Desembarcamos en uno de sus
infinitos meandros, donde esperan unas cabañas de bambú con hamacas que harán
de nuestra estancia un lujo. Cuando consigues llegar a sitios así lo primero
que sientes es una tremenda paz, como que el tiempo de alguna manera se hubiera
detenido mientras que tu cotidianidad quedó al otro lado. La selva en realidad
te apabulla, el verde lo inunda todo, te asfixia en el buen sentido y los ríos
son tu salvavidas. Desde un punto de vista macro tiene una belleza monótona
pero vista de manera micro no para de sorprenderte y de mostrarte vida a cada
instante.
Recorrer las aguas negras, café o
rojizas de un río amazónico, quedarte en uno de sus remansos a oir y contemplar,
detectar el vuelo de un guacamayo, un tucán o una oropéndola, intentar adivinar
la figura de un mono entre las ramas, escuchar como un caimán responde al guía
waorani y comienza a chapotear en la orilla a escasos metros de tu canoa, percibir
la estampida de un grupo de pecarís en medio del bosque al cerciorarse de tu
presencia marcando a su vez su territorio con un fétido olor, descubrir a una
familia del roedor más grande del mundo (la capibara) protegiéndose entre sí
ante tu cercanía, ver el camuflaje de insectos y anfibios, ver hongos
reflectantes en un paseo nocturno, sentir la naturaleza viva y que no es un
teatro puesto ante tus ojos es algo difícil de olvidar y muy difícil de
expresar en palabras.
Por ello esta realidad que me
parece como paralela, cada vez me gusta más, y ahora aún más después de haber
tenido contacto con el mundo waorani.
Es muy posible que nuestro
conocimiento de estos pueblos los termine llevando a su desaparición pero al
menos nos quedará el triste consuelo de que produzca en nosotrxs una reflexión
acerca de nuestra manera de vivir.
Lo pequeño es bello... |
...lo grande también. |
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