Escena 1ª: Venía de mí trotar y baño matutino en la playa
cuando me encontré a María en su triciclo (bici-taxi) transportando los bidones
de agua de 20 litros con los que recorre Bahía esperando la aparición de
clientes. Como es habitual le acompaña alguna de sus muchas hijas. Hablamos brevemente
debido a las dificultades de comunicación, pero aún así le expreso nuestra inminente
partida hacia otras tierras. Su marido es Papo (nombre de pila) o mejor dicho Hassari
Pal como lo bautizó Lucía en homenaje a “La ciudad de la alegría”. Es un
sobreviviente diario, a veces diría que más bien es un superhéroe, igual se
sube en un andamio a intentar arreglar un tejado, que se sube a pintar una
fachada, él dice que su menudez le ayuda, igual hace de payaso en la entrada de
un comercio para atraer clientes, que te
vende el agua o el queso en su desvencijado triciclo. Es un hombre de escasa
cultura pero con buen corazón. Y apenas han pasado dos horas de mi encuentro
fortuito con María cuando Papo vestido aún con su traje de faena lleno de
pintura se presenta en la puerta de nuestro departamento. Después del saludo
protocolario y pertinente de Don David y Doctora, nos pide 40$ que necesita
urgentemente y que mañana dice nos serán devueltos de alguna manera.
Triciclo bahieño |
Escena 2ª: Volvía de mi baño playero cansado por la hora de
trote y tras despedirme de María alcancé el portal de casa. Junto a él me
encontré al vecino de la tienda que me dijo que nos habían dejado sin luz ya que
la compañía eléctrica ha cortado literalmente el cable debido a los impagos. No
es dramático porque a estas cosas nos hemos empezado a acostumbrar, pero a la
falta de luz se le suma la falta de agua ya que la bomba no puede subirla desde
la calle hasta nuestro departamento si no hay corriente. Cuando los cacharros empiezan
a acumularse en la pila y la sal y la arena pican en el cuerpo, bajo las
escaleras para encontrarme con Ana, la señora encargada de nuestra casa y del
pago de la electricidad, que vive contigua a nosotrxs y que es la madre del
ladronzuelo. Sin demasiada preocupación (o quizá no destacando esta sobre otras
muchas) me confirma su falta de dinero para el pago en el corto plazo y que por
ello ha decidido engancharse a la luz del vecino, después de hablarlo con él
claro está, como única opción. Con ella se encuentra ya el maestro electricista
que con su pequeño playón (alicate) intenta desenmarañar un puñado de cables en
la oscuridad del lugar, ante esta situación decido no seguir mirando. Ana es
otra sobreviviente, trabaja unas 16 horas diarias los 7 días de la semana y
posiblemente 365 días al año, no le llega para pagar la luz.
Ceiba resistente |
Escena 3ª: El maestro electricista lo ha conseguido, en este
país todo se consigue, y con la tranquilidad de tener asegurada la ducha para
la noche, me dirijo a pasear por la playa, a disfrutar de un rico baño y de una
linda puesta de sol. La marea está baja por lo que las extensiones de arena
hacen las delicias de los que como yo salieron esa tarde. En una de estas veo a
lo lejos los aspavientos de un hombre de mediana edad y varias personas a su
alrededor. Este hombre continúa en su insistencia hacia los que nos acercamos y
empiezo pensar que una ballena puede
encontrarse varada como hace tiempo atrás ocurrió en una playa cercana. Termino
corriendo porque sus movimientos no cesan y casi que soy el siguiente en llegar
a él. Sin embargo cuando me encuentro a su altura percibo que el problema no es
una ballena sino sus dos hijos que se están bañando en la desembocadura del río donde suelen crearse
unas corrientes bastante fuertes. El hombre no debe saber nadar porque los
guambras no se encuentran tan lejos y él continua con sus reclamos en la
orilla. Ya hay dos personas con sus tablas de body surf en el agua y otro con
un neumático gigante que apenas es capaz de alejarse un par de metros con su
estilo de nado molinillo. Uno de los chicos llega a la altura de los muchachxs
y los mantiene en su tablita hasta que una moto acuática los recoge. Son dos
adolescentes de entre 12 y 15 años que salen con cara de susto y son recibidos
por los desesperados abrazos y las lágrimas de su padre. Mientras el héroe es
felicitado por sus panas, el corro de gente empieza a deshacerse, en ese
momento llega el socorrista.
Pacífico aparente |
Escena 4ª: Después del susto pero con final feliz,
continué caminando por la playa hasta sentarme en unas rocas que en muchas
ocasiones nos han servido para disfrutar de la puesta de sol. Hoy no será así,
estamos en verano y eso es casi garantía de nubes por lo que no sabremos a
ciencia cierta el momento en el que el astro desaparecerá por el océano, eso sí
quince minutos después la noche será cerrada. Sin embargo tengo la suerte de
asistir a una sesión de fotos de recién casados, ella traje blanco largo con
corpiño en la parte superior, él pantalón bermuda azul y camisa negra, ambos
descalzos porque la sesión en ocasiones es dentro del mar. Por su aspecto parecen
serranos que han decidido celebrar el evento en tierras costeñas. Continua la
sesión, sólo están ellos tres y dos fotógrafos que parecen más sus amigos que
unos profesionales contratados. Pero la luz empieza a escasear y la brisa hace
que refresque, ella decide terminar la sesión, ponerse sus chancletas rojas de
goma y abandonar caminando la playa mientras se desaprieta el corpiño para
sacarse el pecho y dar de comer a su bebe. Esta maravillosa escena pasa delante
de mis narices, y con esa feliz imagen decidí irme hacia la casa donde ahora sí
la ducha me esperaba.
Fragatas alimentándose |
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