No sé por qué yo siempre me había imaginado Guatemala más
bien llana, y resulta que es como un papelillo verde totalmente arrugado, una
de las zonas más verdes, y más arrugadas es la de las Verapaces, donde nos
dirigimos al salir de hechizante lago Atitlán.
Nuestro objetivo inicial era conseguir ver el Quetzal,
ave nacional y animal con un aspecto mágico, por su colorido intenso y su cola
de casi un metro. Para ello nos adentramos en los montes del Biotopo del
Quetzal y nos pegamos un buen madrugón para ver al animal esquivo. Pasamos
varias horas esperando pacientemente que apareciera, y dejándonos el cuello
tratando de verlo en las copas de los árboles donde suele acudir a comer
frutos. Cuando estábamos planteándonos abandonar conseguimos verlo (gracias a
una familia holandesa que nos avisó), fue toda una emoción, aunque hubiera
sido mayor si mantuviera la cola (en esta época del año la pierden). Conseguir
una buena foto fue tan complicado como con las ballenas.
Lo más cerca que estuvimos del Quetzal con cola fue una
pluma y Thor Janson, probablemente el tipo que tiene mejores fotos del animal
que da el nombre a la moneda de Guatemala. Conocimos a este hombre en el lugar
donde los alojábamos y fue toda una experiencia.
Foto de Thor Janson |
Seguimos hacia el norte de Alta Verapaz, allá nos esperaba una cueva
impresionante llena de figuras creadas con sus
estalactitas y estalagmitas. Lo más impresionante de esa cueva era el
momento del atardecer, cuando miles de murciélagos salían de la misma para
hacer su comida nocturna. Como muy bien nos recomendó nuestro guía particular
(¡ese Guille!) nos quedamos justo en el orificio de salida de la cueva, y una
vez superado el miedo inicial y viendo que los murciélagos hacían todo tipo de
cabriolas para esquivarnos, conseguimos disfrutar de la experiencia.
Otro día hicimos una excursión que a mí me quitó las
palabras… El sitio se llama Semuc Champey, que en lengua Q’eqchí significa algo
así como agua que pasa por debajo. Viendo el lugar se entiende fácilmente el
nombre, es un río que se mete bajo una zona de roca caliza haciendo una cueva,
y que en la parte superior tiene unas piscinas naturales de ensueño. Disfrutamos
una vista casi aérea desde un mirador en lo alto de una loma y luego bajamos a
disfrutar de tan maravilloso lugar. Una de las atracciones, además de ir
saltando de piscina en piscina, fue tener decenas de pececillos revoloteándote
los pies y piernas mientras intentaban comer la piel muerta o mugre acumulada…
Y tras esta experiencia intensa, pusimos rumbo al norte,
zona selvática regada de conjuntos arqueológicos mayas…
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