domingo, 3 de agosto de 2014

Guatemala IV. Recorriendo las Verapaces.


No sé por qué yo siempre me había imaginado Guatemala más bien llana, y resulta que es como un papelillo verde totalmente arrugado, una de las zonas más verdes, y más arrugadas es la de las Verapaces, donde nos dirigimos al salir de hechizante lago Atitlán.

 
 
Nuestro objetivo inicial era conseguir ver el Quetzal, ave nacional y animal con un aspecto mágico, por su colorido intenso y su cola de casi un metro. Para ello nos adentramos en los montes del Biotopo del Quetzal y nos pegamos un buen madrugón para ver al animal esquivo. Pasamos varias horas esperando pacientemente que apareciera, y dejándonos el cuello tratando de verlo en las copas de los árboles donde suele acudir a comer frutos. Cuando estábamos planteándonos abandonar conseguimos verlo (gracias a una familia holandesa que nos avisó), fue toda una emoción, aunque hubiera sido mayor si mantuviera la cola (en esta época del año la pierden). Conseguir una buena foto fue tan complicado como con las ballenas.

Lo más cerca que estuvimos del Quetzal con cola fue una pluma y Thor Janson, probablemente el tipo que tiene mejores fotos del animal que da el nombre a la moneda de Guatemala. Conocimos a este hombre en el lugar donde los alojábamos y fue toda una experiencia.
Foto de Thor Janson

 


Seguimos hacia el norte de Alta Verapaz, allá nos esperaba una cueva impresionante llena de figuras creadas con sus  estalactitas y estalagmitas. Lo más impresionante de esa cueva era el momento del atardecer, cuando miles de murciélagos salían de la misma para hacer su comida nocturna. Como muy bien nos recomendó nuestro guía particular (¡ese Guille!) nos quedamos justo en el orificio de salida de la cueva, y una vez superado el miedo inicial y viendo que los murciélagos hacían todo tipo de cabriolas para esquivarnos, conseguimos disfrutar de la experiencia.
 

Esa noche nos esperaban nuestras “celditas” para dormir, en una parte del hotel que la recepcionista (simpática Lucero) llamó “El sótano”. Más allá de algún sapo de medio kilo, no tuvimos muchos visitantes del reino animal esas noches.

Otro día hicimos una excursión que a mí me quitó las palabras… El sitio se llama Semuc Champey, que en lengua Q’eqchí significa algo así como agua que pasa por debajo. Viendo el lugar se entiende fácilmente el nombre, es un río que se mete bajo una zona de roca caliza haciendo una cueva, y que en la parte superior tiene unas piscinas naturales de ensueño. Disfrutamos una vista casi aérea desde un mirador en lo alto de una loma y luego bajamos a disfrutar de tan maravilloso lugar. Una de las atracciones, además de ir saltando de piscina en piscina, fue tener decenas de pececillos revoloteándote los pies y piernas mientras intentaban comer la piel muerta o mugre acumulada…

 


 
Y tras esta experiencia intensa, pusimos rumbo al norte, zona selvática regada de conjuntos arqueológicos mayas…

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