martes, 12 de agosto de 2014

Guatemala VI. Antigua…y de nuevo Atitlán

Desde que llegamos a Guate, y ante la más que probable visita a Antigua, me rondaba continuamente la cabeza la canción de Bunbury “El extranjero”, y me preguntaba ¿por qué quisiera morir en Antigua?

Tenía ganas de descubrirlo y parecía que nuestro viaje iba a acabar en ese misterioso lugar, como una guinda coronando el pastel.

La ciudad se llama así porque era la antigua capital del país, pero la naturaleza, con erupciones volcánicas y devastadores terremotos obligó a trasladarla a su ubicación actual, Ciudad de Guatemala.

Ahora es uno de los principales atractivos turísticos del país. El lugar es como una postal, calles empedradas haciendo una cuadrícula perfecta en la que palacios impresionantes se intercalan con ruinas de los últimos terremotos, decenas de iglesias coloniales, algún parque y vistas espléndidas a los volcanes más cercanos, Agua, Acatenango y Fuego (este último suelta fumarolas diariamente, ya habíamos podido verlas desde el lago Atitlán).













Otro de los atractivos de Antigua es el acenso al volcán Pacaya, en el que hasta hace no mucho de podía ver lava incandescente a pocos metros de tus pies. Cuando subimos nosotrxs no había lava, sí algunas fumarolas, pero el calor que emana de la lava ya solidificada permite cocinar nubes de gominola.








Al final pasamos poco tiempo en Antigua, quizás por eso no llegué a entender por qué Bunbury elegiría este lugar para morir…

A mí me impresionó bastante más el lago Atitlán, y aunque David ya os contó, como volvimos a Panjachel antes de finalizar nuestro viaje chapin, yo quisiera contaros mis impresiones, pues me pareció un lugar bien especial.

Aunque no sea lo más bonito, voy a empezar con algo que me avergüenza un poco reconocer, pero voy a confesarme…lo primero que sentí al llegar al lago (era de noche y la vistas no eran apreciables), fue un apetito inmenso de consumismo…la artesanía, especialmente la textil, me enloqueció. El momento más duro fue en el mercado de Chichicastenango, a casi dos horas del lago, una locura de colores y tejidos. Era todo tan bonito que me daban ganas de comérmelo. Este sentimiento me invadió durante todo el viaje, y creo que me contuve todo lo que pude…

Y dejando lo material para pasar al encanto real del lago, os diría que es bien coqueto, cambia de aspecto a cada rato, los colores de los volcanes, las nubes, la luz del sol…no habrá dos momentos iguales. Además desde cada uno de los pueblos que hay en su orilla hay una visión distinta, a cual más hermosa.

Como no voy a describiros cada uno de los pueblitos que vimos, os voy a contar lo que se me ha quedado de cada uno (que no os sorprendan los nombres, no fue casual que eligieran los nombres de apóstoles y otros santos para “ayudar” a la conversión católica).

En San Andrés nos cayó una granizada tremenda en medio de la milpa (sembrados de maíz), y luego apareció ante nosotrs una criatura sensacional, Rosita, con quien jugamos al futbol y comimos maíz asado…
Rosita nos ordena por tamaño para los penaltis















De San Antonio de Palopó me quedaría con el atardecer desde el muelle, los grupitos  mujeres con sus lindos huipiles azules, y con "la seño" que tejía arrodillada en un telar.



San Marcos será sinónimo de baño en aguas cristalinas...

















En Santiago descubrimos al Maximón, una especie de concentración de divinidades en una figura humana producto del sincretismo religioso y paseamos en las ajetreadas calles un domingo de mercado, cuando muchos hombres se ponen sus mejores galas para sentarse en la plaza.

San Pedro fue sorprendente por la fuerte presencia de judíos y la cantidad de murales reivindicativos y pintadas sobre Jesucristo en las paredes de las calles.


Y por último Panajachel, nuestro campamento base. Me impresionó descubrir la orilla a ritmo de bachata, el nuevo imperio musical…pero la huellita en la memoria será la imagen de los tres volcanes (San Pedro, Tolimán y Atitlán) custodiando la orilla suroeste del lago. Y bien curioso el cementerio, donde mirando la lápida una puede saber a qué se dedicó la persona en vida, o los bautismos evangélicos en la orilla los domingos.
Total, que lo pasamos fatal en el lago…


Y ahora sí, para acabar mis relatos chapines, y aunque no viene mucho al caso, os voy a recomendar un lugar maravilloso para comer en la capital (por si un día tenéis la ocasión de conocer Guate), es el restaurante de la Señora Pu, antropóloga y cocinera que prepara comidas deliciosas con una elegancia que hipnotiza. Tiene tanto atractivo comer, como ver cómo cocina, yo me enamoré.


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