viernes, 19 de septiembre de 2014

Cuba I. Aperitivo en La Habana.

Un punto y seguido en la aventura ecuatoriana nos ha permitido vivir un día sabroso...

¿Qué mejor manera de regresar a casa que haciendo una parada técnica en nuestra otra casa?

Pues sí, nuevamente una escala muy aprovechada, esta vez en La Habana, donde me siento como en casa.

Aterrizar en el aeropuerto José Martí y minutos después encontrarte con alguna de las entusiastas funcionarias de inmigración, para posteriormente sentir ese aire cálido y húmedo era la manera más lógica de empezar el día.

Luego aparece ese olor a Caribe y a gasolina mal refinada y mal quemada que evocan recuerdos y sensaciones lejanas en el tiempo, pero muy presentes en la memoria.

El objetivo de la escala estaba claro, pasar el día con nuestra familia Habanera. Adán aparece puntual como un reloj Cubano, y con su incombustible creatividad así sean las 06:00 de la mañana. Rápidamente nos ponemos al día de cómo están sus vidas y el país. Esperamos en pleno centro de La Habana la llegada de Julieta y David, al que conocemos por fin. Cuando sale de su escuela se nos une Daniel, mi querido Pepito, que ha crecido mucho en los últimos casi 4 años. Ya estamos todxs para gozar La Habana.

Aunque estamos agotadxs, pues venimos de empalmada, el día es un placer por tantas sensaciones agradables que vuelven a invadirme...

Qué rico eso de quedar sin celulares ni nada y conseguir encontrarse. En Cuba, a veces, los celulares sirven únicamente como agenda.

Qué rico el Cubaneo, esa manera de hablar, de caminar y de vacilar.

Qué ricas esa sensación de admiración por el pueblo Cubano.

Qué rica su música, su cine, su arte en todos los sentidos, su dejadez, su ironía, su calma, su nobleza, y su viveza.

Qué ricos los abrazos de lxs amigxs después de un tiempito, que hacen que en un periquete ese tiempo desaparezca, como si no hubiera pasado un solo día desde la última vez.

Qué ricos nuestros sobrinos, conocer al sabroso David, provocador y ’jodedor’ a la vez que tierno como su tocayo, y reencontrarnos con el hermoso y mayorcísimo Daniel. Qué emoción sentir que Dani nos recuerda, que nos abraza con tantas ganas, pasea dándonos la mano y en la despedida nos dice ‘te quiero’. Tiene calor.



Qué gusto ver la manera en que nuestrxs amigxs están educando a sus hijos, que son tan buenos, cariñosos, respetuosos y vivos.

Qué gusto sentirse en casa.

Ha sido una visita breve, un aperitivo con la duración exacta para planificar la próxima, que será en unos 75 días, ahí si vamos a gozar La Habana (y Caimito).



 

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