Por la ventanilla del avión comienzan a divisarse unos
cayos rodeados de agua azul turquesa. Son los segundos previos a sobrevolar la
isla de Cuba.
Ya sobre su territorio, el verde y los cultivos preponderan.
Entre ellos, la belleza de las palmas diseminadas sin orden aparente, completan
la vista. Me emociona el paisaje y saber que en breves minutos estaré en
tierra, en esa tierra.
Tras conseguir traspasar inmigración, las maletas y la
aduana, choco con un vapor y un olor que me inunda, creo que este aroma siempre
me recordará a Cuba, es el único lugar en el mundo que identifico a ojos
cerrados.
Viajar y llegar a otros países siempre tiene algo de
incertidumbre, pero aquí es como llegar a casa. Una casa que ha cambiado desde
que la conocí ya hace quince años, pero que ahora está cambiando más aprisa que
nunca. Una sociedad que se adapta sin aparente dificultad a las revoluciones,
evoluciones e involuciones que la acechan desde aquel inicio del año 59. Un
antropólogo podría realizar su tesis de vida en este pedazo de caribe.
Cuando la conocí, llegar a Cuba era como vivir otra época, sentías
estar en un lugar diferente y posiblemente único, con un sistema económico difícil
de entender para nuestras cabezas capitalistas, con una filosofía del trabajo y
el disfrute genuina, donde se daban unas relaciones sociales especiales, donde
las calles no estaban repletas de neones ni eran transitadas por un tráfico
infernal; hoy la globalización y la apertura económica están produciendo una
pérdida en esas sensaciones.
La economía perece mejorar y los valores parecen empeorar.
El anhelo miamense de la juventud causa furor y el acceso al CUC levanta las
bajas pasiones.
Una vez leí un estudio, no recuerdo el ente occidental que
lo llevaba a cabo, en el que se mostraba que el único país con huella ecológica
inferior a un planeta y con índice de desarrollo humano aceptable, era Cuba,
pero, ¿alguien quiere liderar esa estadística?
Cuba evolucionó en este tiempo, también mis ojos después de
estos 1003 días en l’América, y no cabe duda que está viviendo unos momentos
de cambio muy interesantes, donde creo que no está en juego la Revolución, pues
esta no existe desde hace mucho, pero sí sus maravillosos logros alcanzados.
Mañana, ese Pontiac de casi un siglo, me recogerá en casa
para llevarme al Aeropuerto José Martí. Avanzará por las calles de la ciudad
más bella del mundo, cruzará como siempre la Plaza de la Revolución, y miraré
atrás para llevarme esa imagen del Che y Camilo que me eriza y que siempre se
clava en mi retina como la última antes de partir. Me despediré de su cielo
inmenso y de ese olor que siempre estará conmigo. Después me elevaré, diré
adiós a una Habana ya iluminada, divisaré el contorno del Malecón y me
despediré de la isla más grande del Caribe, que tanto me ha enseñado.
Pero, sobre todo, mañana, me estaré despidiendo de
l’América, que ha sido mi casa durante 1003 días y que en realidad lo será para
siempre. En una despedida finalmente amarga, muy amarga, por lo que acontece en
mi Ecuador y en ese pueblo que durante medio año nos acogió y nos brindó sus
playas, sus camarones y su gente, y que hoy mismo fue evacuado por nuevos y
continuos temblores.
Viva Cuba, viva Ecuador y viva l’América, en mi mente
siempre.
Patria Grande, volveremos.
Tía Luchy, escribes con una emoción que emociona!
ResponderEliminarBuen viaje para los dos, sois muy sencillos y familiares, un ejemplo de que en la sociedad de consumom no hay por qué dejarse llevar por su himno. Nosotros también hemos aprendido mucho con ustedes, son muy amorosos y lo comparten muy bien. Ya sabeis que acá estamos...y también por el Líbano. Beso grande a la familia !