Ya cuando salimos
de Ecuador, habíamos escuchado durante casi un año, de la posible llegada del
fenómeno del Niño. Se preveía que pudiera incluso superar los niveles catastróficos
de lluvias torrenciales del año 98, por lo que era importante una campaña de
prevención extensa. Han hecho falta algo más de 18.000 km por carretera y casi
1.500 km por agua, para que después de recorrer por aire los más de 5.000 km
que separan Buenos Aires de Caracas, vengamos a chocarnos con dicho fenómeno,
que, aunque en menor medida a la esperada, está llevando lluvias a buena parte
de Sudamérica. Sin embargo aquí, en Venezuela, la afectación está siendo la
opuesta, la sequía es protagonista ya por varios meses. Es tan intensa, que los
niveles de las presas que abastecen de electricidad al país están bajo mínimos
y la necesidad de ahorro energético es tan grande que en algunas empresas
públicas se ha reducido el horario de trabajo e incluso se ha dado vacacional
la Semana Mayor entera. (Algo que ha sido muy bueno para poder disfrutar de
nuestra familia cubano-venezolana más intensamente). Otro de los dramas de la
pertinaz sequía está siendo la cantidad de incendios. En algunos lugares como
en los valles caraqueños donde nos encontramos, los montes están ardiendo sin descanso.
También en
Ecuador, ya llevaba Correa largo tiempo hablando sobre la llegada de la restauración
neoliberal en Latinoamérica. Han hecho falta algo más de 18.000 km por
carretera y casi 1.500 km por agua, para encontrarnos con el fenómeno de la
mano de Macri. Y, aunque los efectos en apenas 100 días de gobierno empiezan a
ser evidentes, con despidos, inflación y recortes a la libertad de expresión,
el fenómeno es aún más agresivo en Venezuela.
La actual
situación, en el país más vilipendiado en los últimos tiempos por la prensa
occidental, se está volviendo insostenible, las filas para obtener los
productos regulados cada día son más largas, el precio del resto de productos cada
día está más desorbitado y la escasez en ocasiones se vuelve tenaz. Todo ello ocurre
a pesar de los esfuerzos gubernamentales por realizar repartos alimenticios en
centros obreros y mercados del pueblo y por intentar cumplir la legislación que
obliga a la empresa privada a establecer precios justos en ciertos artículos
para la población. Sin embargo, el “bachaqueo” y la guerra económica están
siendo rivales difíciles. Prueba de ello es que, en estos días, recogimos,
jamón y salchichas en un encuentro bajo el puente de una autopista, harina y
arroz en la trastienda de una bodega, pan después de una cola y una espera
paciente, y una bolsa de productos no perecederos en nuestro centro de trabajo.
Es muy triste
observar cómo pueden llevarse por delante un proceso de algo más de quince
años, del que se ven resultados palpables en la sociedad y en las calles. En
ello colaboran, la corrupción, la ineficacia, el oportunismo y el no compromiso
de sectores apegados al gobierno, la falta de escrúpulos y conciencia de parte
de la población venezolana que no duda en seguir especulando y acaparando productos
para hacer plata, pero sobretodo las oligarquías venezolanas y sus aliados en
el exterior que mantienen una guerra económica sin cuartel. Algunas de sus
acciones son: comprar dólares subsidiados por el gobierno para importar y luego
vender a la población con un dólar de referencia infinitamente más alto,
guardar los productos en sus bodegas para generar desabastecimiento o sacar a la
venta exclusivamente las versiones más costosas de un mismo producto, (en estos
días se descubrió una cadena de supermercado que prefirió dejar pudrirse 4000kg
de pollo antes que sacarlos a la venta).
Se siente emoción,
al observar la inmensa misión vivienda que da cobijo a cerca de un millón de
familias, al ver la mejora en las condiciones de vida de muchísimos venezolanos
que antes engrosaban las listas de pobreza y extrema pobreza, al ver el
resultado de misiones de alfabetización, de acceso a la educación y a la sanidad,
y al ver las mejoras insuficientes en esos barrios ahora llamados tricolores
que siempre estuvieron abandonados. Pero es triste evidenciar una y otra vez
como la posesión de los medios de producción y de comunicación nunca está al
servicio del pueblo y sí al de unas élites que no dudan y nunca han dudado en asfixiar
a la población de hambre si es preciso (Chile 1973) para mantener un país ardiendo hasta que sus privilegios se salvaguarden.
Nos vuelven a mostrar que la democracia es un sistema, que solamente es válido
cuando de ella emana el triunfo de sus intereses, y si no es así, usarán golpes
de estado, guerra económica o cualquier invento para revertir el orden
establecido.
Ya en Ecuador
habíamos vivido de cerca esta realidad. Ellos que vuelven a su país empujados
por la crisis española y la mejoría nacional, españoles que hacen las américas
con sus titulaciones bajo el brazo, colombianos que nutren el norte huyendo de
la violencia, cubanos que como médicos mejoran las prestaciones andinas o que
inician viaje al norte en busca de su dorado, y así podría seguir con ejemplos
que inundan el continente sudamericano y que mezclan y nutren estas tierras.
Sin embargo, el fenómeno más curioso vivido en el Ecuador y entendido ahora en
Venezuela, es el fenómeno de migración temporal de los venezolanos haciendo arder sus tarjetas de crédito o
“raspando la tarjeta” como se conoce en el país.
Su forma de “viajar”
por Sudamérica, es una especie de guerra económica llevada a cabo por ciudadanos
de clase media que no dudan en mejorar sus condiciones de vida a costa de
empeorar las de buena parte de la población, en la idea del sálvese quien pueda.
De hecho, hay sectores que han convertido este negocio en su único trabajo. Al
venezolano se le permiten, en función del lugar al que se dirige y el tiempo de
estancia, una cantidad de dólares vendidos por el estado hasta hace muy poco
tiempo a 10 bolívares por dólar. En el país de destino hacen compras ficticias
con la tarjeta y a cambio de una pequeña propina, el establecimiento le
devuelve lo gastado con la tarjeta en dólares en efectivo. A la vuelta al país,
revenderán esos dólares a una tasa especulativa que se sitúa ahora alrededor de
1200 bolívares por dólar. La realidad es que, incluso pagando el pasaje de
avión, compensa el negocio de compra venta de dólares, que además ayuda a la
hiperinflación existente y a ahondar más en los problemas económicos existentes.
Esta emigración
temporal no está siendo la única. Hay otra sin fecha de regreso, llevada a cabo
por personas que no aguantan más los actuales problemas económicos y de
inseguridad, que abandonan el país con la certeza de que la mejoría está lejos
y que piensan en las posibles represalias futuras.
En definitiva, me
despido de Caracas y de Venezuela con tristeza e incluso con miedo de lo que a
esa población humilde y trabajadora les pueda deparar el futuro. Me despido de
manera emocionada del Cuartel de la Montaña donde descansan los restos del
Comandante Chávez, y dejo atrás los enormes gestos de amor que gran parte de su
pueblo tienen por él.
Hasta siempre Comandante |
Mientras viajo
hacia el aeropuerto, miro las pintadas de carácter socialista y emancipador que
invaden los muros y puentes de barrios, plazas y municipios, y pienso como
estarán cuando vuelva. Imagino que quizá nos venzan nuevamente, pero que, aun
así, no dejamos de aprender y con ello de avanzar hacia una sociedad mejor en
la búsqueda del hombre y la mujer nuevxs.
Llego a la puerta
de embarque y vuelvo a mirar atrás con tristeza, sin embargo, al observar la
pantalla que marca la inminente salida de mi vuelo a La Habana, me siento un
poco mejor.
PD: En estos diez
días de estancia en la República Bolivariana de Venezuela se registraron: el
asesinato de un alcalde y un legislador suplente, ambos chavistas, también el
asesinato de un activista social comprometido con el proceso. En los tres casos
se sospecha que la causa fue el sicariato. Espero que estos datos lleguen a
oídos de Mr Cal viva para que haga la campaña oportuna que considere, ya que
supongo que estas noticias no les llegaron a nuestros medios de desinformación.
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