Después de diez días nos decidimos a abandonar Quito, cuando ya el barrio de la Floresta parecía nuestra casa. Dejamos atrás una linda capital a la que seguro volveremos. (Queda en ella mucho por descubrir y os invitamos a ello).
Comenzamos nuestra visita al Ecuador, poniendo rumbo por la panamericana, hacia el norte, hacia Colombia, de la que apenas nos separan 250 km, nosotrxs sin embargo nos quedaremos a mitad de camino.
Las obras de mejora de la carretera nos acompañan durante la primera parte del viaje, luego nuestra vista comienza a fijarse en las majestuosas montañas andinas. No hay un solo tramo plano, es un constante subir y bajar por sus enormes laderas, donde los choferes se encuentran en su salsa y donde mientras los nativos duermen, nosotrxs nos agarramos con firmeza al asiento. (El bus es como un pequeño insecto que se mueve arriba y abajo). La carretera entra en la región de Imbabura, donde su capital Ibarra, es nuestro destino final. Pero antes de ello cruzamos el pueblo de Otavalo, famoso por tener el mercado de artesanía indígena más grande de Latinoamérica (siempre hay algo o algún sitio que es lo más). Ahora los volcanes vuelven a hacerse patentes y el verde de enormes montañas nos invade. Sorprende que el hombre haya sido capaz de cultivar en ellas hasta muy arriba, el maíz, el frejol, las habas, las papas...
Dos horas y media después, por fin llegamos a Ibarra, capital de unos 100.000 habitantes, llamada la ciudad blanca. Mi primera impresión no es muy buena, quizá porque la veo con los ojos de ser nuestro destino por un tiempo o quizá porque las nubes nos impiden descubrir la belleza de sus alrededores. Sin embargo, al día siguiente el sol se empeña en cambiar mi opinión. El volcán Imbabura domina el sur de la ciudad, y el este lo vigila desde lo alto de la montaña la laguna de Yahuarcocha. En sí la ciudad se encuentra en un valle algo más amplio que el de Quito, lo que la permite ser plana y cuadriculada (esto nos recuerda muy mucho a nuestra querida Cuba y en particular a Caimito). Su aspecto es el de un pueblo, no existen edificios altos y aunque todavía está por descubrir, si destacan en ella algunas plazas por su frondosidad y animación.
El clima es suave, los 2200 m sobre el nivel de mar, mejoran las noches quiteñas y casi invitan a la manga corta.
La gente sigue siendo encantadora y el contacto que tenemos con el personal del ministerio de salud incrementa esta sensación. Dicho encuentro, hace que nuestro destino en el Ecuador parezca más cercano y aunque nuestro periplo viajero no haya más que comenzado, parece que el trabajo como médico de familia de Lucía se puede encontrar en la (*) parroquia: La Esperanza.
La Esperanza es una comunidad que se encuentra apenas a 5km de Ibarra y que se extiende ladera arriba del volcán Imbabura, su población mayoritaria es indígena.
(*) El Ecuador se divide en regiones, luego en cantones y luego en parroquias, nada que ver con la iglesia.
Interior de un bus que recorre las montañas andinas.
muchos besos, david
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