miércoles, 18 de noviembre de 2015

Perú IX. El Imperio.

Ya escribió sobre éste Kapuscinski, pero él se encontraba en la estepa soviética y yo me encuentro en Ollantaytambo, un pequeño pueblo situado en el valle sagrado de los incas.

El valle comienza en las cercanías de la ciudad capital del imperio inca, el Cusco, y termina en las verdes paredes montañosas que encierran el lugar más sagrado y más bello que nos dejaron, el Machu Picchu.

La belleza del Cusco es incuestionable, aunque los restos incaicos en la propia ciudad son escasos debido a la intervención hispana. En la actualidad lucha por mantener una esencia que le disputan las hordas de turistas que lo visitan y que portan su cámara fotográfica y su nueva chompa de alpaca por todos los rincones del centro histórico.
Imagen del Qosqo
 
 
Lo mismo ocurre con Machu Picchu, pero, aunque es abordado los 365 días del año por masas ingentes de visitantes, continúa siendo un lugar con un halo de magia, ubicado en un lugar casi imposible y con una belleza sencilla pero sobrecogedora.
 
Enigmático
Y Ollantaytambo se encuentra entre ambos lugares, con sus apenas 2000 habitantes es el sitio que más ha conservado la arquitectura inca en la propia población. Se sitúa en el valle del rio Urubamba y se encuentra acorralada por enormes montañas pedregosas y nevados andinos que sólo dejan espacios para los cultivos de maíz. Mantiene sus hermosas calles de piedra por donde aún transitan los canales de agua que diseñaron los incas para poder abastecer casas y campos. Muchas de las viviendas mantienen los cimientos incaicos, donde observas y te deleitas con sus rompecabezas de piedras. Pensar cómo aquellas gentes eran capaces de moldear la piedra de esta manera, de construir este tetris de granito y de cómo era el transporte sin el uso de la rueda es sorprendente y es más aún cuando ya usaban su conocimiento antisísmico para construir puertas y ventanas de forma trapezoidal.

 
 
 
 
 
 
El momento en el que cae el sol y comienzan a encenderse los faroles amarillentos en sus calles estrechas y vacías te envuelve y te teletransporta siglos atrás, haciéndote pensar una y otra vez como sería el mundo si el afán imperialista no hubiera sido el motor de nuestras sociedades.         

 
Qué sería de esta hermosa tierra sudamericana sin ese afán conquistador, sometedor, aniquilador de la sociedad europea y ese afán expansionista de la iglesia católica. Pero no lo dejo ahí, qué sería de esta tierra andina si no hubiera sido sometida al imperio inca. Aquí se preguntan cómo pudieron unos cuantos españoles acabar en tan poco tiempo con un imperio incaico tan poderoso, y la repuesta está en su propia actitud imperial y de sometimiento a civilizaciones que más tarde les dieron la espalda y, aunque con engaños, acabaron ayudando al vándalo Pizarro. El propio incariato, con su división en las manos de Huascar y Atahualpa a la muerte de su padre Huayna Cápac, fue escribiendo su defunción debido al afán de poder de éstos.

Ciertamente los incas fueron más respetuosos con las creencias y deidades de los pueblos a los que subyugaron que lo que serían los españoles, pero no dejaron de ser un imperio más. Lo que si causa cierta tristeza es ver como los auténticos herederos de aquel imperio que tanto enorgullece al Perú, son hoy y desde hace quinientos años los más marginados en la sociedad. Cómo sería un Perú gobernado por el indigenismo, con su apego y armonía con la Pacha mama, con su inocencia, con su trabajar duro, con su hospitalidad, con su sencillez y complejidad a la vez, en fin, con su cosmovisión.
 
Pero la realidad es que los imperios por unas razones u otras pasan. Ahora tenemos el actual que no ceja en su afán devastador y aniquilador de culturas y formas de vida diferentes, pero que caerá, quizá al igual que los incas por el odio que repartieron a lo largo y ancho del planeta.

Lo malo es que no nos dejaran estos bellos paseos por Ollanta o esa imagen del Machu Picchu y si quizá nos dejen un Sillicon Valley, un Pentágono o un McDonald’s en la calle 72.   
 


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