Hace unos días nos dispusimos nuevamente a bajar los Andes
con la intención de llegar a Lima. Nos encontrábamos en la cordillera blanca y
para salir de ésta no quedaba más remedio, ni más placer, que avanzar por el
vasto altiplano hasta encontrar un recoveco por el que precipitarnos hacia el
océano. La visión de una enorme meseta a tal altura es deslumbrante, extensos
terrenos sin apenas vegetación son transitados por pequeños ríos que en breves
fechas crecerán y por rebaños de camélidos. Y para encuadrar la fotografía y
poner límite a tan inabarcable llanura se encuentran unos nevados que
desafiantes superan los 6000 metros.
Una vez encontrado el hueco por el que salir, la carretera
comienza a serpentear vertiginosamente por unas montañas generalmente áridas y rocosas
y en las que nuestro autobús, a pesar de ser de dos pisos, apenas es una mota
en el paisaje. Damos continuos cambios de sentido en la búsqueda de un lugar
menos inhóspito. Por momentos lo conseguimos, pero a diferencia de Ecuador, la
bajada andina hacia la costa no deja de ser nunca un terreno seco. Es cierto
que enormes montañas de tierra y roca, salpicadas por cactus que se atreven a
crecer entre sus grietas no es comparable con el bosque tropical que en Ecuador
te acompaña, pero la grandeza del paisaje te sobrecoge igualmente. Altiplano... |
Cuando la montaña va perdiendo su rocosidad y se empieza a
asemejar más a una duna del desierto es la señal inequívoca de que el Pacífico
está cerca.
Ahora ya paralelos a la costa, transitamos por un terreno
más llano pero igualmente árido y aún con las estribaciones andinas en ocasiones
acechándonos. La cercanía de Lima cada vez es mayor cuando de repente la
carretera se empina para bordear por su ladera una cadena de altísimas dunas.
Ahí te encuentras en medio de un terreno en apariencia muy frágil, mirando a tu
izquierda, una pared de arena sin fin que amenaza con caer encima tuyo, y mirando
a tu derecha, la amenaza es caer por esas tierras movedizas a un océano que te
espera. Es bastante imponente la sensación de vulnerabilidad al atravesar esas
enormes dunas con el deseo de que ni un grano de arena se mueva de su posición.
(Por cierto, allí se encontraba la máquina quita-arena, desalojando de la
carretera alguno de los últimos deslaves). Una vez dejas atrás este
espectáculo, comienza el siguiente que es la entrada a Lima por el norte de la
ciudad.
Colinas de tierra y rocas siembran la zona costera, pero al
entrar en Lima estas sirven como lugar de asentamiento a enormes barrios de
marginalidad que rodean la gran ciudad. La vista diríamos que no es demasiado hermosa,
el polvo lo inunda todo, el color de la tierra se entremezcla con el ladrillo
rojizo de casas a medio terminar o aunque no lo creamos terminadas ya, también
se ven bastantes casas prefabricadas de madera de apenas una estancia y para
completar un paisaje nada halagüeño el cielo está inmerso en una garúa
asfixiante. Sólo algunas casas de hospedaje con vivos neones o algún comercio
de llamativos y chillones anuncios rompen con ese ambiente claustrofóbico de
polvo, garúa, cerro enladrillado y tráfico.
suburbio del centro de Lima |
Aunque la llegada a Lima por el norte da ciertas ganas de salir corriendo, por suerte esta es una de las muchas Limas con las que te encuentras, no en vano la sociedad de clases está más marcada aquí que en otros muchos lugares. Lima es polvo y garúa, Lima es un tráfico infernal, Lima es un ajetreado pero hermoso centro histórico, Lima es un barrio exclusivo sobre los acantilados que baña el Pacífico, Lima es cultura y Lima fundamentalmente es vida.
Museo de la Literatura Peruana |
Respiro Limeño |
Me gusta la foto de David encima de los libros.
ResponderEliminarPues más te habría gustado el museo...
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