viernes, 29 de enero de 2016

Chile II. Cuando desierto y mar se abrazan.

Hay ciudades de nombres curiosamente bellos y que siempre han estado en mi mente por alguna razón, aunque a veces no sepa por cuál: Barquisimeto, Maracaibo, Guayaquil, Cochabamba, Potosí, Iquique, Valparaíso, Tucumán y otras, además de la que nos ocupa ahora, Antofagasta.

 
Para llegar a ella hemos recorrido 350 km de desierto y casi 5 horas de trayecto donde apenas atravesamos un par de pequeñas poblaciones que resistieron en primer lugar al auge salitrero y del guano, después al del nitrato y actualmente al de diferentes minerales sobretodo cobre. Al cruzar esta área tan desolada te das cuenta porqué un lugar tan inhóspito y remoto como este cobró tanta sangre debido a ese auge, e hizo que la región litoral boliviana y parte del sur peruano pasaran a formar parte de Chile en la llamada Guerra del Pacífico.

La carretera es monótonamente bella, cruza un desierto en ocasiones arenoso, en ocasiones pedregoso, con cerros y dunas que a veces son pequeñas lomas en el horizonte y que otras veces son grandes montañas que encañonan tu tránsito, un camino sin apenas vida humana salvo por los campamentos mineros que lo salpican. Es el lugar, dicen, más árido del mundo y en cuya parte central se han registrado hasta 400 años sin que una sola gota de agua la haya bañado. El bus se desliza por esta superficie con la misma delicadeza y parsimonia que lo haría un reptil, y cuando ese transitar te adormece, de repente, algunos cactus comienzan a decorar la montaña y chocas de bruces con el océano pacífico y Antofagasta y su gran puerto exportador de minerales.
Bienvenidxs a Antofagasta

La veo por primera vez y la diviso como a un ejército, debe ser por la influencia de los últimos dos libros que me acabo de leer, La guerra del Chaco y La guerrilla del Che en Ñancahuazu. Veo los enormes buques cargueros a orillas de este inmenso y profundo verde azulado en primera línea; después y protegiendo las orillas, bandadas de pelícanos y gaviotas marcan como trincheras de guano el territorio; a continuación una línea de departamentos de más de diez alturas marchan impertérritos a la espera de ser necesitados, bajo la tutela de la más reciente incorporación, el gran mall; y en la retaguardia, se sitúa una cordillera costera que totalmente al descubierto detiene las nubes y hace que Antofagasta sea una línea estrecha pero muy larga, de la que poco a poco casitas de colores comienzan a escaparse y ascienden por sus laderas. Ah, se me olvidaban los más importantes, los que sin graduación y maltratados combaten día a día en un ejército que no es el de su país, pero al que llegaron para ganarse la vida, son lxs miles de peruanxs, bolivianxs y colombianxs que dan color y sabor a Antofa, aunque se lleven siempre la peor parte de sus compañeros y mandos.
Ejército humano
Batallón y un intruso
 









Esta ciudad, la más importante del norte chileno, no pasará a la historia por su belleza, pero en mi imaginación ya nunca más será una desconocida.

Dejamos Antofagasta rumbo al sur y seguimos transitando desierto y más desierto, otros 300 kilómetros de aridez continuada, sólo rota por el agujerear de la minería y sus campamentos adyacentes. Es doloroso saber que estamos ante un lugar privatizado, el lugar más rico de Chile, pero excluido a éste, donde la sangre que latinoamericanos de diferentes países derramaron sólo sirvió y sirve para lucro del primer mundo. Además, ya sabemos cómo acabó aquella historia del 73 cuando se quiso pretender que una parte de esos agujeros quedara en beneficio directo del pueblo. Nuevamente vuelven aparecer los cactus, y otra vez son la antesala del amplio océano que de manera brava e incesante golpea la rocosa costa desierta. Pasamos el único y pequeño pueblo de los últimos 300km, luego otra mina y por fin llegamos a este gracioso municipio, Taltal.

Desierto y mar
Esperábamos un centro vacacional costero en este verano Chileno, pero Taltal es como un pueblo fantasma, pareciera que la población se hubiera ido a la mina o quizá en las barcas a pescar. Sus casas son de tablones horizontales de madera, con techos altos, y muchas veces cubiertas de calamina de colores para protegerse del clima oceánico. La presencia en estos pueblos del norte de Chile de ingleses, alemanes, croatas..., y otros a la llamada de la minería hacen que la arquitectura de los mismos recuerde más a lugares del centro-norte europeo que a una colonia española. Hasta la iglesia es de estilo gótico germánico.














Pero Taltal tiene encanto, pasear por su malecón con el enfurecido Pacífico a un lado y las montañas desérticas al otro, observar la vida marina desde la playa y la vida humana desde su arbolada plaza, oler ese mar cargado de vida y los pequeños puestos que la venden en la mañana, comer pescado y amenizarlo con reposadas charlas con lxs taltalinxs o participar del festival internacional de teatro de la localidad, nos ha hecho disfrutar de unos aletargados días en el Pacífico después de habernos despedido de él allá por el mes de agosto.


Típica costa norteña
Seguimos rumbo sur, en este espigadísimo país que termina rozando la región Antártica, pero que durante unos 1500 kilómetros tiene al desierto y al mar sin dejar de abrazarse.
 

domingo, 24 de enero de 2016

Bolivia-Chile I. Colores

Altiplano a 4000 metros, el sol comienza a calentar a medida que gana altura. Estamos en un hermoso terreno desértico donde las pocas briznas de hierba o matorrales bajos son aprovechados por vicuñas y llamas, y donde las lagunas de colores debido a las algas y la composición mineral son aprovechadas por hermosos flamencos. Las enormes piedras volcánicas que fueron expulsadas hace millones de años se colocan al azar en esta enorme altiplanicie que nuestros ojos no son capaces de alcanzar. Mientras todo ello queda enmarcado por una cordillera andina que supera en ocasiones los 6000 metros y que, como huesudas montañas de colores rojizos con cráteres blanquecinos debido al azufre, hacen no querer salir de Bolivia de ninguna manera. El consuelo es que la otra cara de las mismas es igual de hermosa y ya estás en Chile.
En medio de este paraje y con la retina en éxtasis, divisas delante de ti una pequeña caseta que cuelga en su fachada un cartel con la indicación de Inmigración y que en su puerta ondea la bandera tricolor.


Al borde
Mascamos las últimas hojas de coca por la altura y porque parece que no podremos pasarlas por la frontera. Sellamos la despedida y una carretera, ahora de asfalto, se dirige de manera vertiginosa y sin pausa hacia otra enorme planicie, aún más extensa pero unos 2000 metros más abajo, es el desierto de Atacama. A nuestra izquierda y marcando su límite, la espina dorsal andina en algunos casos coronada por nieve y en otros por pequeñas fumarolas, nos recuerda que Argentina también está ahí cerca. Hace algo más de un siglo seguiríamos estando en Bolivia, pero ahora hemos cruzado y ya estamos en Chile.

Chi-chi-chi , le-le-le.

Volcán Licancabur, mitad boliviano-mitad chileno
Al final de ese pronunciado descenso y con la sensación de estar en una película del oeste de aquellos sábados de sobremesa, entras en San Pedro de Atacama. Es un pueblo pequeño, de adobe y barro color tierra, consagrado en los últimos años al turismo tanto nacional como internacional, fundamentalmente brasileiro, con una mezcla entre Cabo de Gata y Caños de Meca y con una sensación de que la playa está a la vuelta de la siguiente cuadra cuando en realidad estás en el desierto más árido del mundo y con unos alrededores de volcanes andinos y de valles lunares.
Iglesia de San Pedro de Atacama
Su cielo es azul infinito, sus noches son de fuegos de artificio, su sol abrasador y su viento te ayuda en este verano a respirar aire fresco.

Disfrutar pedaleando de sus paisajes desérticos, de sus formaciones rocosas que encumbran la geología, de sus dunas gigantes y de sus lagunas con concentraciones de sal que casi te expulsan del agua, ha sido una bonita forma de adentrarnos mínimamente en este lugar tan inhóspito y único a la vez.   


Montañas salitreras





















Flotando
Ingravito












  
Y mientras el calor nos acorralaba y la bicicleta nos extenuaba, pudimos refrescarnos con la bebida nacional, el mote con huesillo (jugo de durazno deshidratado con trigo), servida en un pequeño puesto por un paceño.

 
Bienvenidxs a Chile, ¿cachai? huevón, culeao.
 
 
 
 
 
 

jueves, 21 de enero de 2016

Bolivia XV. Postales de Bolivia

La primera postal fue como un bodegón del siglo XXI, o como un chiste internacional, 3 argentinxs y dos españolxs metidos en una combi comiendo pasta con salsa de tomate, bizcocho de postre y brindando con Fernet a orillas del lago Titicaca, el matasellos dice “Copacabana”.


La vista de frente muestra casitas de mil colores, parece muy pintoresco, la vista aérea muestra techos de latón o calamina, con remiendos, microagujeros que causan desesperación en época de lluvias y toda clase de objetos llegados de no se sabe dónde. En segundo plano hay un rascacielos que tiene una cancha de futbol en una terraza. Esta postal estaba en una cabina de la línea verde del teleférico paceño, a su lado se sienta una cholita con su sombrero de hongo, sus trenzas, su mantón y su falda culona.

En lo alto de El Alto hay una zona “mística”, decenas de casetas con una misma función. En la puerta de una de ellas se puede leer lo siguiente “Maestra concejera lee hoja de coca y naipes, Se realiza amarres y se limpia maldiciones”.

En la plaza Murillo, en pleno corazón de La Paz, habitan las palomas mejor alimentadas del globo terráqueo, una cholita come un helado de 2 bolivianos -no importa el sabor-, lleva una carpeta en la que pone “Parlamentarismo, ciudadanía y democracia”, ¡chúpate esa Europa!



En la misma plaza tratamos de averiguar el significado de una bandera que ondea en el Palacio de Gobierno, el boliviano al que preguntamos no lo conoce, por suerte tiene un teléfono de última generación y con internet, que nos resuelve la duda. Es la bandera que reclama el mar para Bolivia.

Parece primavera, una boliviana que migró a argentina ahora vende ricas empanadas y jugos naturales en una plazoleta de CBBA (Cochabamba).

En una plaza de Santa Cruz hay música en vivo, mientras madres y padres disfrutan del evento, sus hijxs se entretienen pintando cuadros, tiene caballetes y monitorxs. Son más blancxs que yo. ¿Esto es Bolivia?

Borja es de Alcobendas, tiene un restaurante en Samaipata, también llamada Samaitrampa por su efecto atrapador. Disfrutamos harto con sus croquetas y berenjenas en escabeche, y también con el libro que me regaló, La Peste.
San José de Chiquitos

Nicolás “el guaraní” a veces usa gafas, en ellas aún resiste la pegatina que indica las dioptrías, +2.0 en ambos ojos. Después, sin ellas, ve felinos y tapires como nadie.

El Kaa-Iya da para hablar mucho, al llegar a la parte musical e indagar por lxs artistas españolxs que se conocen en Bolivia, Juan Carlos, nuestro maravilloso chofer, nos muestra orgulloso un video de Paloma San Basilio que tiene en su celular.
Puerta a medida


Cada vez que para un bus, salen de él decenas de personas con rollo de papel en mano -textura, olor y color al gusto- directas a los servicios. Minutos después, ya dentro del vehículo, compran los miles de alimentos que les ofrecen las vendedoras a través de las ventanas por donde volverán a salir en forma de desechos voladores apenas unos segundos más tarde. ¡buen provecho!


En Vallegrande, en el hospital provincial hay un libro de registro de visitas a lxs pacientes ingresadxs. Hay uno, el más visitado, que parece que nunca sale de allí, recibe visitas desde hace casi 50 años, es el Che Guevara.


Cuando Plácido termina sus trámites, como forma de pago por algo que no se debe pagar, lleva unos panes a la fiscal y su asistente. No sabemos si es agradecimiento, pleitesía, inversión a futuro o superstición, pero esta postal la vendían también en Ecuador y Perú.

En La Higuera no hay correos, imposible enviar postales, probaremos con un telegrama:

Ya visitamos la escuelita, stop

Estamos en la Casa del telegrafista, stop

Hay un francés que abandonó el mundo para descubrir los últimos días del Che, stop

Nadie conoce la historia como él, stop

Hablar con él es un placer, ¡qué tipo!, stop

¿Su hijo Inti seguirá los pasos de su padre, o los de Inti Peredo?, stop

Martín admira a los chicos de Big Bang Theory, en el inicio de sus vacaciones escolares, al final de su interminable jornada laboral en el hostal de su tía, le pide deberes de matemáticas a David. Parece que los hizo entusiasmado la noche del 25, este chico es insaciable.

El 29 de Diciembre un señor inicia su viaje desde Potosí a Buenos Aires, va a visitar a sus hijas que viven allá. Minutos después de salir, mientras el chofer arregla los frenos del bus, echa una meada en la puerta de una finca ganándose un mordisco de perro en el culo. ¿Llegará entero?




No hay localidad Boliviana que carezca de una cancha de futbol, en muchas de ellas incluso son de hierba sintética, con focos para poder jugar de noche. Grandes inversiones que siempre disfrutan los mismos, los hombres. ¿Qué hay del resto de deportes y de ocio del resto de la población?



Pareciera que la mitad de Bolivia padece flemones, o que se alimentan como los hámster, acumulando la comida en los carrillos. Al observar detenidamente la imagen en secuencia se puede ver que la bola está compuesta de hojas coca, en la última secuencia tenemos nuestra propia bola en el moflete.


En Tupiza preparan el recibimiento al Dakar, durante días la localidad y los alrededores se llenarán de polvo, ruido y basura. Los negocios tendrán su pequeño agosto y Bolivia estará en la prensa internacional. Ventajas de convertirse por unos días en la capital de Senegal…

Tupiza y su pared multicolor
 
Jorge nos lleva en su jeep hasta la frontera con Chile, quisiera correr el Dakar y además está seguro de que lo ganaría, es seguidor de Evo Morales y Enrique Iglesias y tiene una novia catalana 10 años menor que él. Nos deja en la línea fronteriza, vestido con su traje de mecánico de carreras y con la misión de entregar todas nuestras postales.


Recordando nuestra tierra ecuatoriana

lunes, 18 de enero de 2016

Bolivia XIV. Fin de año, salado, en el fin del mundo.

Para las que las navidades no son una de las mejores épocas del año, pasar parte de ellas en un lugar remoto, y con un cierto aire atemporal, es un regalo. Si este lugar además posee la belleza del Parque Nacional Eduardo Avaroa o el Salar de Uyuni, el regalo se convierte en un privilegio.


¡Bienvenido 2016!
Tras varios consejos, que resultaron ser bastante acertados, nos animamos a iniciar el recorrido hacia Uyuni desde la linda y árida Tupiza. Una localidad en mitad de un desierto cerca de la frontera con Argentina. Desde que llegamos a ella pasamos los días bordeando fronteras, pues Argentina, Chile y Bolivia se rozan a escondidas en esta zona.

Hay pocas opciones de realizar el trayecto por tu cuenta, así que no nos quedó más remedio que hacer un tour en jeep, con otras viajeras o turistas. Tuvimos bastante suerte con el chofer, pues además de ser prudente con el carro, nos deleitó con un banda sonora bastante variada, aunque no faltó algún tema de Enrique Iglesias…


Jamás me habría imaginado que me iba a acostumbrar a ver llamas y vicuñas en mitad de un altiplano, jamás habría pensado que existe un tipo de avestruz andino, ni una especie de cangurillo llamado vizcacha. No pensé que el flamenco que vimos en las islas Galápagos pudiera habitar este lugar de temperaturas extremas. No contaba con que el deseado cóndor se fuera a aparecer en medio de aquella aridez como diciéndonos “aquí estoy yo”. Y aunque ver animales salvajes genera una emoción muy linda, los paisajes de esta zona tuvieron el protagonismo los últimos días del 2015 y primeros del 2016.

 
 
 





El Parque Nacional Avaroa es una especie de desierto, casi siempre por encima de los 4000 metros, de origen volcánico, y plagado de minerales. Por eso la tierra tiene unos colores que, si viéramos uno de aquellos paisajes retratado en un cuadro, nos parecería de mentira. Pero la realidad es que los tonos se mezclan de una forma mágica y no hay fotografía que haga justicia a su belleza. No en vano uno de los paisajes se llama “El desierto de Dalí”.

 
 
 

Las pocas comunidades que hay en la zona provocan una mezcla de sensaciones, por un lado desasosiego, las condiciones de aislamiento y su climatología aseguran una dureza extrema, por otro lado el aire puro y la sensación de estar en el lugar donde nació la tierra te cargan de energía positiva. Dormíamos en ellas al final de jornadas agotadoras en el carro que se llevaban algo mejor gracias a la coca, amiga íntima aquellos días. La noche de fin de año dormimos en Quetena Chico, y mientras tratábamos de comer nuestro sucedáneo de uva (maní recubierto de chocolate) un perro mordisqueaba la cabeza de un animal, inocentemente pensamos que sería una oveja, al final constatamos que era de una llama. Aquella noche nos acostamos cerca de las 9, total, en España ya era 2016 y aquí el tiempo lleva siglos detenido.

Los dos primeros días del 2016 se sucedieron entre lagunas de mil colores, pues los minerales las pintan a su antojo y el sol y el viento se encargan de cambiarle la tonalidad a cada segundo completando el espectáculo. La laguna blanca, con cantidad de bórax, abastece a la verde, rica en arsénico.
La laguna colorada tiene cantidad de tiza, pero son las algas las que le dan ese color artístico y sirven de alimento a los flamencos de la misma.
Laguna verde y Licancabur

Las montañas eran otro espectáculo, aquella de allá es mitad boliviana mitad argentina, la de más allá es boliviana argentina y chilena, y el hermoso Licancabur tiene pasaporte chileno y boliviano. ¡Mira, aquella de allá tiene fumarolas! ¡Y aquella nieve! ¡Qué lugar! ¡Y qué te parece allá, la tierra respira por allí! Son fumarolas y geiseres…

 

La zona es tan dura que el viento destroza los labios y modela el paisaje, hace figuras imposibles, esculpe árboles, caras o tortugas en las rocas; hace caminar de lado a los flamencos y levanta el polvo moviéndolo a su antojo, llegando a cubrir con una fina capa el salar de Uyuni haciendo que en esta época no sea blanco resplandeciente.

 

Y por fin llegó la guinda del viaje, el Salar de Uyuni…

La noche anterior a visitarlo dormimos en un hostal (legal y en la orilla del salar, no dentro) hecho de sal, ladrillos de sal, alicatado de sal, camas de sal, mesas de sal, asientos de sal y suelo de sal. Más que al borde del Salar estábamos al borde de la hipertensión… Aquella tarde descansamos preparándonos para el último madrugón y la emoción de ver aquella inmensidad blanca. Josué nos amenizó la velada con sus chistes, sus juegos y sus ganas de hablar sin parar.

 

4 de la mañana, es el día, el jeep avanza por una planicie que se intuye blanca, las luces muestran rodadas y las seguimos hasta la isla Incahuasi. Nos bajamos del carro y con emoción empezamos a subir a la cima en medio de cactus, y con la luz de las estrellas que nos permiten imaginar el mar blanco que rodea nuestra isla. Llegamos a la cima casi sin aire, la recompensa emociona, y aunque el amanecer está codificado entre algunas nubes, el lugar es hermoso, y solo la pequeña plaga de gente deseosa de captar la mejor foto enturbia minimamente el momentazo.

 

La penúltima atracción fue el famoso “photoshop”, jugar a hacer la foto más original, la más divertida, la más atrevida…nos dio pereza desnudarnos, así que nos quedamos en lo convencional. Fue divertido, hasta chicuelina quiso participar.

 

 
 
 
 

La última atracción fue la peor, la que nos recordó lo que somos, la que nos mostró que tan carroñerxs somos y cómo consumimos lo que nos dan para consumir. Hordas de jeeps parqueados frente al “cementerio de trenes”, con sus hordas de turistas trepando por las máquinas muertas para hacerse el famoso selfie que diga “yo estuve allí”. Alrededor de tan tierna escena no hay más que basura, de hecho, los barrios de las afueras de Uyuni (esa ciudad creada para satisfacer nuestras ganas de conocer la maravilla) usan los descampados como servicio, pues no tienen desagües en las casas. ¿Compensa?