domingo, 10 de enero de 2016

Bolivia XI. Frente a mí, Che.

Frente a mí aparece el cartel verde metálico que anuncia la entrada al pueblo de Vallegrande.

Nos dirigimos al hospital Señor de Malta, que en la actualidad sigue siendo el principal de la población, y que en la parte trasera del mismo alberga una pequeña edificación con tejadillo triangular y abierta por su parte delantera.

Frente a mí y con un escalofrío que me recorre el cuerpo se encuentra la pila doble de lavar que tantas veces había visto en las fotos y que sirvió para exponer el cuerpo del Che ya fallecido para que los Vallegrandinos y el mundo entero pudieran contemplar el horror del trofeo adquirido. Conmueve la imagen y emocionan aún más las piedras pintadas que recientemente, el pasado aniversario 9 de octubre, los cinco cubanos dedicaron a su memoria.
 











Frente a mí y a escasos metros me sobrecoge la visión de una pequeña construcción similar a la anterior. A ella se accede a través de la silueta de la cara del Che y de Latinoamérica. En su interior blanco impoluto no hay más que una pequeña mesa de piedra que corresponde a la antigua morgue donde limpiaron y arreglaron el maltrecho cuerpo de Ernesto Guevara, ya muerto.
 
 
La noche ha caído en Vallegrande, los sentimientos encontrados nos llevan a un restaurante que se llama Santa Clara.

Frente a mí un rico plato de carne de res al pimentón con papas fritas que disfruto rodeado de cuadros, fotos y recuerdos del Che, porque como me diría la encargada: “el dueño quería mucho a su comandante”, ahí entendí también el porqué del nombre del restaurante.         

El segundo día en Vallegrande amanece soleado, paseamos hacia las afueras cuando ya las calles se convierten en caminos de tierra.

Frente a mí está el cementerio general, a su lado se encuentra la llamada fosa de los guerrilleros, lugar en el que se encontraron 29 años después de su muerte los restos del Che y de algunos de sus compañeros entre ellos la única mujer guerrillera, Tania. Estos restos ya no se encuentran aquí ya que a finales de los 90 cuando fueron hallados se enviaron al mausoleo de Santa Clara en Cuba.


Dejamos Vallegrande y con Plácido iniciamos viaje.

Frente a mí se encuentra el camino de unos 60 km que une a este pueblo con La Higuera. Es un trazado de tierra que no deja de ascender y de curvear entre verdes y bellas montañas mientras la noche nos alcanza. No paro de pensar que este mismo viaje pero a la inversa lo hizo el Che en helicóptero con su cuerpo ya inerte.

Son tres horas de baches, curvas, quebradas y sobretodo soledad. Pero al cumplirse éstas…

Frente a mí se viene un cartel de madera que me anuncia “Bienvenidos a La Higuera”. Tantas veces imaginada, tantas veces deseada y justamente allí delante se encuentra. El camino de tierra que traemos la atraviesa, apenas es una filita de casas de adobe a cada lado desembocando en una pequeña plaza. Una estatua con el traje verde olivo, con la boina calada y con un puro en la mano nos ubica, a su vez un busto del Che aún más grande domina la escena desde el lado izquierdo de la plaza. Por fin estamos, es el lugar.

 
La Higuera se sitúa en una empinada y frondosa ladera verde que forma parte de una sucesión de montañas interminables que desembocan muchos metros más abajo en el rio Grande. El paisaje cuando el sol se aleja por las estribaciones de los Andes justo frente a nosotrxs es grandioso. Nunca había imaginado que este lugar fuera tan bello, mis recuerdos del mismo eran mucho más secos y casi sin perspectiva.

 
Con este panorama la tarde invita a pasear.

Frente a mí está el camino de salida de La Higuera que comienza a ganar altura hasta alcanzar el Abra Picacho lugar desde donde se divisa toda la cuenca del río y la maravilla de esos Andes que comienzan. No dejo de pensar que este mismo camino lo hicieron el Che y sus compañeros, para cuando al llegar y acercarse a la casa del telegrafista (lugar donde actualmente nos alojamos) darse cuenta de que el ejército estaba siguiéndoles los pasos muy de cerca. Tal fue así que al abandonar La Higuera minutos después fueron despedidos por una gran balacera que fue el preludio de esos últimos días difíciles.
La casa del telegrafista
Apenas dejas atrás la placita de la Higuera y en una de las últimas casas tienes que detenerte.

Frente a mí se encuentra la que fue escuelita del pueblo y que en la actualidad ha pasado a ser un pequeñito museo. Como reza en el quicio, “Por esta puerta salió un hombre hacia la eternidad”, estoy frente al lugar donde recluyeron al Che después de herirlo y donde después a sangre fría lo asesinaron.
 

 












Me siento frente a ese lugar, cierro los ojos, y pienso en esa puerta. Por ella entro por última vez con vida el Che, aunque su dignidad no cupiese por la misma. Y pienso en su persona y en sus seres queridos y en lo que pudo significar para un ex-ministro de industria, un ex presidente del banco central, venir a morir a un lugar tan remoto, lo que significó deambular durante casi un año por un territorio tan aislado y siendo tan incomprendido. Y aquí he sido consciente de quizá la inutilidad de aquella muerte, de tu hermosa terquedad en aquel contexto y de lo triste que es percibir la poca repercusión que tu muerte y ejemplo ha tenido en estos lugares.

La escuelita por fuera


La escuelita por dentro
Vuelvo a cerrar los ojos, y vuelvo a pensar en esa puerta, y…

Frente a mí, sale por ella ese hombre al que una bala cabrona y traicionera ha partido el pecho a quemarropa y pienso que de esa misma bala aunque sean casi 6 años después nací yo y otrxs tantos que como semillas en aquel instante se esparcieron.

Frente a mí, diviso rápidamente mi vida y tantos momentos que han tenido que ver con aquel 9 de octubre de 1967, tantas amistades, tantos viajes, tantas ilusiones y desilusiones y tanto que tengo que agradecer a aquel asesino que como hemos podido saber ahora, ha vivido escondido en un infierno que aún en la actualidad le persigue.   

Frente a mí se dibuja tu enorme leyenda, hermano, compañero y comandante Che.
Se quedará siempre contigo

 
*Quiero agradecer a ciertas situaciones que se han producido en este viaje y que me han hecho conocer al tremendo guerrillero boliviano, Inti Peredo.

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