Nosotrxs no madrugamos tanto, desayunamos en el mercado,
paseamos tranquilamente hacía la fosa donde escondieron el cadáver del Che
después de asesinarlo y exhibirlo en la lavandería del hospital, y poco después
(más o menos cuando Plácido estaba en la tercera tanda de fotocopias de la
mañana) llegamos al museo de la casa de cultura
Después de un almuerzo ligero, tanto él como nosotrxs, nos
dirigimos hacia el surtidor de gasolina, eran cerca de las 13:45. Él para
buscar pasajerxs hacia la Higuera, y nosotrxs para buscar transporte. Allí
nuestros caminos se cruzaron, y no se separarían hasta 20 horas después.
Se nos presentó, con su bolsa de ciruelas amarillas en la
mano, y nos preguntó si íbamos a La Higuera, está claro que nuestro aspecto de
extranjeros y las mochilas al hombro nos delataron. Mientras saboreábamos
nuestras ciruelas rojas le dijimos que sí, y entonces nos ofreció ir en su
carro, a un precio similar al de los dos transportes que deberíamos coger de
manera habitual y con la comodidad de ir sentadxs. La única desventaja era que
había que esperar un par de horas a que terminase sus trámites. ¿Pero seguro
son sólo dos horitas? Seguro, sí. Dale pues, nos vamos con usted.
Así, después de unas ciruelas más –hicimos intercambio de
colores como primer gesto de amistad- telefoneó al abogado para encontrarse en
el surtidor. 20 minutos después cayó en la cuenta de que no habían acordado en
cual, así que lo telefoneó de nuevo para constatar que efectivamente estábamos
en distintos surtidores. Finalmente nos encontramos en un punto intermedio, la
plaza del pueblo, que no es demasiado bonita, pero si agradable. Allí cayó
alguna ciruela más mientras el “doctor” finiquitaba los papeles.
Nos sentimos gratamente sorprendidxs al recibir los papeles
sellados y firmados por el letrado, pero resultó que había que ir a la fiscalía
a por nuevos sellos y firmas. Nuestro gozo en un pozo, y aún más profundo al
ver al llegar que la puerta estaba cerrada. 3 ciruelas después aparecieron la
fiscal y su asistente, nuestro amigo se sentó pacientemente a que hiciesen sus
papelitos. 2 horas después (medirlo en ciruelas sería demasiado dulce) salió
con la asistente, volvimos con ella en la vagoneta hasta la plaza, donde ella
fue a ponerle más sellitos y ya de paso a comprar unas galletas. Regresamos a
la fiscalía y tras otra hora y media más de empezar a desesperar…¡¡¡salió!!
Sólo con dos horas y media por encima de lo previsto.
Sorprendentemente nuestro amigo propuso ir a comprar unas
empanadas para cenar al llegar a su casa, donde además nos ofrecía cama para
pasar la noche, pues llegaríamos demasiado tarde para encontrar alojamiento.
Así, casi anocheciendo, emprendimos marcha hacia el sur.
Vallegrande y La Higuera están unidos por un camino (llamarlo carretera sería
un engaño) que recorre las montañas como si estuviera trazado por una mano
borracha. Nuestro coche automático subía como un coche al que le hubieran dado
cuerda, sin resoplidos ni brusquedades de cambios de marcha. Rápido anocheció y
dejamos de ver ninguna luz que indicase la presencia de vida humana, parecía
como si estuviéramos en medio de la nada, y lo que era aún más inquietante,
cada vez nos adentrábamos más en esa nada.
Para no desesperar a las personas que recorren la vía, cada
287 curvas hay un doble cartel, en uno indica “LA RUTA DEL CHE” y en el otro el
desvío a alguna localidad, como “SALSIPUEDES GRANDE” o “SALSIPUEDES CHICO”.
En tres horas de silencios, alternados con algunas
conversaciones (o más bien interrogatorio que él, pacientemente, intentaba
responder) tratando de saber sobre la guerrilla del Che, y sobre la propia vida
y rutina de Plácido, aparecimos en el tan deseado destino. Su casita está justo
al lado de la escuelita (hoy museo) donde mataron al Che, buen comienzo…
Nos alojó en un cuarto que era a la vez dormitorio, cocina,
caseta de aperos y taller. El baño lo podéis encontrar detrás de cualquier árbol,
en la calle, y el grifo de agua detrás de la casa. Nos comimos algunas
empanadas mientras asimilábamos el día, nos enternecíamos con “las atenciones”
de nuestro amigo, y nos preparábamos mentalmente para dormir en esa cama tipo
faquir.
Nuestros aposentos |
Hora de dormir, deseando la llegada del amanecer para
descubrir el ansiado lugar. Y así poco a poco, entre recuerdos de ciruelas,
curvas y la inocente calma de nuestro amigo Plácido, que no podría un nombre
más apropiado, nos dormimos.
A las 6 de la mañana comenzó la fiesta, un espectáculo de
luz y color como nunca había visto. La tormenta más brutal que recuerde estaba
justo sobre nuestro tejado y tras cada relámpago había un inmediato trueno que
hacía temblar la cama. ¡Qué maravillas habría hecho García Márquez contando
semejante alarde de la naturaleza! Nerviosa me agarraba a David como un koala,
“David, es la maldición del Che, no quiere que estemos aquí…” Parecía que el
cielo se nos caía encima, que los rayos debían estar pulverizando árboles en el
patio y que cualquier trueno podía tumbar las casitas de adobe.
Por suerte, como en las tormentas de la selva, siempre llega
la calma. A eso de las 9 amainó la lluvia y nos pusimos a desayunar. Plácido se
despertó alegre, le pareció haber oído un trueno en la madrugada…
Una hora después nos despedíamos, él regresaba a
Vallegrande, quien sabe si para hacer nuevos trámites o traer alguna otra
intrépida hasta este fin del mundo. Difícil conseguir mostrar el agradecimiento
por haberlo encontrado en nuestro camino, fueron 20 horas de los más
entrañables, a ritmo de ciruela.
Ahora sí, nuestro encuentro es con el Che.
Frente a nosotrxs, el Che |
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