Tras varios consejos, que resultaron ser bastante acertados,
nos animamos a iniciar el recorrido hacia Uyuni desde la linda y árida Tupiza.
Una localidad en mitad de un desierto cerca de la frontera con Argentina. Desde
que llegamos a ella pasamos los días bordeando fronteras, pues Argentina, Chile
y Bolivia se rozan a escondidas en esta zona.
¡Bienvenido 2016! |
Hay pocas opciones de realizar el trayecto por tu cuenta,
así que no nos quedó más remedio que hacer un tour en jeep, con otras viajeras
o turistas. Tuvimos bastante suerte con el chofer, pues además de ser prudente
con el carro, nos deleitó con un banda sonora bastante variada, aunque no faltó
algún tema de Enrique Iglesias…
Jamás me habría imaginado que me iba a acostumbrar a ver
llamas y vicuñas en mitad de un altiplano, jamás habría pensado que existe un
tipo de avestruz andino, ni una especie de cangurillo llamado vizcacha. No
pensé que el flamenco que vimos en las islas Galápagos pudiera habitar este
lugar de temperaturas extremas. No contaba con que el deseado cóndor se fuera a
aparecer en medio de aquella aridez como diciéndonos “aquí estoy yo”. Y aunque
ver animales salvajes genera una emoción muy linda, los paisajes de esta zona
tuvieron el protagonismo los últimos días del 2015 y primeros del 2016.
El Parque Nacional Avaroa es una especie de desierto, casi siempre por encima de los 4000 metros, de origen volcánico, y plagado de minerales. Por eso la tierra tiene unos colores que, si viéramos uno de aquellos paisajes retratado en un cuadro, nos parecería de mentira. Pero la realidad es que los tonos se mezclan de una forma mágica y no hay fotografía que haga justicia a su belleza. No en vano uno de los paisajes se llama “El desierto de Dalí”.
Las pocas comunidades que hay en la zona provocan una mezcla
de sensaciones, por un lado desasosiego, las condiciones de aislamiento y su
climatología aseguran una dureza extrema, por otro lado el aire puro y la sensación
de estar en el lugar donde nació la tierra te cargan de energía positiva.
Dormíamos en ellas al final de jornadas agotadoras en el carro que se llevaban
algo mejor gracias a la coca, amiga íntima aquellos días. La noche de fin de
año dormimos en Quetena Chico, y mientras tratábamos de comer nuestro sucedáneo
de uva (maní recubierto de chocolate) un perro mordisqueaba la cabeza de un
animal, inocentemente pensamos que sería una oveja, al final constatamos que
era de una llama. Aquella noche nos acostamos cerca de las 9, total, en España
ya era 2016 y aquí el tiempo lleva siglos detenido.
Los dos primeros días del 2016 se sucedieron entre lagunas
de mil colores, pues los minerales las pintan a su antojo y el sol y el viento
se encargan de cambiarle la tonalidad a cada segundo completando el
espectáculo. La laguna blanca, con cantidad de bórax, abastece a la verde, rica
en arsénico.
La laguna colorada tiene cantidad de tiza, pero son las algas las que le dan ese color artístico y sirven de alimento a los flamencos de la misma.
La laguna colorada tiene cantidad de tiza, pero son las algas las que le dan ese color artístico y sirven de alimento a los flamencos de la misma.
Laguna verde y Licancabur |
Las montañas eran otro espectáculo, aquella de allá es mitad
boliviana mitad argentina, la de más allá es boliviana argentina y chilena, y
el hermoso Licancabur tiene pasaporte chileno y boliviano. ¡Mira, aquella de
allá tiene fumarolas! ¡Y aquella nieve! ¡Qué lugar! ¡Y qué te parece allá, la
tierra respira por allí! Son fumarolas y geiseres…
La zona es tan dura que el viento destroza los labios y
modela el paisaje, hace figuras imposibles, esculpe árboles, caras o tortugas
en las rocas; hace caminar de lado a los flamencos y levanta el polvo
moviéndolo a su antojo, llegando a cubrir con una fina capa el salar de Uyuni
haciendo que en esta época no sea blanco resplandeciente.
La noche anterior a visitarlo dormimos en un hostal (legal y
en la orilla del salar, no dentro) hecho de sal, ladrillos de sal, alicatado de
sal, camas de sal, mesas de sal, asientos de sal y suelo de sal. Más que al
borde del Salar estábamos al borde de la hipertensión… Aquella tarde
descansamos preparándonos para el último madrugón y la emoción de ver aquella
inmensidad blanca. Josué nos amenizó la velada con sus chistes, sus juegos y
sus ganas de hablar sin parar.
4 de la mañana, es el día, el jeep avanza por una planicie
que se intuye blanca, las luces muestran rodadas y las seguimos hasta la isla
Incahuasi. Nos bajamos del carro y con emoción empezamos a subir a la cima en medio
de cactus, y con la luz de las estrellas que nos permiten imaginar el mar
blanco que rodea nuestra isla. Llegamos a la cima casi sin aire, la recompensa
emociona, y aunque el amanecer está codificado entre algunas nubes, el lugar es
hermoso, y solo la pequeña plaga de gente deseosa de captar la mejor foto
enturbia minimamente el momentazo.
La penúltima atracción fue el famoso “photoshop”, jugar a
hacer la foto más original, la más divertida, la más atrevida…nos dio pereza
desnudarnos, así que nos quedamos en lo convencional. Fue divertido, hasta
chicuelina quiso participar.
La última atracción fue la peor, la que nos recordó lo que
somos, la que nos mostró que tan carroñerxs somos y cómo consumimos lo que nos
dan para consumir. Hordas de jeeps parqueados frente al “cementerio de trenes”,
con sus hordas de turistas trepando por las máquinas muertas para hacerse el
famoso selfie que diga “yo estuve allí”. Alrededor de tan tierna escena no hay
más que basura, de hecho, los barrios de las afueras de Uyuni (esa ciudad
creada para satisfacer nuestras ganas de conocer la maravilla) usan los
descampados como servicio, pues no tienen desagües en las casas. ¿Compensa?
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