Dejamos atrás el Titiqaqa que en la zona boliviana tiene en
ocasiones un color azul turquesa que no envidia al Caribe. Una vez cruzas un
pequeño estrecho en gabarra, el altiplano empieza a coger forma. Avanzas sobre
una planicie de la que no intuyes la altura hasta que el cielo te envía una
fuerte granizada o hasta que divisas la hermosa montaña del Huayna Potosí que
domina toda la zona con su espectacular glaciar.
Dejando el Titiqaqa |
Después de atravesar kilómetros bastante poco poblados, se
dibuja en el altiplano una masa enorme de color rojo. Una cuadrícula de calles
de tierra con casas, talleres y fábricas de ladrillo a medio terminar o ya
terminados con una cristalería y un colorido muy propio de esta Latinoamérica
te hacen pensar que estas entrando en el famoso Alto y así es. En un terreno
absolutamente plano a una altura por encima de los 4000m se encuentra esta mole
de ladrillo rojo que no ha parado de crecer en los últimos 40 años. Impresiona
ver un lugar tan falto de vegetación, de oxígeno, con sensación de extremo calor
y frío a la vez y que, si no fuera por el poderío del bello nevado, es para
salir corriendo.
El Alto con más de un millón de personas en su mayoría
jóvenes y venidas del ámbito rural se ha convertido en una “ciudad” con un
importante crecimiento económico y sobretodo se ha convertido en el látigo de
las medidas neoliberales de anteriores gobiernos debido a su fuerte
organización gremial, vecinal y estudiantil y a su origen mayoritariamente Aymara.
En este mismo año 2015 ha sido declarada “Ciudad Revolucionaria, Heroica y
Defensora de los Recursos Naturales”.
Y cuando la “ciudad” deja atrás sus calles de tierra y empieza
a tener un aspecto algo más habitable, un pequeño cambio de sentido en medio
del escalofriante tráfico te sitúa al borde de un hoyo, llamarlo valle no es
demasiado preciso, ante tus ojos está La Paz.
Sin aliento |
La orografía de la ciudad es un espectáculo, entre barrio y
barrio de ladrillo no dejan de verse más y más montañas de todas las formas,
alturas y que terminan desembocando en el faro de La Paz, el espléndido coloso
de 6400m que es el Illimani.
La llegada a La Paz no se hace fácil, el sol durante el día
y el frío en la noche son intensos, percibes la falta de aliento que a esa
altura es evidente y el descanso a cada poco se convierte en necesario, sin
embargo, cada vez que miras hacia arriba desde este hoyo te reconcilias.
Caminarla se convierte en un reto, las calles se empinan
continuamente, son estrechas y abigarradas, llenas de puestos donde comprar de todo.
Apenas dispone de avenidas por lo que el tráfico de taxis, combis y buses de
transporte público congestionan cualquier lugar, además no existen los cedas,
la derecha o cualquier norma de tránsito, salvo ir poco a poco introduciendo tu
morro hasta no poder sacarlo.
No es una de las grandes metrópolis latinoamericanas y
quizá por ello o por el alto porcentaje indígena, o por las dificultades de
salir corriendo para el ladrón, se respira gran tranquilidad.
Palacio Legislativo |
Centro histórico engañoso |
Esperando a Evo |
Pero lo más extraordinario de esta ciudad es moverse en su
teleférico que no sólo te lleva y trae al cine sino que se ha convertido en la mejor
opción para moverse por la ciudad. Es un placer flotar en esas cabinas donde familias
indígenas viajan orgullosas y lxs paceñxs las abarrotan en hora punta. Descubres
las diferencias sociales desde el aire, observas las fiestas familiares en las
azoteas, descubres la estrambótica arquitectura de la ciudad y también su
caprichosa naturaleza, y a la vez descubres como el sol se pone por El Alto y
termina de iluminar el Illimani. Posiblemente no sea La Paz una de las
capitales latinoamericanas más habitables, pero este medio de transporte ha
mejorando las condiciones de vida de la población de forma extraordinaria y ha
hecho las delicias nuestras en los últimos días.
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