jueves, 10 de diciembre de 2015

Bolivia II. Alto, La Paz.

Me encanta ir al cine, y mis estadísticas dicen que con esta última película he pasado por taquilla 620 veces. Iba ser una película boliviana pero la taquillera finalmente me comunicó que como era el único para visionarla y además ésta era muy larga no merecía la pena proyectarla. Me ofreció la peli uruguaya que se emitía de forma gratuita dentro de un ciclo de este país, así que finalmente vi Mal día para pescar. Lo más importante no fue la película en sí, ni el número que hacía ésta dentro de mis cálculos, sino como fui y volví a la sala, era la primera vez que llegaba al cine sobrevolando casas, patios edificios y azoteas.

Dejamos atrás el Titiqaqa que en la zona boliviana tiene en ocasiones un color azul turquesa que no envidia al Caribe. Una vez cruzas un pequeño estrecho en gabarra, el altiplano empieza a coger forma. Avanzas sobre una planicie de la que no intuyes la altura hasta que el cielo te envía una fuerte granizada o hasta que divisas la hermosa montaña del Huayna Potosí que domina toda la zona con su espectacular glaciar.
Dejando el Titiqaqa
Después de atravesar kilómetros bastante poco poblados, se dibuja en el altiplano una masa enorme de color rojo. Una cuadrícula de calles de tierra con casas, talleres y fábricas de ladrillo a medio terminar o ya terminados con una cristalería y un colorido muy propio de esta Latinoamérica te hacen pensar que estas entrando en el famoso Alto y así es. En un terreno absolutamente plano a una altura por encima de los 4000m se encuentra esta mole de ladrillo rojo que no ha parado de crecer en los últimos 40 años. Impresiona ver un lugar tan falto de vegetación, de oxígeno, con sensación de extremo calor y frío a la vez y que, si no fuera por el poderío del bello nevado, es para salir corriendo.

El Alto con más de un millón de personas en su mayoría jóvenes y venidas del ámbito rural se ha convertido en una “ciudad” con un importante crecimiento económico y sobretodo se ha convertido en el látigo de las medidas neoliberales de anteriores gobiernos debido a su fuerte organización gremial, vecinal y estudiantil y a su origen mayoritariamente Aymara. En este mismo año 2015 ha sido declarada “Ciudad Revolucionaria, Heroica y Defensora de los Recursos Naturales”.

Y cuando la “ciudad” deja atrás sus calles de tierra y empieza a tener un aspecto algo más habitable, un pequeño cambio de sentido en medio del escalofriante tráfico te sitúa al borde de un hoyo, llamarlo valle no es demasiado preciso, ante tus ojos está La Paz.
Sin aliento

La orografía de la ciudad es un espectáculo, entre barrio y barrio de ladrillo no dejan de verse más y más montañas de todas las formas, alturas y que terminan desembocando en el faro de La Paz, el espléndido coloso de 6400m que es el Illimani.
 


 
 
 
 
 
La llegada a La Paz no se hace fácil, el sol durante el día y el frío en la noche son intensos, percibes la falta de aliento que a esa altura es evidente y el descanso a cada poco se convierte en necesario, sin embargo, cada vez que miras hacia arriba desde este hoyo te reconcilias.

Caminarla se convierte en un reto, las calles se empinan continuamente, son estrechas y abigarradas, llenas de puestos donde comprar de todo. Apenas dispone de avenidas por lo que el tráfico de taxis, combis y buses de transporte público congestionan cualquier lugar, además no existen los cedas, la derecha o cualquier norma de tránsito, salvo ir poco a poco introduciendo tu morro hasta no poder sacarlo.

No es una de las grandes metrópolis latinoamericanas y quizá por ello o por el alto porcentaje indígena, o por las dificultades de salir corriendo para el ladrón, se respira gran tranquilidad.
Palacio Legislativo

Centro histórico engañoso
Esperando a Evo
Pero lo más extraordinario de esta ciudad es moverse en su teleférico que no sólo te lleva y trae al cine sino que se ha convertido en la mejor opción para moverse por la ciudad. Es un placer flotar en esas cabinas donde familias indígenas viajan orgullosas y lxs paceñxs las abarrotan en hora punta. Descubres las diferencias sociales desde el aire, observas las fiestas familiares en las azoteas, descubres la estrambótica arquitectura de la ciudad y también su caprichosa naturaleza, y a la vez descubres como el sol se pone por El Alto y termina de iluminar el Illimani. Posiblemente no sea La Paz una de las capitales latinoamericanas más habitables, pero este medio de transporte ha mejorando las condiciones de vida de la población de forma extraordinaria y ha hecho las delicias nuestras en los últimos días.
 
 
 




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