miércoles, 2 de diciembre de 2015

Perú-Bolivia I. Titiqaqa.

Aunque rozamos los 16º sur, nunca me he sentido tan en el centro del mundo, y como todas las culturas han reivindicado el centro de la tierra en su entorno, también puedo decir que de aquí salieron Manco Capac y Mama Ocllo para crear el Tahuantinsuyo o gran imperio inca. Pero realmente mi sensación de estar en ese punto tan central no tiene nada que ver con esto de los imperios.

Me encuentro por encima de los 4100m apoyado sobre las piedras del rústico templo erigido a la Pacha Mama (Madre Tierra). Desde aquí puedo divisar otro promontorio destinado a la Pacha Tata (Padre Tierra) y después todo lo que me rodea es agua. Un agua de color azul intenso, ahora quieta pero que en ocasiones impide la navegación por ella. Si alzo aún más mi vista, hasta donde el agua alcanza, siempre veo montañas, inmensas debido a que su base ya supera los 3800m. Algunas de ellas continúan elevándose hasta teñirse de blanco y formar una hermosa y continua cordillera que los mapas separan así, a mi izquierda son peruanas, a mi derecha bolivianas. De igual manera las diferentes islas y pueblos que alcanzo a ver unos son quechuas y otros aymaras. Todo ello conforma uno de los lugares más hermosos de la tierra, el Titiqaqa o Monte puma para los que no entienden lengua quechua.
 
 
 
 

 
 
 
El lugar donde me encuentro es el punto más alto de la isla Amantani, con un cielo azul infinito que delimitan las nubes que coronan las montañas que rodean el lago y con un sol irreverente que calienta las chacras de papas, ocas, habas, choclos… a la espera de las primeras lluvias de la temporada. La isla tiene diez comunidades que habitan las zonas bajas mientras que los terrenos altos son destinados al cultivo, desafiando pendientes, quebradas, altura y la consecuente falta de oxígeno.

Pero lo más hermoso de este lugar o más bien diría lo más abrumador del lugar, es su silencio, la paz que envuelve todos sus recovecos, oyes el viento, los pájaros, el zumbido de los insectos, el sobrevuelo de la gran cantidad de libélulas. El ruido de los carros se ha sustituido por el lento caminar de lxs indígenas hacia la chacra entre los laberínticos caminos limitados por muros de piedra que en casos desafían la gravedad.
 
 

 
 
 
 
 
 
Vivir aquí durante cuatro días es una experiencia única tanto humana como natural, no importa estar en una pequeña isla, que la comida vegetariana sea reducida y no cambie en exceso, que el sol te aplaste en el día y el frío te entumezca en la noche. La recompensa es la tranquilidad, la vida simple pero rica, una alimentación natural hecha en cocina de leña por sabias manos, el compartir con nuestra familia de acogida desde pelar papas a la luz de las velas a conversar sobre la interpretación de los sueños en un banco de piedra mientras el sol se desvanece, el escuchar su hablar pausado y cálido, el disfrutar de un baño en las aguas frías pero cristalinas del lago mientras se riega la chacra o se pasa la tarde en ella sin más, el disfrutar de ese cielo estrellado sobre tu cabeza, de ese calor indígena. Estás en el paraíso más cercano al sol, estás en el lago, estás en el lugar. Y como dijo Lucía la única persona non grata aquí es Haneke, el único que puede convertir este paraíso en un infierno.
Asamblea en la plaza
 
 
 
 
 
 
 
Y para terminar nuestra experiencia con este mítico y místico lago, y ya en su orilla continental boliviana, nos despidió con una tormenta eléctrica de enorme belleza y que nos hizo pasar una linda cena a resguardo en un camión-furgoneta (hecha totalmente a mano) de unos argentinos que recorren el continente y que nos hizo sentir tan de cerca el latinoamericanismo.
Gracias Titiqaqa.  


Gracias Beatriz y Osvaldo




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