Me encuentro por encima de los 4100m apoyado sobre las
piedras del rústico templo erigido a la Pacha Mama (Madre Tierra). Desde aquí
puedo divisar otro promontorio destinado a la Pacha Tata (Padre Tierra) y
después todo lo que me rodea es agua. Un agua de color azul intenso, ahora
quieta pero que en ocasiones impide la navegación por ella. Si alzo aún más mi
vista, hasta donde el agua alcanza, siempre veo montañas, inmensas debido a que
su base ya supera los 3800m. Algunas de ellas continúan elevándose hasta
teñirse de blanco y formar una hermosa y continua cordillera que los mapas
separan así, a mi izquierda son peruanas, a mi derecha bolivianas. De igual
manera las diferentes islas y pueblos que alcanzo a ver unos son quechuas y
otros aymaras. Todo ello conforma uno de los lugares más hermosos de la tierra,
el Titiqaqa o Monte puma para los que no entienden lengua quechua.
El lugar donde me encuentro es el punto más alto de la isla
Amantani, con un cielo azul infinito que delimitan las nubes que coronan las
montañas que rodean el lago y con un sol irreverente que calienta las chacras
de papas, ocas, habas, choclos… a la espera de las primeras lluvias de la
temporada. La isla tiene diez comunidades que habitan las zonas bajas mientras
que los terrenos altos son destinados al cultivo, desafiando pendientes,
quebradas, altura y la consecuente falta de oxígeno.
Pero lo más hermoso de este lugar o más bien diría lo más
abrumador del lugar, es su silencio, la paz que envuelve todos sus recovecos,
oyes el viento, los pájaros, el zumbido de los insectos, el sobrevuelo de la
gran cantidad de libélulas. El ruido de los carros se ha sustituido por el
lento caminar de lxs indígenas hacia la chacra entre los laberínticos caminos
limitados por muros de piedra que en casos desafían la gravedad.
Vivir aquí durante cuatro días es una experiencia única
tanto humana como natural, no importa estar en una pequeña isla, que la comida
vegetariana sea reducida y no cambie en exceso, que el sol te aplaste en el día
y el frío te entumezca en la noche. La recompensa es la tranquilidad, la vida
simple pero rica, una alimentación natural hecha en cocina de leña por sabias
manos, el compartir con nuestra familia de acogida desde pelar papas a la luz
de las velas a conversar sobre la interpretación de los sueños en un banco de
piedra mientras el sol se desvanece, el escuchar su hablar pausado y cálido, el
disfrutar de un baño en las aguas frías pero cristalinas del lago mientras se
riega la chacra o se pasa la tarde en ella sin más, el disfrutar de ese cielo
estrellado sobre tu cabeza, de ese calor indígena. Estás en el paraíso más
cercano al sol, estás en el lago, estás en el lugar. Y como dijo Lucía la única
persona non grata aquí es Haneke, el único que puede convertir este paraíso en
un infierno.
Asamblea en la plaza |
Y para terminar nuestra experiencia con este mítico y
místico lago, y ya en su orilla continental boliviana, nos despidió con una
tormenta eléctrica de enorme belleza y que nos hizo pasar una linda cena a
resguardo en un camión-furgoneta (hecha totalmente a mano) de unos argentinos que
recorren el continente y que nos hizo sentir tan de cerca el
latinoamericanismo.
Gracias Titiqaqa.
Gracias Beatriz y Osvaldo |
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