El pez que se tragó a Neruda |
Me gusta recorrerla y mirar hacia el continente, aunque no
siempre puedo hacerlo con calma. No es fácil mi vida, siempre a escondidas de
lobos marinos, pingüinos, gaviotas, pelícanos y anzuelos ridículamente
camuflados. Peor cuando sacan las redes de pesca de arrastre, ahí caemos todxs,
peces grandes y chicxs, bajo el mismo predador. Muchxs acabaremos en platos de
Sushi -anda muy de moda en este país- o en al clásico mariscal, mucho más
chileno.
Me preocupa también lo que le ocurre al mar, mi casa, mi
vida, dicen que está muriendo; yo sé que recientemente, más al sur, llegaron
miles de calamares gigantes a morir en las costas de la isla de Santa María. Hablan
del fenómeno del Niño, sospechan que los asfixió… ¿no será la contaminación? Parece
que nadie sabe, o que nadie quiere decir la verdad. En mi familia andamos con
susto, por suerte nuestra memoria es corta, y rápido volvemos a nuestra rutina
acuática.
Creo que esa cortedad de memoria es también la que nos
impidió recordar cómo llegaron hasta el fondo marino cientos de rieles de tren.
Tal vez fue una extensión de las vías que desde el desierto traían los
minerales a los puertos. Las malas lenguas dicen que llegaron atados a cuerpos,
cuerpos que debían dejar de existir, y desaparecieron; de ellos ya no queda
nada salvo algún botón de nácar*, rodeado de los moluscos que tomaron aquellas tumbas
de hierro como vivienda. Yo no recuerdo, no sé, pero el agua si sabe, y dicen
que por eso, hace casi 40 años (tres años y un día después del golpe de estado
de Pinochet) el oleaje sacó a Marta Ugarte hasta la playa de La Ballena para
que todo el mundo conociera el horror. ¿No será mi casa un cementerio?
Hay algo más que me inquieta, a veces siento como tiembla el
agua, se estremece con cada terremoto, y al igual que a lxs humanxs me preocupa
la llegada de tsunamis, sípo, me preocupa que la inmensa ola me arrastre hacia
ese desierto, del que nunca más podría salir. Sería como tantos mineros -no los
33 de la película, que aun viven- que perecieron bajo las entrañas de la tierra.
Aunque nadie se lo haya planteado nunca, nosotrxs también
sentimos vértigo, cuando nadas en la bahía de Taltal, bajo tus aletas se abre
un abismo, pues es una de las más profundas del planeta. Me pregunto que habrá
allá abajo, ¿se llegará a las antípodas?
Y qué decir de la radiación ultravioleta. Pensaréis que
estando bajo el agua no me afecta, ¡¡pues sí!! También nos afecta,
principalmente a lxs que vivimos cerca de la superficie. Nos mata, nos
esteriliza, destruye nuestros huevos. Así que trato de ver el solmáforo desde
la orilla, para protegerme. ¿Me serviría el filtro solar?
Sé de la llegada del verano antes de que aumente la
temperatura porque el agua sabe a bloqueador, es el momento en que las playas
se atiborran de gente. Nosotrxs aquí tan agustito y ustedes allá tan
apretaditxs. Es gracioso verlo desde mi mundo, toda una exhibición de tatuajes,
uñas pintadas y bañadores último modelo. Parece que sigue siendo moda lo de
llevar calzoncillo bajo el bañador. También conozco la moda argentina, no
porque haya bañado sus costas, sino porque miles de argentinxs vienen a
veranear a Chile, lxs reconozco por su juego de petanca, su acento, sus bikinis
de hilo dental, y su inseparable mate.
Pero no todo es drama en el mar, además de ser una fiesta de
color durante el día, durante la noche tenemos uno de los secretos mejor
guardados. De madrugada, cuando todo está calmo, tenemos la posibilidad de
mirar a la luna sin discreción, ella se refleja en el agua, como si fuera un
espejo, al sentirse sola nos muestra, a veces, su cara oculta, la más hermosa.
¿Sabían que en el hemisferio sur cuando la luna tiene forma de C está creciente
y cuando tiene forma de D, decreciente? Alguna facilidad tenía que tener este
hemisferio…
Y así, rodeada de plancton, plásticos, aceites, predadores, demás fauna marina, tesoros y terribles secretos, continua la vida de los peces en el mar.
De fondo una música me hace volver a la tierra y mi
condición de humana. Es Violeta Parra dándole GRACIAS A LA VIDA, que nos ha dado
tanto. Y yo abro los ojos, compruebo que tengo brazos, piernas, cabeza, voz y
memoria; miro hacia la orilla y veo a mi pololito lindo enamorado de los
pelicanos, oigo las olas, respiro el olor del mar, y también me siento
agradecida…
*Imperdible el documental “El botón de nácar” de Patricio
Guzmán. Bello, tierno, duro, emocionante, completo...
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