lunes, 8 de febrero de 2016

Chile IV. Valpo, mi amor.

Tenía muchas ganas de enamorarme de nuevo, hacía tiempo que no me enamoraba de una ciudad, y aquí el flechazo fue casi inmediato…

Valparaíso está sucia, tiene un aire decadente y sus interminables cerros quitan el aliento al caminar, pero a pesar de eso, o por todo eso, Valpo me cautivó.

Además, me recordó otro amor del pasado, me acercó de nuevo a mi querido Porto.
 
En Valpo la poesía asaltó mi mente, y desde entonces lo veo todo en rima, las cosas rojizas con rima asonante, las azules con rima consonante, y todo lo que tuviera aire de blanco y negro yo lo transformaba en versos alejandrinos. Aunque por encima de todos los colores está el verde, en Valpo la poesía es verde, verde Neruda.

Valpo me regaló los magnolios, las higueras, las palmeras y las buganvillas; las calles pintorescas, la vida del parque Italia y mi amiga barrendera, que cada tarde se pelea con una manguera interminable…

Cerca de la terminal de buses hay una calle musical, donde los adoquines sueltos -esos que cuando ha llovido te juegan una mala pasada salpicándote- componen una melodía con el caminar de la gente.

En la parte llana de la ciudad hay una librería “en crisis” con un hombre mapuche, tierno hasta la boina; y en la parte inclinada otra, “33º al sur”, con una encantadora y luchadora mujer, donde se pueden hacer tertulias hasta las 3 de la mañana…

Valpo es la ciudad de las gatas, dueñas de edificios, calles, tiendas y mercados.
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
También es la ciudad de los perros, que acompañan a lxs borrachxs a casa después de las noches de fiesta, toda una escolta de seguridad a cambio de un recipiente con agua o un poco de pan al llegar al destino.

En esta ciudad las cárceles se transforman en centros de arte, donde se hace teatro, donde niñas y niños aprenden a cocinar, a bailar en telas y mil cosas más. (Eso sí, muchas de ellas pagadas, pues la gestión del espacio es una de tantas concesiones a empresas privadas)

Las calles de Valparaíso son empinadas, empinadísimas, como puertos de primera, pero la vista de murales de colores al fondo siempre empujan a seguir avanzando. Además, la sensación de que en cualquier momento se fuera a asomar Neruda por cualquier ventana, con cualquiera de sus disfraces para saludar mientras ríe con esas carcajadas tan características, también invita a seguir.
 

De lejos los cerros de Valpo parecen iguales, después, cuando te adentras en ellos compruebas que son pequeños mundos diferenciados, aunque en todos puedas encontrar la típica empanada de pino.

 
Hasta esos cerros trepan los elevadores, chirriantes, aparentemente incansables, aunque algunos se agotaron por el paso del tiempo.

 


 
 
 
 
 
 
Puede que uno de los emblemas de la ciudad sea su trolebús. Yo me subí a él e hice un viaje en el tiempo. Por las ventanas podía ver incendios asolando la ciudad, terremotos sacudiéndola, y mirando al horizonte, en el pacifico desbordado, conseguí ver el Winnipeg, el barco de la dignidad, aquel que gracias a Neruda salvó la vida de más de 2000 españolxs de los campos de concentración franceses, o el durísimo exilio en Europa, tras la guerra civil española.

“Era de noche en Valparaíso cuando llegamos. Toda la bahía estaba iluminada... En tierra, rostros y manos nos decían su amistad, su bienvenida. Después de mucho tiempo sabíamos nuevamente el significado de un abrazo. El tren nos llevó pronto a Santiago, y al paso lento por las estaciones, gentes que no conocíamos nos entregaban rosas y claveles. Al amanecer miles de hombres y mujeres no esperaban en la estación Mapocho en medio de una multitud de cantos y banderas. Era el comienzo de un exilio distinto.”

José Balmes, exiliado español.

También hay un tren detenido en el tiempo, observa somnoliento cada marejada que azota la costa, a ritmo de música clásica, esperando que viajerxs sin destino lo visiten.

En “micro” llegué a Isla Negra, imaginándome que era la Isla en la que el cartero conoció a Neruda y también imaginando a Miguel Littin, clandestino en su propio país, recorriendo el lugar lleno de emoción.

Se come rico en Valpo, sopas de marisco, pescados a la plancha acompañados de puré de papa, la famosa chorrillana y distintos tipos de dulce. También se bebe rico en Valpo, vinos de todo el país y un amplio repertorio de cervezas artesanales. En la opción sin alcohol, siempre disponible, la bebida nacional: mote con huesillo. 

Valpo es la ciudad donde llueven alas de hormiga.

Es la ciudad de Milla y Miguel, nuestrxs anfitriones y consejerxs por unos días.

En Valpo hay cultura en todos los rincones.
 

 
 
 
 
 
 
 
En Valpo los besos saben a mar.

En esta ciudad están tatuados los cuerpos y las paredes.

Yo no sabía que esta ciudad me pertenecía, o que yo le pertenecía a ella, pero encontré mi nombre grabado en un muro y nuestros caminos quedaron ligados. Empezamos a conocernos y compartir nuestras vidas, nos gustamos, nos cuidamos y nos disfrutamos los días que duró nuestro romance.

Sípo! Valpo también es mi amor…
 

2 comentarios:

  1. fue un gusto para mi conocerlos y mostrarles un poco de esta mágica y bella ciudad.

    Espero nos volvamos a encontrar.

    saludos

    Miguel

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    1. Gracias Miguel!! Tus consejos sobre Valpo y el resto de Chile están siendo muy acertados!!
      Nos vemos...

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