Resulta curioso que la fiesta más importante para la
cultura indígena andina del Ecuador sea el Inti Raymi, la fiesta del sol,
precisamente aquí, en la mitad del mundo, donde en solsticio de verano debemos
tener aproximadamente 3 minutos más de sol que en el solsticio de invierno…
La fiesta es originaria de la cultura Inca del Perú,
donde en estás fechas celebran su solsticio de invierno, el objetivo de la
misma es agradecerle al sol su luz, vital para las cosechas.
El caso es que hemos tenido la suerte de poder asistir a
alguno de los eventos que enriquecen la actividad Imbabureña durante semanas. Primero
os cuento de qué va la fiesta y después cómo la hemos vivido.
Es una fiesta que integra espiritualidad y sincretismo,
con simbolismos ancestrales del culto al sol junto con imágenes del catolicismo
(que trató de asimilar la fiesta inca con el santo de Juan…), color a raudales,
y bastante alcohol. En nuestra provincia tiene bastante importancia, pues hay
varias localidades de mayoría indígena y con una conservación de las
tradiciones bastante fuerte.
La fiesta se organiza con meses de antelación, en cada
comunidad se nombran Priostes (una especie de padrinos de ceremonias) que
durante unos dos años son los encargados de los preparativos y los costes de
las ceremonias. Evidentemente es un acto de ostentación y demostración de
apoyos económicos y sociales dentro de las comunidades. El gasto que conllevan
las distintas actividades suele ser desorbitado.
Entre otras actividades debe encargarse de los “regalos
sagrados” que se entregan en la víspera de la fiesta grande en cada comunidad,
y estos son unos castillos de pirotecnia, hechos con una estructura de bambú,
de hasta unos 10 metros de altura y que arden al ritmo de la música que ellos
mismos contratan. Otra de sus obligaciones es la de devolver a la Comunidad el
doble de los gallos y gallinas que han recibido a lo largo del año (lo que no
me quedó claro es quién se los había entregado previamente ni por qué), se
entregan amarraditxs por las patas en las típicas “ramas de gallos” y el último
día de la fiesta, se cocinan en un caldo para toda la comunidad.
Son característicos del inicio de las festividades los
baños rituales, que suelen hacerse de noche en las cascadas, ríos o lagunas de
la zona. (Tienen bastante renombre los de la cascada de Peguche en Otavalo y la
laguna de Cuicocha en Cotacachi)
Una de las figuras más representativas es el Aya Huma un ser mitológico y líder espiritual de los pueblos, protector de la naturaleza, y administrador de las energías espirituales de las montañas. Se caracteriza por su vestuario multicolor y por la gran máscara que lleva. Esta máscara concentra una gran simbología para la cultura kichwa: en la parte superior tiene doce serpientes que representan la sabiduría ancestral, con los colores de la wipala o bandera del arcoíris, que simboliza todas las luchas del pueblo indígena, y posee dos rostros representando la dualidad del mundo andino (noche y día, norte y sur, pasado y futuro…). La vestimenta está hecha con girones de tela, como una metáfora del descuartizamiento que sufrieron las comunidades indígenas con la invasión española.
Aunque el objetivo siempre es el mismo, en cada localidad la fiesta ha ido adquiriendo particularidades que la caracterizan. Sin haberla presenciado, la que más nos ha impactado es la celebración en Cotacachi. En ella el evento principal consiste en la “toma de la plaza”, donde confluyen las distintas comunidades indígenas de los alrededores, que llegan danzando y cantando. A la toma, le sigue la “pelea ritual”, algo así como una lucha simbólica entre las comunidades por demostrar su primacía con respecto a las otras. Sin embargo, en esta localidad, hace tiempo que esa pelea simbólica se ha convertido en una oportunidad para ajustes de cuentas, y el despliegue de la más absurda violencia aderezada con alcohol. Tanto es así, que lo que antes eran peleas con piedras o puños, han dado paso a batallas campales en las que se usan armas blancas e incluso de fuego. Esto ha hecho intervenir a las autoridades locales (hace un par de años hubo 8 muertos), mediante cámaras que registran cada movimiento en la plaza y promesas de sanciones para quien inicie actos violentos. Parece que esto ha tenido su efecto pues el año anterior no hubo muertes.
Y nosotrxs nos hemos apuntado a lo que hemos podido.
Vimos el pistoletazo de salida “oficial”, con un desfile de comparsas que tras realizar el baño ritual en uno de los barrios de Ibarra, llegaba hasta la plaza principal. Viendo que la mayoría de las comparsas eran mestizxs “disfrazadxs” de indígenas, me pareció un poco estafa, además de una actitud algo hipócrita, dado el gran racismo que hay hacia el pueblo indígena. El caso es que el folklor triunfa, y el nuevo alcalde estuvo dando el callo en la fiesta con sus discursos de falsa integración.
Unos días después acudimos a ver los zapateados en las calles de Ibarra. Los indígenas que viven en la ciudad van recorriendo las calles, yendo a las casas de otros indígenas donde se les ofrece comida y bebida al ritmo del Zapateado que es un ritmo musical de origen indígena y típico de nuestra zona. Los músicos trotan en el centro mientras el resto de la gente baila al rededor. En esta ocasión, y más siendo una fiesta urbana, lxs mestizxs también hacen sus propias comparsas de zapateados.
La parte más auténtica de la fiesta la vivimos en San Clemente, una de las Comunidades de la Esperanza, y que además es donde viven Olguita y su familia. Allá nos fuimos el viernes 27 a ver “las vísperas”. Admiramos los 5 castillos de fuego al ritmo de la música que se tocaba en cada escenario (había varios, uno de cada Prioste). Nos comimos unas cuantas empanadas de queso y maduro (plátano) hechas por Olguita, y nos calentamos con su hervido de canela. Además pudimos disfrutar de la maravillosa vista nocturna de Ibarra desde las alturas.
La fiesta grande fue el 28, cada Prioste celebra una comida en su casa con familiares y amigxs. De ahí parten en comparsa, al ritmo de la música y los petardos, hasta el estadio de la comuna donde confluyen todxs para demostrar sus apoyos y entregar sus gallos y gallinas. Todo esto bien regadito de alcohol, ya que bastantes llevaban en sus manos bricks de licor de durazno, el carburante más utilizado junto con el hervidito para aguantar tantas horas y días de fiesta.
Una de las cosas que más me gustó, además de encontrarme con muchas caras conocidas y poder despedirme de muchxs pacientes, fue el enorme colorido y el movimiento constante ya que no paran de bailar, y esto es admirable, ya que a esas alturas la falta de oxígeno no es tontería.
Y así, después de unas cuantas horas bailando al trote, nos despedimos por este año de las celebraciones del Inti Raymi. Otros saraos nos esperan…
(Ruth y Langa, gracias por las fotos!)
Ibarra al fondo en el atardecer |
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