Se acabaron los paseos por la playa al atardecer, con los
pies en el agua y la mente rodando y rodando, ideando nuevos planes y
proyectos, descubriendo la vida marina y disfrutando de la naturaleza cambiante
de la costa Ecuatoriana.
Y despedirse también de la tierra manabita que nos ha proporcionado tantas vivencias y que vio nacer a uno de los revolucionarios de la Patria, Eloy Alfaro.
Hasta pronto a mis Ceibas barrigonas, a veces peladas, a veces verdes frondosas, a veces con su algodón blanquecino como decoración navideña.
Gracias pelícanos por esos espectáculos de pesca y vuelo “en
familia”, con calma, como si volar fuese fácil.
Hasta pronto manglares del estuario, con tus cangrejos, tus
boas (la temida “matacaballos”) y tus fragatas. Espero que la próxima vez que
visitemos las Islas Fragatas y Corazón hayan conseguido repoblar más manglar en
esa lucha desventajosa con las camaroneras.
Hasta pronto al ceviche del Hermanacho, un mítico
chiringuito del malecón (el único de Bahía) donde más de una vez disfrutamos un
cevichito de pulpo, camarón, pescado o jaiba como desayuno energizante mientras
observábamos el oleaje.
Ciao al patacón, al arroz sabroso, al encocado, a las
ayuyas, al bolón de verde, al maní cocinado, al camarón en todas sus versiones,
a la albacora, al rico jugo de maracuyá y demás exquisiteces Manabitas.
Camarones de 3 y 5 dólares la libra... |
Nunca olvidaré esos días laborables en la infinita playa de
canoa, disfrutando del momento siesta en las hamacas bajo los toldos y frente
al atardecer.
Extrañaré los días mansos, con o sin trabajo, pero a ritmo
costeño, con ese calor que te aplana un poco, que aunque pudiera resultar algo
agobiante al inicio, rapidito se aclimató el cuerpo, y eso de llevar poca ropa,
¡fue un placer!
De vez en cuando, al atardecer me acordaré de los cientos de pájaros, probablemente estorninos, que puntualmente llegaban a poblar los cables de la zona más concurrida de la ciudad.
Tal vez no vea tan a menudo como sube y baja la marea, pero creo que seguiré sintiendo la influencia de la luna en muchos ciclos de la vida.
Pese al morbo y un toque de inconsciencia que me provocaban sentir un temblor más fuerte que el de Quito, me alegro de no haber tenido que usar la “mochila de emergencias” y haber podido comerme las galletas que metí en ella en un tranquilo desayuno en nuestra mesa kilométrica.
Ciudad cangrejo |
Dudo que alguna vez vaya a tener un camino al trabajo tan
atractivo y con tanta vida como el recorrido entre arrozales en la zona de
Correagua. Creo que las garzas lo disfrutaban más que yo, pero para mí era uno
de los momentos estrella del día, casi al nivel de las ceibas.
Extrañaré el acento costeño, con el griterío y las palabras
disparadas a la velocidad de la luz. Ahora que ya lo entendía casi todo…
En resumen, extrañaré esa vida tan pausada, relajada y sentida, rodeada de naturaleza que palpita y
que no ha sucumbido (aún) a los embistes de nuestras “necesidades”.
Sólo espero que tan maravillosa naturaleza no se ensañe con
Manabí, ni el resto de provincias costeras de Sudamérica con el que se presagia
como el más intenso Fenómeno del Niño vivido hasta la fecha.
Después de despedirnos de nuestro hogar, retomamos las
mochilas para seguir conociendo primero otros rincones del Ecuador y después…,
próximo destino: Galápagos.
Manabí, 100-pre amada (=Siempre amada) |
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